Alberto Santacruz

Mérida, 10 jul (EFE).- Las raíces de su libertad a la hora de amar y su basto deseo de perdonar y tolerar afloran sobre las tierras de sus conquistas. No quiere que crezcan de forma oculta.

Alejandro Magno, el todopoderoso rey macedonio, hace público su amor por Bagoas, un eunuco persa que le enseña dos palabras en su habla: ‘eshgh’ (amor) y ‘eshgham’ (mi amor). Occidente y Oriente, dos culturas que colisionan en el mundo de las relaciones entre hombres, pero también en cuanto al perdón y la integración frente al vasallaje.
‘Alejandro Magno y el eunuco persa’, la segunda obra del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, ha desnudado esta noche al macedonio para adentrarse en su perfil más humano e íntimo, que no es otro que el del amor, el del sexo más puro y el de las sensaciones de vida.
Diversidad, sexualidad y libertad convergen en esta obra que huye, como ocurría hace 22 siglos, de distribuir en cajas conceptuales la diversidad en orientaciones sexuales, identidades y relaciones afectivas. Y es que Alejandro ama a Bagoas, llora por Hefestión y se casa con Roxana.
Miguel Murillo, autor del texto, ha optado por quitarle la coraza de guerrero, cambiar la espada por un entrecruce de caricias y patear su casco para que afloren sus ideas e ideales. Las conquistas de un sinfín de pueblos se transforman en alcobas, un lugar que, más allá del sexo, es un jardín -reitero- de amor puro.
Bagoas, el eunuco persa que le acompañó en todos sus devenires, está colosal merced a un trabajo dulce y profundo de Miguel Ángel Amor, haciendo honor a su apellido. Junto a él, un rey sol sobre quienes todos orbitan, Alejandro El Grande. Guillermo Serrano se pone en la piel más íntima y fina del macedonio.
Su despliegue de tablas teatrales lo encumbran. Como si de Alejandro se tratara, Serrano se ha desgarrado en todas las escenas -muchas complejas- y en los diálogos, muy especialmente los cincelados de emotividad o de muy alta carga expresiva. El extremeño ha conquistado esta noche el ‘proscaenium’ del teatro emeritense.
Bagoas, criado en la cultura persa donde la homosexualidad no está bien vista, se enamora de Alejandro, en cuya Macedonia, bajo el influjo de Grecia, no existen etiquetas ni muros. Alejandro también se enamora de él, un personaje brillante y tierno.
Si en Grecia las relaciones entre hombres carecían de tapujos, comentarios y prohibiciones, en Persia existía un desprecio absoluto a las mismas. Este choque de culturas es absorbido y diluido en el vaso del amor puro.
Sobre esta relación orbitan, incluido Bucéfalo, su caballo de las mil batallas, el resto de personajes, historias y retazos éticos, los cuales no son menores, ni mucho menos.
Entre sus generales más cercanos están Ptolomeo, su brazo derecho, el responsable de que todo el Ejército esté al lado de Alejandro y de que los posibles generales díscolos con el proceder del macedonio -desprende tolerancia y respeto hacia los pueblos conquistados- no confabulen. Sublime Juan Carlos Castillejos en este papel.
«La tolerancia genera incertidumbre», le advierten a Alejandro.
Entre estos últimos también está Kratero (Chema Pizarro), el lado más belicoso del ardor guerrero. No quiere compartir y sí arrasar. El contrapunto lo pone la templanza y el amor que Hefestión siente por Alejandro. Juntos desde la infancia, ambos se admiran. Cada uno es parte del otro y así lo entiende en su labor teatral un estupendo David Gutiérrez. «Soñábamos juntos», le dice Alejandro.
Celos más o menos escondidos entre amantes y recelos de sus generales por casarse con una extranjera afloran entre los personajes, todo ello a través de un ritmo de obra quizás algo lento, pero muy visual y logrando que un mismo escenario ofrezca hasta cinco espacios teatrales.
Aunque la armonía a su alrededor es siempre su anhelo, hay otras piezas de Alejandro en esta obra y que sabe introducir y dirigir de forma magistral Pedro Penco en este proyecto que lleva más de 20 años en su cabeza.
Una de estas piezas es Heráclito, al que da vida Francis Lucas de una forma elegante, simpática y con toques irónicos. Es el bufón de Alejandro. Sabe divertirle, pero también apuntarle verdades incómodas y enseñarle las virtudes y bajezas del ser humano.
Olimpia (una contundente Paula Iwasaki), cuyo mensaje a su hijo incide en la idea de que es una deidad; Aristóteles (Rafael Nuñez) es su educador y otra de las personas que no ve con buenos ojos el giro de brújula de Alejandro hacia Oriente olvidando algunas costumbres de Occidente, y la princesa persa Roxana -Alejandro se casó con ella con el único objetivo de tener descendencia-, con una Ana García que sabe transmitir al público sus sentimientos de forma cálida y cercana.
Concluida la obra, el público ha abandonado las caveas del teatro emeritense entonando un canto al orgullo de las muchas maneras de amar o, al menos, esa es la intención de la misma.