Roma, 15 jul (EFE).- Cicciolina fue durante muchos años sinónimo de transgresión, un mito en la cultura popular: una diva del porno metida a diputada en la Italia de los años 80, ariete rubio contra el puritanismo. Pero aquel tiempo ha pasado y ahora la actriz hace memoria en paz: «A Dios le diré que siempre hice lo que quise», confiesa a EFE.
«Tengo la conciencia tranquila. He llegado a mi edad amándome porque hice lo que quise y procuré el bien a la gente», asegura.
Cicciolina (Budapest, 1951) camina tranquila por su barrio romano, entra en un bar y pide una cerveza «pequeña» que luego no lo es tanto. Su melena platino la delata en la distancia. De cerca, está envuelta en color: tacones, pantalón azul y una blusa rosa combinada perfectamente con sus uñas, labios y la sombra sobre sus párpados.
Nada que esconder
Vive en un ático cercano comprado con la fortuna de su época dorada, acompañada por nueve gatos persas: «Me entretengo con las redes sociales, cocino, paseo.. Mi vida es bastante simple», admite nada más sentarse.
Aparece con un libro de memorias que vende en su nuevo portal de internet -junto a dedicatorias y hasta su propia lencería- y en el que recorre su infancia en la Budapest comunista, aún como Ilona Staller, hasta su renacer como ‘Cicciolina’.
Su fama nació en los 70, hablando de sexo por la radio a los italianos, pero estalló con la pornografía. Un pasado del que se siente orgullosa: «No puedo decir nada malo del porno porque gané mucho dinero. No hay que escupir sobre el plato del que se come», zanja, al comentar títulos como ‘Orgia Nuclear’ (1984).
Cicciolina dio la gran sorpresa en 1987, cuando fue elegida diputada del Partido Radical: «Hacía campaña en las discotecas. Pedía el voto y repartía besos. Fue una locura», recuerda soltando una carcajada.
Aquella mujer que mostraba cada centímetro de su piel al mundo entraba al Parlamento de la católica Italia para sentarse ante mastodontes como Giulio Andreotti: «Un día me saludó, hay una foto en Google. Se acercó y me dijo: ‘Honorable Staller, debería usar más tela'».
Contra Orban
Cicciolina define su «innata» vocación política con el lema «paz y amor» y destaca una docena de proyectos de ley que impulsó, como uno para garantizar intimidad sexual a los presos (este año un tribunal ordenó una medida similar).
En otros proponía impartir sexualidad en las escuelas o prohibir la vivisección. «Algunas de mis propuestas siguen siendo modernas», reivindica.
A sus 73 años, la política todavía le interesa y sigue atentamente los avatares de su Hungría natal, donde reside parte de su familia, tildando de «dictador» al primer ministro, Viktor Orban.
«Espero que se vaya cuanto antes», se moja, antes de aplaudir, como «icono gay», el último Orgullo que desafió al poder en las calles de Budapest.
La actriz se considera feminista ‘a su manera’ y asegura que nunca se ha sentido usada: «Siempre fui una mujer libre, desde niña», asevera, aunque reconoce alguna afrenta de representantes y colegas.
Sí asume que sus papeles eróticos dificultaron una carrera televisiva: «Algunos santurrones me cerraron la puerta en las narices. No entendía la razón, mi trabajo era como el de una funcionaria. Fichaba, grababa y me iba».
Actualmente percibe una pensión vitalicia por su legislatura como diputada -ha recurrido su reciente recorte- y también cobra sus trabajos en televisión, entre programas y ‘Reality Shows’, aunque en el pasado ha denunciado algunas estrecheces.
«Obviamente sigo trabajando, tengo que ingresar. Con los 1.300 euros del Parlamento italiano…», rezonga.
La paz con Koons
En el plano sentimental, está «soltera por elección» y afirma que su persona más querida es su hijo Ludwig, fruto de su convulso matrimonio con el escultor Jeff Koons.
Atrás quedan los litigios con el famoso artista que la esculpió en variadas posturas sexuales: «Ambos hemos entendido que debíamos dejar de reñir, ya somos mayores», apacigua.
Otra de las guindas de su extraordinaria existencia es el rumor de que, trabajando de joven en un hotel en Budapest, hizo de espía y, aunque lo confirma tímidamente, evita hablar de ello.
Cicciolina tiene algo de contradicción, es cándida pero al mismo tiempo certera y provocadora: «Yo cambié el sentido del pudor en Italia. Fue importante», presume, aún recordando el artículo del Código Penal que castigaba el delito de ‘obscenidad’, del que tantas veces fue denunciada. «El quinientos-veintiocho», paladea.
¿Cree en Dios? «Si, aunque creería más si castigara a los malvados que hacen la guerra», se revuelve. ¿Y si un día se encontrara ante Él? «Le diría que siempre hice lo que quise», imagina.
«Yo repetiría mi historia, del mismo modo», reconoce la «pornodiva», acariciando el cristal de un vaso ya vacío.
Gonzalo Sánchez