Beirut, 3 ago (EFE).- El 4 de agosto de 2020, el cuartel de bomberos en el barrio beirutí de Karantina recibió una llamada avisando de un incendio en el puerto, adonde enseguida despacharon un equipo sin poder imaginarse que nunca volvería y que ese fuego aparentemente rutinario iba a provocar la mayor explosión no nuclear de la historia.
«Al llegar, el jefe del equipo vio que había una nave grande en llamas, la número 12, y que salía un humo muy intenso, aunque todas las puertas estaban cerradas y el humo subía por el cristal de arriba de este cobertizo», explicó a EFE el capitán Ali Najem, jefe de comunicación de la estación.
Nadie sabía entonces que en esa nave estaban almacenadas desde hacía seis años cientos de toneladas de nitrato de amonio sin medidas de protección. Los bomberos de Karantina desdoblaron sus mangueras y comenzaron las labores de extinción.
«En ese momento, uno del equipo llamó a la central del batallón para pedir refuerzos. El timbre de alerta para incendios sonó de nuevo en la segunda sección en servicio, los jóvenes salieron para apoyar a sus compañeros y, nada más salieron, ocurrió la explosión», recordó Najem.
Una llamada salvadora
La deflagración se llevó por delante la vida de los diez efectivos mientras luchaban por contener las llamas en la zona cero y el capitán cree que su llamada salvó la de otros compañeros en el cuartel, cercano al puerto y «casi destrozado» por la onda expansiva.
«Si los jóvenes se hubieran encontrado aún en sus dormitorios seguramente varios de ellos hubieran perdido la vida, porque las paredes se destruyeron, los armarios volaron», relató el responsable en su despacho de la estación, cuya fachada está hoy presidida por las fotografías de los diez caídos en 2020.
La explosión devastó barrios enteros de la capital libanesa, y dejó más de 200 muertos y 6.500 heridos.
Paul Naggear perdió a su hija de tres años en la tragedia, que la sorprendió en el apartamento familiar, ubicado a tan solo 800 metros del recinto portuario. Aquel día lo perdieron, en verdad, «todo»: la casa quedó «completamente destruida» y la pequeña Alexandra falleció poco después de traumatismo cerebral.
«Todo lo material es irrelevante, lo más importante es que perdimos a nuestra hija, que fue asesinada por un Estado profundamente corrupto y que permitió que megatones de explosivos en forma de nitrato de amonio fuesen almacenados al lado de nuestra casa», denunció el padre a EFE.
El flete de ese peligroso material, utilizado como fertilizante y también para la fabricación de explosivos, quedó supuestamente retenido en Beirut por problemas técnicos cuando viajaba hacia Mozambique. Diversos funcionarios e incluso altos cargos habían sido advertidos de su presencia en el puerto antes del desastre.
Naggear sabe que no es un caso «fácil» de investigar, pues no solo hay implicados en el Líbano sino también en una retahíla de países donde tienen sede compañías o individuos vinculados al cargamento de nitrato de amonio, y que también consideran «responsables de forma directa».
Es por eso que su principal demanda es obtener una justicia «completa», aunque ello suponga más tiempo de espera.
Esperando justicia
El Líbano lleva un lustro esperando los resultados de la investigación judicial sobre la explosión, que ha sido obstaculizada reiteradamente por ex altos cargos sospechosos en el caso hasta el punto de que estuvo suspendida durante casi tres años seguidos, tal y como alertaron numerosas organizaciones.
Se han producido hasta amenazas «directas» al investigador judicial, Tarek Bitar, y «la gente ni siquiera aparecía para los interrogatorios porque sentían que estaban protegidos por el Estado», destacó Naggear.
Mariana Foudalian, de la Asociación de Familias de las Víctimas, explicó a EFE que la pesquisa pudo ser retomada a comienzos de este año tras el nombramiento de un nuevo fiscal general, ya que el anterior se negaba a tramitar las citaciones para las personas llamadas a declarar por Bitar.
A ella, la explosión le robó a su hermana Gaia, que aquella tarde se disponía a tomar una ducha para salir juntas de compras. «Fue así como murió en su casa, al igual que todas las víctimas; perecieron en sus casas, en la carretera, en sus trabajos», lamentó Foudalian.
Junto a las otras familias, buscan una justicia «completa» no solo para sus seres queridos fallecidos sino también para el resto de libaneses, pues consideran que lograrla en un caso como este sentará un precedente claro: no aceptarán la repetición de ningún «crimen similar».
«En estos cinco años tuvimos que luchar un montón, tuvimos que hacer muchas manifestaciones, estuvimos siempre en la calle pidiendo justicia. Pero teníamos que haber estado en nuestras casas y haber obtenido justicia sin esto», zanjó la hermana de Gaia.
Noemí Jabois |