Javier Herrero
Madrid, 14 sep (EFE).- Una de las imágenes más viralizadas de los recientes conciertos de Oasis, la del «milagro» de varios asistentes en pie en el espacio para personas con movilidad reducida, libres de sus muletas y sillas de ruedas, debe recordar que, para algunos, disfrutar de la música en directo sigue siendo más complejo que luchar por una entrada.
«No hay mucha conciencia», comenta a EFE desde su propia experiencia Natalí González, empleada de la Fundación ONCE y asistente habitual a conciertos pese a sus problemas de audición. «Somos un público que los promotores y los propios artistas no tienen en cuenta», lamenta.
Precisamente para tratar de mejorar la experiencia, desde la compra misma de las entradas hasta el momento de abandonar el recinto, Live Nation y la Fundación ONCE han montado un ‘focus group’ con este tipo de asistentes embarcado en el reto de extraer conclusiones e implementar cambios.
«Fuimos conscientes de que no estábamos ayudando de la manera más factible a este tipo de personas», reconoce Ana Gómez de Castro, directora de Relaciones Públicas y Responsabilidad Social Corporativa de la promotora y la persona que puso en marcha estas reuniones tras encontrarse en un concierto con Néstor Fernández, un melómano con problemas de visión que asiste a unos 65 conciertos al año, a menudo solo.
Fernández, que se define como «un aventurero», cuenta que hoy por hoy solo se abstiene de ir a festivales, aunque otras veces son las circunstancias las que deciden por él: «Es triste quedarte sin ir a un concierto por no ser capaz de sacarte tú mismo la entrada, como me acaba de pasar con Radiohead, que tuve que pedir ayuda para registrarme, o por el recinto».
«Antes me pasaba más que a veces decidía no ir por la sala, que igual tenía un montón de escaleras o era una ratonera», cuenta tras haber hecho migas con el personal «simpatiquísimo» de muchos espacios que no son nada accesibles y que le ayudan con más voluntad que formación específica a salvar las barreras.
Necesidades específicas
No es lo ideal. Enumera casos como el de un conocido que tuvo que dejar su silla motorizada a la entrada de una de esas salas para que lo bajaran «a la sillita de la reina» entre los trabajadores hasta la planta de la actuación o el de otro al que lo bajaron los amigos, incapaces luego de volver a subirlo a causa del alcohol ingerido.
«A mí me han tirado alguna vez al suelo por querer ayudarme; yo noto mucho quién tiene experiencia en ayudar a gente con problemas de visión», añade Fernández, que tiende a situarse cerca de la barra como punto de referencia, con su bastón a salvo de posibles pisotones.
Desde Live Nation se han comprometido a elaborar un protocolo o manual de accesibilidad para conciertos y para festivales, ofrecer formación a sus empleados «para conocer bien el mundo de este tipo de personas y hacer un acercamiento empático», así como a ver maneras de insertarles laboralmente teniendo en cuenta los diferentes perfiles profesionales que trabajan en el sector de la música.
Otro ejemplo de cosas que se pueden mejorar: la denominación que reciben hasta ahora todos estos asistentes es la de PMR, esto es, ‘Persona de Movilidad Reducida’. «Es decir, la denominación va unida solo a la movilidad», lamenta Gómez de Castro, que en las reuniones analizan «las necesidades de accesibilidad en todos los sentidos», como de tipo visual, auditivo o cognitivo.
Se ha puesto a debate incluso el término «discapacidad» porque, según Gómez de Castro, aunque para la RAE sea correcto, «hay personas que no quieren que se emplee ya que hay muchos grados diferentes dentro de cada necesidad de accesibilidad».
«No es lo mismo una persona que se ha torcido un tobillo o está embarazada, como tampoco ir en una silla de ruedas puntualmente o llevar toda tu vida en una. A cada persona el enfoque o la repercusión que le puede dar el término es distinto», justifica, antes de recordar que esta es una sociedad cada vez más envejecida y de ello también se derivan necesidades.
Posibles cambios para mejorar la experiencia
«La mayor parte de las personas creen que tener discapacidad auditiva es no oír nada», previene Natalí González, que para comunicarse utiliza en su caso concreto la lengua oral y se apoya en la lectura labial y que cuenta cómo es asistir a un concierto para ella.
Con los audífonos encendidos oye especialmente los sonidos más graves, como el bajo y sobre todo la batería. En un recital clásico, incluso los violines. En uno de rock, más aún si es de estadio con el volumen altísimo, a veces ha de prescindir de los audífonos para no hacerse daño.
«Me cuesta oír la voz del cantante y las guitarras. La vibración me ayuda mucho a seguir el ritmo. Lo que no puedo hacer es cantar como hace el resto del público porque no suele haber subtítulos, pero sí que bailo. Además, ir a un concierto es mucho más que oír la música, porque también disfruto mucho de todo lo visual», comenta.
Le parece un avance que artistas como Rozalén o Bad Bunny incorporen la lengua de signos en sus conciertos, pero recuerda que entre las personas con problemas auditivos hay muchas como ella que no signan, por lo que reclama subtítulos en las pantallas (para las canciones y los mensajes de megafonía) y plantea avances tecnológicos, como enviar la mezcla de sonido directamente a los audífonos.
«Hay muchísimas cosas que se pueden hacer para mejorar nuestra experiencia. Lo que falta es concienciación, formación y ganas», denuncia.
La tecnología también ha de incorporarse al proceso de compra y avisar si una sala es accesible o no. Desde Live Nation se plantean asimismo que la adquisición de localidades pueda hacerse en función del tipo de necesidad, lo que ayudaría a su vez a tener constancia de dónde están localizadas ante cualquier eventualidad, cada una en el espacio más adecuado.
Ayudaría pedir el certificado de discapacidad desde el mismo proceso de compra, como ya hacen algunos eventos como Noches del Botánico, frente a quienes se inventan todo tipo de estratagemas para hacerse con una plaza de este cupo especial: se ha visto hasta quien se compra un bastón de invidente para acceder a los recintos.
«Yo en las reuniones he hecho mucho hincapié en que se cuela mucha gente en las zonas de movilidad reducida en los recintos grandes y en concierto superdemandados y solo en el de Rammstein del año pasado me pidieron el certificado y el DNI a la puerta», señala Fernández, volviendo de nuevo a la imagen del «milagro» de los conciertos de Oasis. EFE
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