Calambrazo de ‘viejo testamento’

Inicio de la demolición de la grada preferente Benito Villamarín de Sevilla con la que el club verdiblanco da inicio a los trabajos de remodelación de su estadio. EFE/José Manuel Vidal

Sevilla, 9 sep (EFE).- Un calambrazo ha recorrido este martes la espina dorsal del beticismo veterotestamentario cuando la piqueta ha empezado a derribar los últimos vestigios del viejo Benito Villamarín, la tribuna de Preferencia que se construyó para el Mundial de España de 1982 y que, junto a la de Fondo, se inauguró dos años antes.

Dos ‘diplodocus’, como se llama coloquialmente a las retroexcavadoras, han empezado a derruir la parte baja de Preferencia por donde antiguamente se ponían las vallas que separaban el césped de las gradas, en lo que se llamaba en las viejas taquillas el ‘banco de pista’ y donde se sentaban los que les gustaba el fútbol de cerca y los ‘niños y militares sin graduación’.

Y han empezado casi por donde un día de 1990 un futbolista ruso tan fugaz como mujeriego llamado Sergey Neiman se quedó medio dormido en la banda en un calentamiento, no en balde el lampiño soviético había descubierto, como los camaradas Iranoff, Buljanoff y Kopalski de ‘Ninotchka’, las delicias del capitalismo y las había apurado como si no hubiera un mañana mientras su mujer estaba en Moscú.

Las pinzas han pegado sus ‘bocados’ inmisericordes en cada zona que los béticos guardan en su memoria, aquí Rafael Gordillo, allí el efímero inglés Pete Barnes, más allá un balón a un Canito retador con Hugo Sánchez y, por aquí te quiero ver por bulerías del barrio de Santiago, el artista jerezano Antonio Benítez, internacional por las dos bandas y de cuya muerte hace cinco años se acordaron sólo los que hoy tienen un pellizco cuando han visto las máquinas.

El Benito Villamarín no se construyó nunca de una vez pero siempre estuvo allí, al final de la avenida de la Palmera, donde se edificó el Stadium de la Exposición de 1929 sobre el que el Betis levantó su leyenda de cimas y simas desde 1939 hasta hoy, cuando juega en La Cartuja hasta que en 2027 esté completado el nuevo estadio.

La vieja Preferencia, pionera en los palcos que entonces eran al aire libre y con sillas plegables de casa ‘Quidiello’, ya cayó una vez y se levantó para el Mundial 82, para el que ya estaba construido desde 1976 un voladizo que aún está en pie y que, por su fisonomía, hizo que los maledicentes llamaran al estadio bético la caja de herramientas, ‘venganza’ del sevillismo porque al inacabado Sánchez Pizuán lo bautizó el beticismo como las ‘ruinas de Itálica’.

El Betis desbloquea una huelga de la construcción

Inicio de la demolición de la grada preferente Benito Villamarín de Sevilla con la que el club verdiblanco da inicio a los trabajos de remodelación de su estadio. EFE/José Manuel Vidal

La última vez que se derribó la Preferencia del Villamarín, en julio de 1980, el Betis fue capaz de desbloquear una huelga de la construcción y el maestro de periodistas Antonio Burgos escribió que «está visto y demostrado que el carnet del Betis prima sobre el carnet de Comisiones y sobre el carnet de Ugeté, sobre la Segunda Internacional y sobre la Tercera Internacional, sobre la Internacional del Dinero y sobre la Internacional del Capital».

‘La Oité, o sea la OIT. Es la Organización Internacional del Trabajo, asunto de la ONU, y está en Ginebra. Mejor dicho: estaba. Estaba, porque me he enterado que la van a quitar de allí y la van a poner en la calle Conde de Barajas, secretaría del Betis, que ya no será Real Betis Balompié, sino Real Betis Oité. Porque no conocíamos esta mano de santo que tenía nuestro Betis güeno para acabar las huelgas y solucionar los conflictos’, escribió Burgos en su artículo ‘Real Betis Oité’.

Una cometa de homenaje al fútbol

Inicio de la demolición de la grada preferente Benito Villamarín de Sevilla con la que el club verdiblanco da inicio a los trabajos de remodelación de su estadio. EFE/José Manuel Vidal

A cada pellizco del ‘diplodocus’, un jugador, una ‘cacha’ de tacón de Gordillo al madridista Pineda, una ‘reolina de Javier López, quien se había quedado sólo con Julio Cardeñosa porque Sebastián Alabanda ya se había ido, el contrataque en estado puro con Enrique Morán y el Lobo Diarte, el fútbol de arrabal y clase de Antolín Ortega y Antonio Biosca, la garantía de José Ramón Esnaola: ese Betis de los ochenta antes de que llegara la ruina de después, la primera antes de la que siguió a Ruiz de Lopera.

El estadio se rodó con fútbol del bueno y la puesta de largo internacional le llegó el 18 de junio de 1982 con la deslumbrante Brasil de Tele Santana, que lo tenía todo menos portero, Valdir Peres, y delantero, un tal Serginho, y que le puso la banda sonora de sus escuelas de samba al espectáculo del césped y de una grada de inverosímiles mulatas.

Nadie entendía que jugadores como Leandro y Junior fueran dos laterales, al uso de los de entonces, que se le pudiera pegar al balón como Eder, ni que se pudiera jugar con la cadencia y la clase de Zico o Falcao, o que el capitán Sócrates pudiera mover con tanta elegancia su 1,93 con un 37 de pie: y nadie entendió como aquella generación de futbolistas de dibujos animados pudiera ser eliminada por la Italia de Bearzot, luego campeona.

Ni tampoco entenderán muchos béticos de hoy la impronta de esa tribuna que ha empezado a caer y que, pese al prosaico e indiferente trabajo del diplodocus, se quedó embelesada un día de junio de 1982 con un carioca que, viendo como jugaban los suyos ante Nueva Zelanda, dio un recital de cometa como homenaje al fútbol.

Carlos del Barco