A bordo del Juan Carlos I en el regreso a casa tras mostrar su poderío de guerra aeronaval

ROTA (CÁDIZ), 15/03/2025 - Imagen del portaaeronaves Juan Carlos I. EFE/Enrique del Viso

Rota (Cádiz), 15 mar (EFE).- Ajeno a los planes de rearme de la Unión Europea y al debate sobre el incremento de la inversión en defensa, el portaaeronaves Juan Carlos I ha afrontado esta semana la última etapa de su primer despliegue del año capitaneando el grupo de combate expedicionario Dédalo 25, tras mostrar a la OTAN su poder de guerra aeronaval en el Mediterráneo.

Durante cinco jornadas de navegación,  la Agencia EFE ha sido testigo del día a día de este buque insignia de la Armada en un recorrido de más de 1.120 millas desde Nápoles (Italia) hasta la localidad gaditana de Rota, donde tiene su base, tras mes y medio participando en ejercicios conjuntos con otros países de la Alianza.

Más de 1.200 militares en esta ‘unidad de alto valor’

ROTA (CÁDIZ), 15/03/2025 - Imagen de soldados del portaaeronaves Juan Carlos I durante sus prácticas de tiro. EFE/Enrique del Viso

En su regreso a casa, el Juan Carlos I no navega solo. A una distancia de entre 3 y 5 millas, dos fragatas, la Blas de Lezo y la Victoria, escoltan a esta ‘unidad de alto valor’, como se le califica en la Armada, para protegerla ante posibles amenazas.

Otra fragata, la Álvaro Bazán, y el buque de aprovisionamiento Patiño, abandonaron el grupo de combate una vez concluida la misión para integrarse en una agrupación naval permanente de la OTAN.

Cinco aviones de caza Harrier y dos helicópteros de la Flotilla de Aeronaves de la Armada, además de un batallón de Infantería de Marina completan el Dédalo 25. En total, más de 1.600 efectivos, de los que 1.200 están en el Juan Carlos I, el mayor buque de guerra construido en España.

Una ciudad flotante de 230 metros y 27.000 toneladas

ROTA (CÁDIZ), 15/03/2025 - Imágenes de vehículos terrestres que transporta el portaaeronaves Juan Carlos I. EFE/Enrique del Viso

La actividad de los uniformados a bordo es intensa desde el alba hasta el ocaso, cuando cada día desde el puente de mando un marinero da las buenas noches por megafonía con la tradicional oración: “Tú que dispones de viento y mar, haces la calma y la tempestad, ten de nosotros señor piedad, piedad señor, señor piedad”.

En esta ciudad flotante de más de 230 metros de eslora y 27.000 toneladas nadie permanece ocioso. La cubierta de vuelo es un constante trasiego de despegues y aterrizajes de aeronaves. En el interior, el ajetreo de idas y venidas de oficiales y marineros se concentra en el laberinto de pasillos y escaleras que conducen a sus diez plantas.

Los 670 infantes de marina comienzan temprano su jornada: a las 7 de la mañana ya se les puede ver haciendo ejercicio en cubierta, antes de enfrascarse en ejercicios de tiro.

Forman parte también de su rutina las prácticas de desembarco, la última, el día antes de llegar a Rota, en Alborán, para neutralizar a un enemigo que había tomado la isla. Antes de partir se abren las compuertas para que se inunde el dique hasta una altura de 2,70 metros que permita a las embarcaciones, cargadas también con vehículos pesados, echarse a la mar.

“Zafarrancho de combate”

Ante el aviso de “zafarrancho de combate”, un hervidero de militares con chalecos salvavidas intentan llegar rápidamente al puesto que tienen asignado mientras la megafonía informa minuto a minuto del tiempo que va pasando hasta que todos están en sus posiciones, preparados para actuar ante el impacto de un misil.

No muy lejos, en la fragata Victoria, que dispone de un hangar doble para el embarque de dos helicópteros, la llamada a “zafarrancho de vuelo” también es constante, al igual que la alarma ante una amenaza naval o aérea que pueden desembocar en un incendio de grandes proporciones, en las que tiene que entrar en juego el equipo de emergencias.

Los ejercicios se repiten constantemente, algunos de ellos, a diario. El objetivo es “machacar, machacar y machacar para que cuando llegue la amenaza real, la gente no entre en pánico y reaccione”, señala el capitán de navío Jesús Viñas, comandante de la 31 escuadrilla de superficie, a la que pertenece la fragata Blas de Lezo.

En el Centro de Información de Combate, con el que cuentan todos los buques de guerra y que los diferencia de los civiles, se monitorizan las amenazas y se procesa la información con la que luego se toman las decisiones y se deciden las acciones. Es el “cerebro” de los barcos frente al puente de mando, el “brazo ejecutor”.

Electricidad para una ciudad de 10.000 habitantes

Desde la cámara de control central, el sargento Christian, encargado del mantenimiento de los sistemas del Juan Carlos I, explica que este buque anfibio cuenta con dos motores de combustión y una turbina que genera corriente alterna. Una vez transformada, llega a los motores, propulsores eléctricos.

“Para que se entienda mejor, es como si se tratara de un coche híbrido”, apunta el sargento, que señala que la capacidad total eléctrica que genera este barco equivale al consumo eléctrico de una ciudad de unos 10.000 habitantes.

También cuenta con seis plantas desalinizadoras que, mediante un proceso de ósmosis inversa, reduce la salinidad del agua del mar a unos valores aptos para el consumo humano. Su capacidad de almacenaje supera el medio millón de litros.

Un hospital con dos quirófanos y una UCI

Una de las joyas de la corona de este buque es el hospital, la instalación médica desplegable más potente de las Fuerzas Armadas. Sus 560 metros cuadrados albergan dos quirófanos, una UCI de 8 camas y una sala de hospitalización de 16 plazas, además de una sala de triaje, tratamiento odontológico, laboratorio de última generación y banco de sangre.

Veintiocho sanitarios, desde cirujanos y anestesistas hasta médicos y enfermeros especialistas, odontólogo y farmacéuticos, conforman el equipo de profesionales que, cuando lo necesitan, recibe el apoyo telemático del Hospital Gómez Ulla de Madrid.

Raro es el día que no tengan que intervenir dada la amplia dotación del buque. Solo en los últimos tres, han extirpado un quiste craneal y un apéndice, y han tenido que reconstruir el dedo de un soldado que perdió una falange al quedar su mano atrapado en una puerta estanca, que se cerró debido al fuerte oleaje poco antes de que el barco atracara en Rota.

El chocolate con churros de los domingos

Tener motivados a más de millar y medio de personas durante meses es uno de los mayores empeños de los mandos y, para ello, uno de los aspectos que más se cuidan es la alimentación.

En la Blas de Lezo, por ejemplo, intentan, “por la cuenta que nos trae”, aseguran los responsables de cocina, que no falte el chocolate con churros en el desayuno de los domingos, que se ha convertido ya en una tradición.

Dar tres comidas diarias a más de un millar de personas, como hacen los cocineros del Juan Carlos I, no es tarea fácil y, menos aun, que queden satisfechas, lo que parece que consiguen a tenor del comentario que se repite cada vez que se le pregunta a alguien cómo es la vida a bordo: “Se come muy bien en el barco”, es lo primero que contestan.

El cabo Fran, que lleva ocho años cocinando en la fragata Victoria, encara su labor diaria como un reto, aunque sabe bien que guisar en un barco tiene su complicación en unas cocinas reducidas y, sobre todo, los días de mala mar.

Antes de cada salida, los jefes de cocina realizan una estimación de los menús que se van a servir a bordo, en los que se tienen en cuenta las intolerancias que pueda haber. Por ejemplo, un arroz con langostinos se transforma en un arroz con pollo para los alérgicos al marisco.

Todos los cocineros de la Armada se forman en la Escuela de Especialidades de la Estación Naval de La Graña (Ferrol) y, posteriormente, siguen cursos de perfeccionamiento. Alguno hasta ha tenido el privilegio de cocinar en El Bulli, el prestigioso restaurante del chef Ferrán Adriá.

Generalmente, el personal de cocina se organiza en tres turnos: el de mañana, que se centra en la comida del mediodía; el de tarde, en la cena; y por la noche entran en acción los panaderos que elaboran todo el pan que se consume a bordo.

Un pater, una meteoróloga y un peluquero, los otros “efectivos”

Entre los “otros efectivos” embarcados en el portaaeronaves se encuentra Jorge Amado Menéndez, uno de los 80 capellanes castrenses que hay en España. Es el encargado de oficiar una misa diaria a las 18:45 horas en la capilla situada en la cubierta de carga ligera, que los domingos se traslada al comedor de Infantería de Marina por ser un espacio más grande.

Cuatro bancos corridos, un altar y un reclinatorio configuran la pequeña iglesia, que dispone de una imagen de la Virgen del Carmen, patrona de la Armada, “una reliquia” que procede de la guerra de Cuba.

Además de oficiar la misa, el capellán está habilitado para impartir cualquier sacramento. De hecho, una militar de tropa y marinería ha recibido la primera comunión durante este despliegue.

Más allá del aspecto puramente religioso, el pater, que tiene empleo de capitán, también realiza labores de acompañamiento a los militares que lo requieren cuando, por ejemplo, pierden a algún ser querido, y, en muchas ocasiones, tiene que hacer de psicólogo.

“Es un campo de cultivo muy interesante porque la gente está muy receptiva”, señala.

También Antonio Armario, de 61 años, ejerce de psicólogo muy a menudo. Es el peluquero del buque y, junto con la meteoróloga, Beatriz Sanz, son los únicos civiles a bordo.

En sus 35 años como personal laboral de Defensa ha estado embarcado también en el anterior portaaviones Príncipe de Asturias y en el buque escuela Juan Sebastián Elcano.

El servicio de peluquería es uno de los más demandados y básicamente se reduce a cortes de pelo de caballero, una media de 18 diarios, que se incrementa conforme el barco se va acercando a casa. No se cobra por ello, pero “algunos te dan propina”, admite.

Por sus tijeras pasan desde el almirante hasta el último soldado y, a pesar del movimiento propio del barco, nunca ha tenido que lamentar ningún incidente.

Beatriz, jefa del Centro Español de Meteorología para la Defensa, tiene una amplia experiencia en el apoyo meteorológico a las operaciones, tanto de forma telemática como presencial, como en este caso. Ya a la salida de Nápoles predijo fuerte oleaje cerca del Estrecho de Gibraltar, que se cumplió con olas de más de 5 metros, horas antes de la llegada a puerto. EFE

Teresa Díaz