Badiucao: «No quiero renunciar a ser artista, aunque implique vivir bajo acoso y amenaza»

El artista Badiucao. EFE/Melissa Chan/ SOLO USO EDITORIAL/SOLO DISPONIBLE PARA ILUSTRAR LA NOTICIA QUE ACOMPAÑA (CRÉDITO OBLIGATORIO)

hacía presagiar que Badiucao (Shanghái, 1986) acabaría dedicándose al arte. Como tantos millones de chinos, su trayectoria parecía encaminada a encontrar un buen trabajo, comprar una casa y pagar las facturas. Pero la vida le tenía reservado un destino distinto. Uno solitario y combativo.

«El peligro está siempre acompañándome desde el primer día que empecé a crear arte político», relata. «Veo el arte como el camino que quería elegir para mi vida; era la decisión que debía tomar. No quiero renunciar a mi identidad de artista, aunque eso signifique vivir constantemente bajo acoso y amenaza».

Sentado frente a la pantalla de su ordenador en Melbourne (Australia), Badiucao habla con EFE de su experiencia en el exilio sin dramatismo, exhibiendo una sonrisa irónica al denunciar los excesos de un Gobierno chino que no ha escatimado recursos para censurar su trabajo y minar su afán creativo.

«El arte tiene esa magia de unir a la gente de una forma que el lenguaje tradicional no puede alcanzar. Apelamos a la forma más directa de comunicación, que es la visual (…), y eso es algo que el PCCh (Partido Comunista chino) no puede controlar», reflexiona Badiucao, ganador del premio Václav Havel a la Disidencia Creativa en 2020.

Un artista incómodo para China

Para entender la incomodidad que genera Badiucao en China, basta con fijarse en el fundamento mismo de sus obras: composiciones sencillas, fácilmente comprensibles para cualquier tipo de audiencia, que trasladan mensajes directos y contundentes sobre los abusos del Gobierno chino contra los derechos humanos más elementales.

Una de sus «víctimas» predilectas es el presidente de ese país, Xi Jinping, a quien ha retratado en infinidad de ocasiones, ya sea cazando a Winnie the Pooh o dándole el pecho a Vladímir Putin. Unas ilustraciones con las que pretende rebajar la imagen cuasi omnipotente de Xi, al que define como un «hombre convertido en dios».

«La agudeza de la caricatura es exponer esta situación hipócrita y mostrar que es más vulnerable. Lo más importante es bajarlo de ese trono de hombre convertido en dios», afirma un artista que no circunscribe sus críticas a China, sino que las amplía a otros regímenes autoritarios como Rusia o Irán, así como a países occidentales cuya democracia está en retroceso, particularmente Estados Unidos.

Es por ello que Badiucao se siente incómodo con el calificativo de «disidente», un término que tan solo implica «ir en contra de algo». Él prefiere ser considerado –y recordado– como un «defensor de los derechos humanos», que aplica «los mismos principios a todos los problemas del mundo».

«Creo en el potencial de las personas para buscar el cambio y comprender el valor de los derechos humanos universales. Incluso en los momentos más desesperados, incluso en medio de la crisis global que atravesamos, todavía hay esperanza, todavía hay cambios posibles esperando ahí fuera», subraya.

Antes y después del anonimato

Al indagar en su historia familiar, Badiucao no tarda en encontrar ejemplos de la misma represión que sufriría en tantos momentos de su vida. Su abuelo paterno, pionero del cine en China, murió en un campo de trabajo durante las purgas maoístas de los años cincuenta. En su familia, ser artista siempre ha sido sinónimo de problemas.

«Esas historias trágicas, transmitidas a mí por mis padres, inicialmente pretendían disuadirme de hacer arte. Pero, como adolescente, mi instinto era rebelarme y contraatacar», cuenta el creador shanghainés, quien abandonó China en 2009 para explotar su «potencial» como artista en un «entorno relativamente libre» como es Australia.

En 2019, después de que su identidad se viese «comprometida», mostró por primera vez su rostro y dejó atrás años de anonimato y de portar pasamontañas en sus apariciones públicas. Un gesto que le brindó mayor seguridad y reconocimiento, pero que también lo obligó a cortar toda comunicación con su familia.

«Si el Gobierno chino quiere dar conmigo, lo tiene que hacer directamente, no pueden amenazar a mis familiares o usarlos como mensajeros para transmitir sus chantajes. Es una elección difícil, pero no hay demasiado que pueda hacer por la gente en China, aparte de ser un completo desconocido para ellos. Mientras tanto, en Australia, en Europa, hay amenazas contra mí casi a diario», asegura.

Cuando aborda más en detalle esas «amenazas», Badiucao despliega un arsenal infinito de anécdotas: insultos por redes, ciberataques, seguimiento de agentes chinos por la calle, intentos de boicot de sus exposiciones y constantes acusaciones de ser «antichino» o de actuar en contra de los sentimientos de sus compatriotas.

«Conozco el placer, la diversión de crear arte libremente, y eso lo he estado haciendo lo suficiente como para no olvidarme de ello», concluye Badiucao, cuyas obras seguirán irritando a dictadores y déspotas, tanto dentro como fuera de China.

Javier Castro Bugarín

Taipéi, 27 jun (EFE).- Nada