Ben, el israelí que pasó de colono «radical» a proteger a los palestinos en Cisjordania

El judío israelí Ben Zion Eshel (c), de 61 años, en la aldea beduina palestina de Ras Ein al Auya, en Cisjordania ocupada. EFE/ Magda Gibelli

Ras Ein Al Auya (Cisjordania), 4 jul (EFE).- A sus 61 años, el judío israelí Ben Zion Eshel es fácilmente reconocible entre la modestas casas de la aldea beduina palestina de Ras Ein al Auya, en Cisjordania ocupada, por su gorro de colores y sus gafas de pasta burdeos.

Aunque pasó su adolescencia en un asentamiento israelí -comunidades consideradas ilegales por la comunidad internacional que reciben apoyo de Israel-, donde llegó a ser, dice, un colono «radical», hoy dedica su vida junto a otros voluntarios a proteger a los palestinos de la violencia de los colonos que rodean y amenazan la aldea.

Desde una gran jaima amueblada con colchones y una pequeña cocina junto a este poblado desértico situado al norte de Jericó, bajo la que los activistas hacen guardias y duermen en alerta ante la posible llegada de colonos, Ben explica en una entrevista a EFE una vida de reflexión y cambio.

El disparo que le cambió la vida

En los años 80 del siglo pasado, Ben se mudó con sus padres desde una localidad al sur de Tel Aviv a Kedumim, uno de los asentamientos más radicales de Cisjordania, conocido por albergar a Bezalel Smotrich, el actual ministro de Finanzas de Israel, y a Daniela Weiss, activista de extrema derecha, que promueven la ampliación de las colonias desde una visión nacionalista y religiosa.

Recuerda que Weiss era amiga de sus padres, pero no simpatizaba con ella. «Nunca me cayó bien. Incluso cuando era un colono radical, no me gustaba, no era mi estilo», dice sentado en una silla de plástico a la sombra de la tienda, que alberga una pequeña cocina y colchones esparcidos por el suelo para los activistas.

En su juventud, Ben creía que al mudarse a Cisjordania había «regresado a su tierra» y que tenía derecho a estar allí, y nunca pensó que su presencia afectaba negativamente a otros.

Ahora critica la ideología de los colonos actuales y, en concreto, de los que se asentaron recientemente cerca de la aldea que protege estos días, a cuyos habitantes intimidan día tras día. «Su único propósito es vaciar Ras Ein Al Aouya, hacer la vida tan imposible para los palestinos que se tengan que ir a la zona A y B», dice.

Estas zonas, según los Acuerdos de Oslo de los años 90 del siglo pasado, en contraste con la zona C, que queda bajo control israelí y a la que pertenece esta aldea, están bajo control palestino parcial o total. «Cuando yo era adolescente, las zonas A, B y C no existían», recuerda Ben.

A los 18 años, Ben ingresó a una ‘yeshivá’ (escuela religiosa) ultranacionalista en un asentamiento cerca de Hebrón, al sur de Cisjordania. Sin embargo, no tardó en sentirse incómodo con el ambiente. «Estaban muy adoctrinados, sentí que estaba perdiendo mi personalidad», recuerda.

Tras un año y medio decidió continuar su formación en una ‘yeshivá’ vinculada al Ejército israelí cerca de Belén, dentro de un programa que combina estudios religiosos con el servicio militar.

Fue allí cuando supo que un conocido suyo de su primera escuela disparó contra trabajadores palestinos que regresaban a casa tras su jornada laboral en Israel, un acontecimiento que le cambió la vida.

«Les disparó. Era gente que solo iba a llevar comida a sus familias. Eso me hizo cambiar de opinión. Dije: ‘Algo no va bien aquí. Algo no está bien en todo el sistema de la gente religiosa de Israel'», reflexiona.

En pocos meses, sus ideas comenzaron a virar hacia la izquierda, pero durante 30 años no expresaba sus opiniones. «Tuve que morderme los labios para no decir lo que pensaba», añade.

 

uno de los integrantes de la comunidad beduina Ras Ein Al Auya, cuyos residentes constantemente están bajo alerta ante imprevisibles ataques de colonos israelíes.EFE/ Magda Gibelli

Salvar el mundo cerca de casa

Vista de la comunidad beduina Ras Ein Al Auya, cuyos residentes constantemente están bajo alerta ante imprevisibles ataques de colonos israelíes.EFE/ Magda Gibelli

Su segundo gran cambio llegó durante la pandemia de coronavirus, cuando leyó la novela ‘Y las montañas hablaron’, del escritor afgano-estadounidense Khaled Hosseini.

«Comprendí que no importa cuán justo seas, si eres una buena persona o una mala persona», dice Ben para añadir: «Lo que realmente importa, es si uno actúa o permanece pasivo ante la realidad».

Al cerrar el libro, sintió ganas de ir a Afganistán a «salvar el mundo», pero pronto entendió que su lucha estaba más cerca de casa. «Muy cerca la maldad ocurre de la peor manera», indica.

Desde entonces, junto a otros voluntarios -muchos de ellos israelíes-, Ben protege a los palestinos, escoltándolos para evitar ataques de colonos y documentando abusos.

Constantemente, tanto de día como de noche, los colonos entran en la aldea para atemorizar a sus habitantes, roban el ganado y les cortan el agua, explica Ben.

«Nos quedamos aquí (en la aldea) intentando ayudar, aunque muchas veces fracasamos», dice con una sonrisa amarga a la sombra del sol del mediodía, listo para actuar si los colonos invaden el pueblo y sus recursos.

Eso sí, su reflexión sigue ligada a la fe, aunque con un enfoque distinto. «Dios nos manda recordar cómo nos (a los judíos) trataron en Egipto. Pero también se debería recordar como trataron a los judíos en Europa antes del Holocausto», añade.

«La vida de los judíos entre las dos guerras (mundiales) se parece mucho a la de los palestinos ahora», opina. «Pero ahora no estamos del lado de quienes sufren. Estamos del lado de quienes no dejan vivir a los demás», añade.

«Esto es algo que de verdad me saca de quicio». «No es algo que pueda callarme. (…) Sé que puede parecer una locura, pero hay momentos en los que no se puede actuar con cordura. No puedes ser normal cuando sucede algo así».

Verónica Snoj