Bargny (Senegal), 20 abr (EFE).- Djibril Faye, alcalde de la localidad senegalesa de Bargny, a unos 30 kilómetros de Dakar, alza la mano y empieza a contar en voz baja, dedo por dedo, los nombres de quienes han abandonado su comuna rumbo a España. Lo hace de pie, frente a un mural pintado en una pared del asentamiento, que recuerda los riesgos de la migración irregular.
En Bargny, las autoridades estiman que unas 3.000 personas -de las 51.000 que componen esta comunidad- han partido en cayuco rumbo a España en los últimos dos años.
Frente a los casos de corrupción y redes de tráfico que salpican a otras autoridades locales en la costa de Senegal, Faye tiene claro cuál debe ser su papel como alcalde para dar respuesta a la migración irregular.
“No es normal que los alcaldes participen en la emigración (irregular) de estos jóvenes. Una alcaldía es una herramienta de base para aliviar a la población”, enfatiza a EFE, al rememorar la reciente noticia que ha salpicado a uno de sus homólogos regionales.
A mediados de marzo, Lansana Sarr, alcalde de la localidad de Dionewar, en la zona de Sine-Saloum, fue detenido por su implicación en una red de tráfico de migrantes con destino a España.
El edil está acusado de recibir cerca de 3.000 euros de un traficante, así como 600 euros de cada uno de los más de 200 migrantes que componían el cayuco.
El caso ha generado una ola de indignación y ha puesto en evidencia la necesidad de abordar de forma estructural el fenómeno migratorio, que afecta a numerosas comunidades, especialmente en la costa del país.
Un modelo alternativo: formar para quedarse

“Nuestro objetivo es ver cómo formar a los jóvenes localmente para que puedan trabajar y quedarse en el país. Esa es nuestra filosofía”, afirma Faye, quien aboga por un modelo radicalmente opuesto al que encarnó el edil de Dionewar.
Desde su llegada al cargo, ha apostado por una estrategia de desarrollo centrada en la formación y el empleo, con el fin de ofrecer alternativas reales a los jóvenes en la que es una de las principales comunidades afectadas por la migración.
Según Frontex, más de 87.000 personas llegaron a España por la ruta atlántica entre 2023 y 2024, procedentes de países como Senegal, Mauritania o Gambia. En Bargny, se estima que alrededor de 3.000 personas emprendieron el mismo camino.
Bargny, una comunidad en lucha contra la migración
Sin embargo, la historia migratoria de esta comunidad viene de lejos.
En 2014, cuando la escasez de pescado -pilar económico del asentamiento- dejó sin ingresos a muchas familias, Faye decidió actuar.
“Cuando supe que las mujeres que transforman pescado estaban sin trabajo, lancé un proyecto para formarlas en otros oficios”, recuerda el alcalde.
Desde entonces, decenas de grupos de mujeres han recibido formación en transformación de cereales locales, agricultura, repostería, teñido de telas, fabricación de jabón o procesamiento de frutas y verduras.
“El objetivo era darles otra formación para que, si falta pescado, tengan otra actividad”, explica.
En los últimos años, la crisis pesquera no ha hecho más que agravarse. La combinación de sobreexplotación, acuerdos internacionales poco beneficiosos y el avance del cambio climático ha reducido drásticamente las reservas marinas.
“Antes, cuando había pescado, aunque no tuvieras dinero, podías venderlo para comprar aceite o arroz. Hoy, eso ya no es posible. Este fenómeno es catastrófico y por eso los jóvenes se arriesgan para ir a España”, lamenta Faye.
Un informe reciente de Oxfam señala que el precio de una cesta de sardinella, pescado popular en la comunidad, ha pasado de 15 a 75 euros en solo cinco años, lo que constituye un fiel reflejo de la situación.
El mar sigue tragándose a los hijos de Bargny
En Bargny, la comisaría se encuentra a escasos metros del punto donde los cayucos se lanzan al mar, un símbolo elocuente de ese cruce de caminos.
“Las autoridades saben lo que pasa, pero sus medios son muy limitados”, señala a EFE Medza Ndoye, activista que colabora con la alcaldía en diferentes actividades de concienciación, entre ellas, la organización de una conferencia local sobre migración.
“Y, más allá de eso, tampoco hay una política real de empleabilidad”, recuerda.
Mientras, el mar continúa tragándose a los hijos de Bargny.
“Mi hijo se marchó en busca de un futuro y nunca regresó”, se lamenta a EFE Aissatou Samba, de 65 años, una madre cuya voz se quiebra al pronunciar esas palabras.
Su hijo, Babacar, entonces de 30 años, abandonó Senegal el 30 de octubre de 2023 en un cayuco que nunca llegó a destino. El cuerpo no fue recuperado.
Es un drama que se repite, silencioso, en demasiadas casas. Frente a ello, voces como la del alcalde Faye buscan, con pocos medios y mucha convicción, construir alternativas viables antes de que más jóvenes se vean obligados a elegir entre la desesperación y el océano.
Eduardo S. Molano