Berlín, 2 oct (EFE).- El 3 de octubre de 1990 a las 00:00 horas, la República Democrática Alemana (RDA) dejó de existir y su territorio se integró en la República Federal Alemana (RFA), poniendo fin a cuatro décadas de división cuyos efectos sin embargo todavía se hacen notar en el presente.
Éstas son las claves de la reunificación que este viernes cumple 35 años:
La caída del régimen comunista
La insatisfacción de la población, las protestas y el creciente aislamiento internacional del régimen encabezado por el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) propiciaron el colapso del Gobierno de la RDA, en el que se vivió como punto de inflexión simbólico la caída del muro de Berlín en 1989.
A ello siguió un proceso de reforma y de transición hacia la democracia, con la disolución de la temida policía secreta o Stasi y la celebración de las primeras y últimas elecciones libres en la RDA el 18 de marzo de 1990, de las que surgió un Gobierno de coalición que entabló negociaciones para la adhesión a la RFA.
El visto bueno de las potencias
Las antiguas potencias de ocupación vencedoras de la Segunda Guerra Mundial -Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética- con derecho legal a veto, acabaron por dar luz verde a la reunificación.
Lo hicieron pese a las reticencias iniciales de Londres y de París, que temían que una Alemania unida provocase un desequilibrio político en la Comunidad Económica Europea (CEE) o incluso recuperase sus antiguas ambiciones de dominio.
La URSS, bajo el mando de Mijaíl Gorbachov, acabó por aceptar incluso que la nueva Alemania unida no fuera neutral, como demandaba inicialmente, sino parte de la OTAN, y terminó de retirar a su ejército del este en 1994.
Una sola Alemania
Tras varios meses de negociaciones, el 31 de agosto el entonces ministro del Interior de la RFA, Wolfgang Schäuble, y el jefe negociador oriental, Günther Krause, firmaron un tratado de reunificación en el Kronprinzenpalais berlinés, que en aproximadamente un millar de páginas, nueve capítulos y 45 artículos reguló el proceso de integración.
La Constitución de la RFA pasaría a aplicarse también en los territorios de la RDA, que formarían los cinco estados federados «nuevos» -Brandeburgo, Mecklenburg-Antepomerania, Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia, con Berlín como capital de la Alemania unificada, en lugar de Bonn.
Después de que los dos parlamentos aprobasen el tratado- la oriental Cámara Popular con 299 de 380 votos y el occidental Bundestag con 442 de 492-, éste entro en vigor la medianoche del 2 al 3 de octubre de 1990.
El coste de la unificación
Pese a la unificación legal, la integración social y económica fue un proceso gradual que no ha concluido todavía: 35 años después, según los expertos, se ha acumulado un coste total estimado de casi dos billones de euros, una gran parte de ellos transferencias destinadas a elevar los estándares en el antiguo este y paliar el ‘shock’ que supuso la reunificación.
La RDA ya se hallaba sumida en una crisis económica, y la introducción del capitalismo de la noche a la mañana destruyó por completo buena parte del tejido económico.
Con la adopción del marco del oeste como moneda de curso legal con una tasa de cambio 1:1, la súbita necesidad de competir con las empresas del oeste alemán y de Occidente en general y la liquidación de unas 3.700 empresas como parte del proceso sistemático de privatización, se calcula que entre un millón y dos millones y medio de personas perdieron sus puestos de trabajo.
La desigualdad persiste
Aunque indicadores como el desempleo y el poder adquisitivo han mejorado progresivamente en las últimas décadas, las desigualdades estructurales persisten y algunas diferencias incluso se han afianzado. El éxodo masivo hacia el oeste ha llevado a que la población del este se encuentre más envejecida y, según estudios, los trabajadores siguen cobrando de media un 10 % menos.
La ‘frontera fantasma’ también ha vuelto a quedar patente en las elecciones legislativas del pasado 23 de febrero, en las que la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) arrasó en todos los ‘Länder’ del antiguo este, aunque la izquierdista Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), de corte populista y de reciente fundación, también cosecha más votos que en el oeste.
En Alemania han corrido en los últimos años ríos de tinta sobre cómo viven su identidad las nuevas generaciones en el este, sobre el motivo de la sensación de agravio que no desaparece y sobre su escepticismo frente a las instituciones y el Estado central.
Todos ellos retos que no tienen visos de desaparecer pronto, sino que por el contrario seguirán determinando el futuro de Alemania en su conjunto en los próximos años.