Madrid, 8 sep (EFE).- La generación Z y no digamos la Alfa, la inmediatamente posterior, apuestan por armarios compartidos, un juego en el que tú me dejas, yo te dejo, que trasciende el ropero familiar con el que crear un guardarropa infinito.
Un armario compartido ha sido hasta ahora una cuestión familiar; las llamadas «prendas heredadas», piezas en buen uso que pasan de hermanos mayores a los más pequeños, continua siendo una máxima en todos los entornos.
Juan Ferrando, director del Grado de Diseño de Moda de la Universidad Nebrija, confirma a EFE que pasar prendas en el ámbito familiar siempre ha sido frecuente.
«La ropa iba en escala, tanto la de diario como la de los fines de semana, incluso los uniformes», y recuerda que también su madre y sus amigas tenían esa costumbre cuando se trataba de acudir a eventos especiales.
Una herencia, «literal», es habitual entre madres e hijas, especialmente cuando se trata de complementos o prendas de gran calidad, que trascienden el tiempo y las modas.
Bolsos de Dior, un pañuelo de Hermès, una gabardina de Burberry, ese fondo de armario intergeneracional y con historia pasa de una mano a otra dentro de casa.
Incluso dado el caso, si las tallas son similares, las adolescentes asaltan en el día a día el ropero de su progenitora y sus hermanas en busca de amplios jerseys de lana, blusas o accesorios.
Ferrando apunta a que la conciencia de ser sostenibles vuelve a poner de moda el intercambio de prendas.
«En lugar de vender en plataformas de segunda mano la reutilización se ha convertido en una opción», especialmente cuando se trata de acudir a eventos como una boda, una comunión o una cena de empresa y en el caso de los más jóvenes una fiesta de noche.
«Es una manera de no invertir en prendas muy formales, normalmente de precios elevados», que a la larga tienen poco uso, porque se evita lucir el mismo vestido si se coincide con los mismos invitados, detalla Ferrando, «y así se evita acumular prendas en el armario».
Una fusión que se multiplica cuando hablamos del intercambio entre amigas. «Compramos la ropa que más nos gusta, no pensamos en combinar los armarios», admite Celia que, a sus 16 años, cede ropa y toma prestada de su grupo de amigas.
Las italianas Betta y Anna aseguran que también siguen la misma secuencia. «Nos gusta cambiar y así no invertimos tanto» en moda, reconocen.
En la misma franja de edad, Inés asegura que se trata de echar imaginación a su bajo presupuesto. «¿Sostenibilidad? No es lo que más nos mueve, pero sí la tenemos en cuenta», aunque reconoce que su principal motivación es que su guardarropa parezca más amplio.
«Tenemos gustos comunes y la misma talla», apostillan Carla y Uxía, que indican que son principalmente los meses de verano cuando el trasiego de prendas es más intenso.
Intercambian vestidos, tops o bodies, una forma -indican- de ahorrar y de comprar sobre seguro si la prenda de sus amigas las convence.
En el caso de las generaciones más jóvenes, con una vida social activa y festiva, Ferrando argumenta que la apariencia adquiere mucho valor.
«Dice mucho que los encuentros sean para tomarse fotos con estilismos supertrabajados, imágenes de aspirantes a prescriptoras con las que quieren crear la idea de armario infinito», subraya.
Una actividad sobre la que Ferrando reflexiona sobre dos puntos de vista contrapuestos. Por un lado, una lectura positiva vinculada a la sostenibilidad dando una segunda vida a las prendas y otra negativa relacionada con el hecho de poner mucha atención en el físico, «en aparentar tener más que lo que tengo», un aspecto en el que las redes sociales tienen mucha influencia.