Paula García-Ajofrín
Kasungu (Malaui), 16 jun (EFE).- En una pequeña parcela en el centro de Malaui, una joven familia camina entre hileras de un maíz que apenas crece. La cosecha ya se anticipa escasa por los estragos del cambio climático: lluvias cada vez más irregulares y largas sequías que amenazan la agricultura, pilar económico del país.
Foster Phiri y Tamala Chipolopolo viven con su hijo en Kasungu, un distrito de la región central de Malaui golpeado por el hambre y el cambio climático. Ambos observan sus tierras con preocupación.
Explican a EFE que su principal desafío es el clima: cuando llueve, las precipitaciones son intensas; y cuando más se necesita el agua, simplemente no llega.
Este año, parte del maíz germinó y creció bien, pero el resto se perdió. Intentaron una segunda siembra para salvar la cosecha, pero las lluvias no volvieron.
Y se sumó otro obstáculo: no pudieron comprar semilla certificada y reutilizaron la de la cosecha anterior por falta de recursos: “El precio era alto”, lamentan.
Hoy, con gesto serio, cuentan que han recogido muchos menos sacos que en años anteriores, cuando la misma parcela producía hasta doce.
Su historia refleja la realidad de miles de agricultores en Malaui, donde más del 80 % de la población depende del campo y 5,7 millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria aguda, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Un ciclón letal

En marzo de 2023, Malaui fue golpeado por el ciclón Freddy -una de las tormentas más mortíferas registradas en África en las últimas dos décadas-, justo cuando el país soportaba un brote de cólera y altos niveles de hambre.
El ciclón causó unos 1.200 muertos y dejó más de medio millón de desplazados.
Las pérdidas fueron especialmente duras para los pequeños agricultores: 546.000 familias perdieron sus cultivos y ganado, y 1,6 millones de hogares cayeron en inseguridad alimentaria, según la ONU.
Unos meses después, en noviembre de ese mismo año, Malaui sufrió los efectos del fenómeno El Niño, que se extendió durante 2024 y trajo sequías severas en etapas clave del desarrollo de los cultivos.
La producción de maíz -alimento básico en Malaui- cayó un 17 % respecto al año anterior. Hoy, su precio es un 160 % superior al promedio de los últimos cinco años, en un contexto de inflación galopante, que continúa encareciendo los productos esenciales.
Inseguridad alimentaria

La caída en la producción agrícola tiene consecuencias directas en la vida de las familias rurales. Con las reservas de alimentos agotadas, muchas optan por sacar a los niños de la escuela para que trabajen o ayuden en casa y aporten ingresos.
“El cambio climático está trayendo pobreza a las comunidades. Cuando no hay lluvias suficientes, no hay cultivos suficientes, y cómo los agricultores venden parte de lo que cosechan, si la producción es baja, hay pobreza en los hogares”, resume a EFE Edith Kanyereke, trabajadora del Ministerio de Agricultura.
Kanyereke capacita a agricultores en técnicas de cultivo y adaptación al cambio climático. Uno de sus principales consejos es diversificar: maíz, yuca, batata o soja para que, si un cultivo falla, al menos quede otro para consumo familiar.
Su colega Mercy Banda, que desempeña la misma labor, asegura que la formación es crucial, pero muchas comunidades no tienen recursos para aplicar lo aprendido.
Sin acceso a fertilizantes ni semillas certificadas, los agricultores reutilizan insumos menos productivos. Por ello, Banda aboga por que el Gobierno entregue semillas que les permitan comenzar un ciclo más productivo y sostenible.
Desertificación
A estas limitaciones se añade la degradación del suelo: la tierra, agotada por la sobrexplotación y sin rotación, ha perdido nutrientes. Malaui es, según la ONU, uno de los países más afectados por la desertificación, lo que agrava aún más la baja productividad agrícola.
La situación, advierte Kanyereke, es preocupante. La población sigue creciendo, pero la tierra cultivable no, por lo que la combinación de presión demográfica, bajos rendimientos y escasa inversión tecnológica amenaza con perpetuar el ciclo de pobreza en el país.
“Malaui tiene problemas para maximizar su producción agrícola. Estamos intentando mejorar, pero necesitamos más tecnologías”, pide.
Robert Zimba, líder comunitario en Mlangali, una comunidad en Kasungu, resume con contundencia la situación: “Sin insumos adecuados, las familias no pueden producir lo suficiente para alimentar a sus hijos”.
Zimba denuncia que han tratado de solicitar ayuda al Gobierno, pero las autoridades prometen y no actúan: “Esto -insiste- frustra a la comunidad porque confían en sus líderes, pero éstos no cumplen cuando se les necesita”.
“El hambre en Malaui -asevera- es un problema grave. Hago todo lo posible para que la gente trabaje duro en sus campos y coseche cuando las lluvias son buenas, pero el gran desafío es la falta de recursos agrícolas”.
Pese a estas dificultades, Foster Phiri y Tamala Chipolopolo albergan la esperanza de que su hijo, aún en educación primaria, pueda construir un futuro mejor: “Esperamos -suspiran- que logre más de lo que nosotros hemos conseguido”.