Laura López
Valladolid, 20 jun (EFE).- El sudanés Ahmed Abou, de 24 años, es hoy, ante todo, un vecino más de Valladolid, que vive tranquilo en su piso alquilado, con un trabajo en un bar de copas que le permite hacer de vez en cuando una escapada y el sueño de abrir algún día su negocio, aunque sin grandes pretensiones como hacerse millonario.
Cualquiera que cruce con él unas palabras -en su caso, en perfecto castellano- no pensará, a simple vista, que Ahmed es un refugiado, superviviente del Aquarius que desembarcó en Valencia hace ahora siete años con más de 600 migrantes a bordo.
Tampoco que huyó de la guerra en su país cuando solo era un crío y pasó un año y medio en Egipto y otro «encerrado» en Libia por la falta de seguridad hasta que se la jugó a una sola carta, como dice él, al subirse a una patera junto a otras 120 personas rumbo a Italia, de noche y con la única guía de tres estrellas.
«¿Miedo? Según subes a una patera, se te quita el miedo, porque sabes a lo que vas. Quizás pasen cosas y cosas que no tienes que ver, pero el miedo… El miedo se te quita enseguida», relata el joven.
Unas lágrimas de 30 años

En esa embarcación pasó unas 24 horas hasta que fue rescatado en el Mediterráneo por el Aquarius, que después de una semana y tras la negativa de Italia y Malta a recibir a los inmigrantes, consiguió desembarcar en Valencia invitado por el Gobierno español en la llamada operación Esperanza del Mediterráneo.
Recuerda ese momento como algo «superespecial» por el recibimiento de los voluntarios, médicos y guardias civiles que les esperaban en el puerto: «Fueron supermajos, superamables y cariñosos con nosotros», rememora.
«Yo nunca he pensado que algún día lloraría por algo, ni bueno ni malo… Quizás sí que pasan cosas por las que me pongo triste y tal, pero ese día igual solté las lágrimas de 30 años», bromea Ahmed.
Después de unos meses entre Valencia y Alicante, donde le hicieron las primeras valoraciones, Ahmed fue derivado a un centro de acogida en Valladolid gestionado por Accem (organización sin ánimo de lucro especializada en la atención de refugiados, inmigrantes en situación irregular y en situación o riesgo social) y en esta ciudad ha permanecido desde entonces.
Su situación e integración en la ciudad ha mejorado paulatinamente y ahora vive en un piso que tiene alquilado para él solo.
Sobre su futuro, le gustaría emprender su propio negocio, como una «miniempresa» de pintores, aunque sabe que antes tiene que «estudiar bien el proyecto». Sea lo que sea, espera quedarse en Valladolid o, en el caso de que tenga que marcharse por trabajo, volver cuando se jubile y «hasta que le entierren», como él dice.
No tiene muchas pretensiones, «como ser un millonario ni nada», pero sí un deseo en mente, que por el momento será difícil cumplir: «Quiero traer a mi madre, pero ella no quiere por mi hermana y su madre (su abuela), que es mayor y necesita a alguien que la cuide», explica.
Sudán, un país sin futuro para Ahmed

Ahmed decidió huir de su país después de pensarlo mucho y con la aprobación de su madre, para quien, a pesar de todo, fue una «alegría», porque significaba mejorar su vida y poder ayudar al resto de la familia.
«Mi madre me ha ayudado muchísimo. Digamos que es la única de toda la familia que siempre quiso ayudarme y, sobre todo, levantar a la familia. Gracias a ella, a día de hoy estoy aquí», señala con una sonrisa.
A la hora de hablar de su vida en su país, se limita a decir que allí «no había futuro» sin entrar a relatar la violencia que sufrió y que le ha hecho merecedor del reconocimiento como refugiado en España, el más garantista dentro de la protección internacional.
Algo habitual en personas que han crecido en países como el suyo, según explica a EFE el coordinador de Accem en Valladolid, Diego Cebas: «A veces, en estos países, tienen la violencia tan normalizada y hay determinadas dinámicas que ellos conceptualizan casi como normales, que a lo mejor no le dan la importancia que realmente tiene», señala.
Según el último informe ‘Atlas de Refugio’, publicado por esta entidad, Sudán vive en la actualidad una de las peores crisis humanitarias globales, alimentada por décadas de inestabilidad política, conflictos armados recurrentes y colapso de servicios básicos.
Desde abril de 2023, el enfrentamiento entre el Ejército de Sudán y las Fuerzas de Apoyo Rápido ha desencadenado una nueva guerra civil que ha tenido como resultado muertes, destrucción de infraestructuras y desplazamiento masivo, que Acnur cifra en de 1,7 millones de personas refugiadas fuera del país.
España no es uno de sus principales destinos, ya que, por su proximidad geográfica, la mayoría opta por la ruta hacia Italia, como la que intentó seguir Ahmed antes de ser rescatado por el Aquarius en junio de 2018.
Aun así, en 2024, 353 personas de nacionalidad sudanesa solicitaron protección internacional en España y, de ellas, 43 obtuvieron el estatuto de refugiado y 248 recibieron protección subsidiaria, lo que representa una de las tasas de reconocimiento más altas en España y da cuenta de la gravedad de la situación.