Carlos Mallo, premio Goldman: Vamos tarde en el desmantelamiento de infraestructuras

El español Carlos Mallo se ha llevado el premio de islas y naciones insulares del Premio Goldman, considerado le Nobel "verde" por ayudar a liderar una campaña mundial para impedir la construcción del macropuerto de Fonsalía (Guía de Isora, Tenerife).EFE/Ramón de la Rocha

Cristina Magdaleno

El español Carlos Mallo se ha llevado el premio de islas y naciones insulares del Premio Goldman, considerado le Nobel "verde" por ayudar a liderar una campaña mundial para impedir la construcción del macropuerto de Fonsalía (Guía de Isora, Tenerife).EFE/Ramón de la Rocha

Guía de Isora (Tenerife), 21 abr (EFE).- En 2016, el ingeniero de caminos Carlos Mallo se encontraba trabajando en el denominado como “anillo insular” de Tenerife, una carretera que uniría norte y sur de la isla y descongestionaría, en teoría, las carreteras. Una década después, Mallo ha recorrido un camino casi inverso y aboga ahora por el desmantelamiento de infraestructuras innecesarias y obsoletas: “Vamos tarde”, afirma en una entrevista con EFE.

El español Carlos Mallo se ha llevado el premio de islas y naciones insulares del Premio Goldman, considerado le Nobel "verde" por ayudar a liderar una campaña mundial para impedir la construcción del macropuerto de Fonsalía (Guía de Isora, Tenerife).EFE/Ramón de la Rocha

Este lunes recibe uno de los siete premios Goldman, conocidos como los ‘Nobel verdes’, que la fundación medioambiental estadounidense entrega cada año a los activistas más destacados en la protección del planeta. El año pasado, otra española, la profesora Teresa Vicente recibió también el galardón por su defensa del Mar Menor.

La fundación reconoce el liderazgo de Mallo como activista contra la construcción del macropuerto de Fonsalía, en Guía de Isora (Tenerife), y en la protección de la zona marítima de especial conservación Teno-Rasca a través de su ONG Innoceana.

Pregunta: ¿Cómo termina un ingeniero de caminos movilizándose contra obras como el puerto de Fonsalía?

Respuesta: Hasta 2016 trabajé como ingeniero en la obra del anillo insular y una de las partes era el ramal de Fonsalía. Me enamoré de la zona, iba a bucear y algo me cambió en el cerebro al saber que la carretera que estábamos construyendo era para el macropuerto. Decidí saltar al vacío, dejarlo todo y montar una ONG centrada en que no se destruyese.

P: Sobre esos riesgos que sacuden la zona de especial conservación Teno-Rasca, ¿cuánto tiene que ver el turismo de masas?

R: En unas islas tan pequeñas, con ecosistemas tan frágiles y con espacios tan pequeños, cualquier impacto humano es exponencial. En esos ‘hotspots’ (puntos calientes) de biodiversidad con tanta concentración de vida en tan poco espacio, cualquier impacto humano afecta. La actividad humana es la principal amenaza de estas islas.

P: ¿Se puede caminar hacia un turismo sostenible en zonas que llevan tres o cuatro décadas con un modelo parecido?

R: Estoy convencido de que sí. 30 o 40 años, aunque parezcan muchos, no es nada en la escala del ser humano o del planeta… Son segundos o nanosegundos. Hay que transformar el modelo. El turismo que reina en Tenerife y en Canarias es demasiado barato y no tiene en cuenta el coste medioambiental. Ese coste se tiene que imputar al turista, es la única manera.

P: A nivel de biodiversidad, ¿qué está en juego en la zona Teno-Rasca?

R: Donde iba el macropuerto está el corazón de la zona de especial conservación y el segundo santuario de ballenas de Europa. Es uno de esos ‘hotspots’. Está lleno de tortugas verdes y bobas, calderones tropicales, rorcuales, elasmobranquios, sebadales y miles de especies que, por la profundidad de la zona, ni conocemos. Es absurdo destruir eso.

P: Es una zona donde además aparecen a menudo cetáceos atropellados…

R: Sí. Hacer un puerto aquí es como poner un megahotel gigante en el Parque Nacional del Teide. Hemos visto casos de calderones que han aparecido con la aleta caudal cortada… muy trágico. Se generan muchos impactos por la actividad, por la etapa de construcción y, en un futuro, por su desmantelamiento, que es un concepto que España aún no se trabaja demasiado, pero que es necesario.

P: Habla mucho de ello, de que hay que empezar a desmantelar infraestructuras. ¿Puede ahondar en el concepto?

R: Sí, hay muchos casos en España susceptibles, como las presas que se construyeron en los años 50, con una vida útil de 30 a 40 años… o sea, que ya vamos tarde. También ese ‘boom’ de la construcción en los 80, los 90… En cuanto al turismo es algo más reciente y continúan dentro de su vida útil, pero tendrán que ser desmanteladas. No podemos pretender que eso la naturaleza se lo coma.

P: Es un concepto que requiere también de un esfuerzo presupuestario que no sé si percibe…

R: No ha habido hasta ahora una palanca presupuestaria real para ejecutar esos desmantelamientos. Y hace falta mucho dinero. Repito mucho la frase de que la ingeniería civil ha estado hasta ahora al servicio de la sociedad, pero ahora tiene que estar al servicio del medio ambiente y que haya un cambio de paradigma.

P: ¿Es pesimista climático?

R: Intento no serlo, creo que soy optimista, pero tengo mis altibajos de pensar que la crisis climática es irreversible. En los últimos ocho años mi mayor esfuerzo con Innoceana ha sido hacer restauraciones de pasto marino (sebadales en Tenerife o corales en Costa Rica) y es casi imposible de restaurar. Cientos de miles de euros y resultados deprimentes. Mientras, ves que una construcción destroza mucho y muy rápido, lo que te hace pensar que es todo muy difícil o casi imposible. Pero creo que soy optimista climático porque digo ‘casi’ imposible.