Madrid, 3 jul (EFE).- Un incendio de sexta generación es aquel en el que la gran cantidad de combustible disponible -la biomasa con capacidad de arder- genera unas llamas de tal intensidad que modifican fuertemente las condiciones meteorológicas de su entorno, según han explicado a EFE distintos expertos en la materia.
Aunque todo incendio altera las variables meteorológicas a su alrededor por la importante cantidad de calor que libera, en este caso la energía generada es tan alta que puede formar unas «nubes de tormenta» conocidas como pirocúmulos, las cuales pueden, a su vez, transformar las condiciones en el suelo, explica el jefe de los Grupos de Actuación Forestal (GRAF) de la Generalitat de Cataluña, Marc Castellnou.
Estos pirocúmulos, como el producido en el reciente incendio de Vinyols i Florejacs en Lleida, pueden conllevar precipitaciones, pero también provocan vientos y rachas fuertes que dificultan las acciones de los cuerpos de extinción, advierte Marcelino Núñez, delegado en Extremadura de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) y experto en incendios.
En algunos casos, además, parte de estas nubes puede desplomarse -un fenómeno conocido como reventón- originando vientos divergentes y racheados aún más fuertes, de gran peligro para las personas que se encuentran debajo.
Todos estos factores hacen que un incendio de sexta generación se encuentre más allá de la capacidad de extinción existente, por lo que sólo es posible delimitar su perímetro y dejar que se apague «por inanición» -al agotarse el combustible- o por la llegada de las lluvias, añade el profesor de Ingeniería Forestal de la Universidad de Lleida, Víctor Resco.
«Estos fuegos liberan tanta energía que, aunque mandemos a toda la UME o a toda la flota de la OTAN, no vamos a poder apagarlos», resume Resco, quien estima que este umbral se alcanza cuando la potencia de las llamas supera los 10.000 kilovatios por metro -«el equivalente a 5.000 radiadores de cuarzo encendidos en un metro»-.
Un incendio extremo es aquel que supera este umbral sin llegar a convertirse aún en un incendio de sexta generación, que puede emitir «más de 100.000 kilovatios por metro», precisa Resco.
Las otras generaciones de incendios
El cambio climático y las transformaciones en las estructuras de la vegetación y los bosques ocurridas en las últimas décadas han tenido un efecto en el comportamiento de los fuegos que se ha reflejado en la categorización de los incendios forestales en seis generaciones.
La primera de ellas se caracterizó principalmente por la continuidad del combustible vegetal: al acumularse biomasa durante varios años y no existir alternancia entre tipos de paisaje, los fuegos adquirieron mayor inercia y se hicieron cada vez más difíciles de apagar.
A esta continuidad se sumó una cantidad de biomasa cada vez mayor fruto del abandono de zonas agrícolas que pasaron a ser forestales. Esto dio como resultado los incendios de segunda generación, caracterizados por una velocidad de propagación mucho mayor.
A medida que la acumulación de vegetación siguió creciendo, apareció la tercera generación de fuegos, caracterizados por su intensidad y por la capacidad de prender focos secundarios a largas distancias, lo que hizo necesario modificar las estrategias de extinción.
Con la cuarta generación las llamas comenzaron a afectar a las interfaces urbano-forestales, “las zonas en las que las áreas urbanas colindan con espacios forestales”, apunta Marcelino Núñez, quien alerta de que estas áreas aún constituyen «uno de los mayores problemas» para la extinción hoy en día.
Por último, la quinta generación estuvo marcada por la simultaneidad de los incendios forestales y por una mayor frecuencia de los megaincendios, aquellos de más de 5.000 hectáreas, unos fenómenos que evidenciaron el papel creciente del cambio climático en ellos.