Borges a diario, del humor genial a la crítica acerada

Imagen de archivo del escritor Jorge Luis Borges. EFE

Alfredo Valenzuela

Sevilla, 9 jun (EFE).- Buena parte de las quinientas páginas del último libro de Roberto Alifano son entrecomillados de Jorge Luis Borges que el poeta fue anotando de sus encuentros con él, casi a diario, durante los últimos diez años de la vida del genio argentino, para dejar constancia de la brillantez con que pasaba del humor genial a la crítica acerada.

El poeta Roberto Alifano (1943), estrecho colaborador de Borges y amigo muy próximo de Pablo Neruda, a quien correspondió despedir en el cementerio de Santiago de Chile, ha recogido en «Primer Cuaderno Borges. Diarios, 1974-1976» (Renacimiento) el que tal vez sea el último testimonio vivo sobre el autor de «El Aleph».

Además de sus opiniones, estas páginas reflejan cómo transcurría la vida cotidiana de Borges, sus preferencias de lectura -o de relectura-, su apego familiar, especialmente con su madre, sus filias y sus fobias en plena madurez, en el último periodo del mandato de Juan Domingo Perón, a quien no dudaba en calificar de «émulo de Mussolini».

Su distanciamiento del peronismo le valió que cinco días después de la muerte del presidente argentino, dando un paseo con Alifano, unos fanáticos le insultaran desde un coche en marcha: «¡Ahora debés estar contento, viejo gorila!»

«El peronismo es una dictadura y todas las dictaduras fomentan la opresión, el servilismo, la crueldad; pero lo más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez con burócratas que balbucean de manera imperativa (…) combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes de la gente culta y de los escritores», era su impresión del régimen argentino.

Políticos y escritores

Ante las positivas reacciones internacionales por la muerte de Perón, dijo: «Perón ha conseguido engañarlos a todos. Como ya le dije, me ha superado. Es un impostor muy superior a mí».

Las críticas políticas de Borges no eran solo contra Perón, ya que un día que Alifano le cuenta que ha participado en una reunión en unas sedes sindicales, el escritor le advierte: «Son sitios peligrosísimos, verdaderas cuevas de mafiosos», si bien la diana principal de sus críticas son otros escritores, como Ernesto Sábato, de quien dijo que «le interesa pasar a la historia, ser un mártir».

De los políticos no tuvo buena opinión porque «no son hombres éticos; han contraído el habito de mentir, de sobornar, de sonreír todo el tiempo», y tampoco fue buena la que tuvo del periodismo, si se la despojaba de la ironía: «Se parece peligrosamente a la literatura».

Del cantaor y bailarín Miguel de Molina pensaba que era «un histrión insoportable», y añadió: «Yo no sé como Soldi puede ser amigo de un imbécil como ese. Me recuerda mucho a García Lorca, quiere ser el centro de atención todo el tiempo», una opinión que contrasta con la tenía del poeta Ángel González: «Muy grata persona, un hombre bien ubicado y respetuoso. Es todo un caballero».

Tampoco tuvo Borges buena opinión personal de Juan Ramón Jiménez, de quien ponía en duda sus hábitos de higiene personal y de quien dijo: «No era un hombre muy agradable ni demasiado simpático. Una persona más bien de distancia, soberbia, con un humor ofensivo. A su mujer la trataba duramente, aunque le dedicaba poemas exageradamente dulces. Yo creo que era un subrepticio misógino».

Multitudes y académicos

En estas páginas se sigue confesando discípulo del escritor sevillano Rafael Cansinos Assens: «Fue una de las últimas personas que vi antes de dejar Europa, y esa despedida fue como si me encontrara con todas las bibliotecas del Occidente y del Oriente en un mismo tiempo. Él se jactaba de poder saludar a las estrellas en catorce idiomas clásicos y modernos. Era un hombre que había leído todos los libros del mundo».

En su aversión a las multitudes, Borges llegó a comparar las de los partidos de fútbol con «las reuniones en la Academia de las Letras» y, ante el asombro de Alifano, le contestó que en la Academia «se reúne una muchedumbre de falsos eruditos, de grandes impostores. Sin embargo el café que sirven allí es bueno, lo único que vale la pena. Yo soy académico pero casi no voy; demasiados profesores, gente suficiente, insoportable».

De Estados Unidos efectuó una crítica que preconizaba lo políticamente correcto: «En Estados Unidos se espera que uno sea partidario de los indios, que hable mal del país y, también, que sea comunista. Cuando yo estoy allí y me niego a esas tonterías, a veces defraudo a los que me escuchan».

Una vez que Alifano viajó a Nueva York también consignó un encuentro con Woody Allen, quien al conocer su proximidad con el maestro le dijo: «No pasa un día en que no lea un texto suyo. Es el más grande poeta de nuestro tiempo».