Gaza, 19 sep (EFE).- En el Hospital Al Rantisi de la ciudad de Gaza aún huele a pintura porque fue reformado hace tan sólo unos meses. Sus pasillos vacíos, sus techos destrozados y el polvo que cubre sus muebles cuentan, sin embargo, otra historia: la del bombardeo contra el último hospital pediátrico de la ciudad de Gaza de manos del Ejército de Israel.
El centro, uno de los más importantes en la Franja de Gaza con especialidad en pediatría, llegó a atender diariamente a unas 350 personas, explica el jefe del departamento de Nutrición, Ahmed Basal. Cuando EFE visitó el centro este jueves sólo quedaban 17, después de que el ataque del martes hiciera a los pacientes huir despavoridos, algunos aún enganchados a sus cánulas y tanques de oxígeno.
«De repente lanzaron una bomba, lo que causó un gran estado de pánico entre los pacientes. Intentamos controlar la situación pero no fue posible, luego lanzaron tres bombas más», recuerda la enfermera Regad Abu Auda.
Drones cuadricópteros del Ejército israelí lanzaron en la noche del martes un explosivo menor contra el tejado del centro y, minutos después, tres de mayor potencia.
Al momento del ataque, en el hospital había unos 80 pacientes. Abu Auda guarda en su memoria la reacción de una madre que sostenía la mano de su hijo: «Se repetía ‘¿A dónde voy? ‘¿Qué hago?'».
Algunos de los pacientes (entre ellos cinco niños en cuidados intensivos) estaban conectados a sistemas de respiración asistida y no pudieron abandonar el centro. Abu Auda permaneció a su lado y, tras el ataque, muchos pacientes volvieron «como si el bombardeo hubiera sido un momento pasajero».
Entre quienes se quedaron está Manar Zaki al Batran, madre de dos niñas ingresadas desde hace cuatro meses el centro: Lara y Aya.
«Estaba sentada con mi hija (no aclara cuál) en medio del hospital cuando cayeron tres bombas, el polvo inundó el lugar, mi hija se asfixió y sufrió mucho. Intenté sacarla del hospital pero no pude, porque no puede caminar ni moverse y está conectada a la respiración artificial», explica cansada Manar.
Aya sufre atrofia cerebral, cuenta su madre, preocupada aún más por Lara, ya que no tenía ninguna enfermedad previa. «Cuando la despierto por la mañana y la llamo ‘Lara, Lara…’ no responde ni abre los ojos».
La llevó al Al Rantisi, donde los médicos recomendaron trasladarla al extranjero. Las evacuaciones de Gaza por razones médicas requieren un arduo proceso de permisos entre el Ministerio de Sanidad gazatí, la Organización Mundial de la Salud, los países receptores y las propias autoridades israelíes.
Cuatro meses después, Manar Al Batran sigue esperando: «Sufrió parálisis, no mueve sus manos ni pies desde el principio y pasó setenta días con un respirador. No puede respirar sola. Su estado empeoró y yo sufrí mucho por ella».
Resistir en un hospital sin recursos
«Prefiero morir con mi hija dentro del hospital que arriesgar su vida fuera. No dejaré el Al Rantisi aunque nos encierren, porque la vida de mi hija es más importante que todo en este mundo», sentencia Al Batran.
También la enfermera Abu Rauda dice estar preparada mentalmente si el Ejército asedia el hospital, en medio de la expansión de la ofensiva terrestre de Israel en la capital gazatí: «Nuestro deber es mantenernos en nuestros puestos».
El doctor Ahmed Basal, sin embargo, no olvida las condiciones en las que todos resistirán: los medicamentos escasean y algunos, esenciales, ni siquiera están disponibles. También se agotan las soluciones intravenosas y las transfusiones de sangre.
El bombardeo del Ejército israelí afectó al sistema de red y el centro se quedó sin internet. Además, los tanques de agua se vieron dañados, por lo que tampoco tienen agua para sus pacientes con facilidad. Apenas hay electricidad y Basal teme que ataquen también a su generador.
«Los pacientes que pernoctan en el hospital no reciben ni desayunos ni cenas. ¿Cómo se le puede negar el desayuno y la cena a un niño pequeño? ¿Y cómo se le puede negar a un funcionario que está en este hospital 24 horas?», lamenta.
El padre de Basal, explica, fue comerciante de zapatos y, antes de que Israel sacara sus asentamientos de Gaza en 2005 y sometiera la Franja al bloqueo, recuerda cómo en su casa compartían té y comida con visitantes israelíes.
«Nunca imaginé que viviría estas circunstancias en Gaza», lamenta ahora.
Ahmed Awad