Carlos González de Rivera
Mérida, 23 jul (EFE).- Ni prostituta de Egipto ni serpiente del Nilo, la ‘nueva’ Cleopatra que estos días se representa en Mérida es profundamente humana. Una mujer que sufre por sus amores, por sus hijos y por devolver la grandeza a su tierra, y que en muchos momentos se siente sola.
La propuesta de Florián Recio, bajo la dirección de Ignasi Vidal, huye del imaginario colectivo creado en torno a la figura de Cleopatra desde una visión masculina, con algunos retazos históricos y mucha fantasía, para recrear la parte personal en un drama musical coproducido por el festival emeritense y Paco Macarro.
Sin embargo, la mujer que encarna Natalia Millán no pierde algunos de los rasgos que caracterizan a la mitología del personaje, como su belleza, su inteligencia, su poderío y su pasión.
Pasión por su hijos, pasión por su Marco Antonio y pasión por su Egipto.
Este musical llega cuatro años después de la representación en Mérida del drama ‘Antonio y Cleopatra’, una versión de Vicente Molina Foix del texto de William Shakespeare con Ana Belén como reina de Egipto, que sí cumplía con algunos de los estereotipos clásicos, como su carácter caprichoso o su capacidad para manipular a los hombres.
Este era también el sello que tenía la Cleopatra que inmortalizó para el cine Elizabeth Taylor, cuya imagen no se asemeja en nada a la que ofrece Natalia Millán, ni en su personalidad ni por la falta del llamativo maquillaje que caracterizó a la actriz británica.
Recio desmonta esa Cleopatra, porque realmente no se conoce mucho de la última representante de la dinastía helénica egipcia de los Ptolomeos, y se centra en la parte humana del último encuentro de la pareja.
Marco Antonio vuelve a Alejandría «aburrido» de la política de Roma tras cinco años de ausencia. Marchó para asistir a las exequias de su mujer y una vez allí se casó con Octavia, la hermana de Augusto.
Cleopatra se siente sola porque perdió primero a Julio César, asesinado, el padre de su hijo Cesarión, y después fue abandonada por Marco Antonio, con el que tuvo a Selene.
Le recibe despechada, «esclava del ayer y cautiva de la melancolía», y temerosa de la «indiferencia» de Marco Antonio, pero todo vuelve a ser como antes y retoman el amor.
De forma paralela transcurren las intrigas políticas. Egipto es aliada de Roma en lucha contra los partos, pero la reina defiende sus intereses y el general los suyos.
Y Marco Antonio, un personaje también humano y lleno de contradicciones, cae derrotado ante Augusto, que además ejecuta a Cesarión y se presenta a las puertas de Alejandría. Todo está perdido.
Llega el tráfico final, pero el momento más poético y emotivo de la función, interrumpido por momentos por los aplausos del público, cuando los dos amantes comparten la copa envenenada.
Junto a ellos, pero en un segundo plano, están el resto de personajes de la obra, como los hijos Cesarión (Iván Clemente) y Selena (Habana Rubio), la sacerdotisa Berenice (Virginia Muñoz), la sirvienta Marcina (Beatriz Ros) y Paco Morales, que hace de Demetrio, el militar que traiciona a Marco Antonio y se pasa al bando de Augusto.
La respuesta del público, con el graderío prácticamente lleno y la reacción final, coincide con lo que anticipó el director del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, Jesús Cimarro, que el musical es uno de los géneros «más solicitados y queridos». EFE