Diego Manrique, decano del periodismo musical, defiende en un libro «el mejor oficio»

Para Diego A. Manrique, uno de los decanos del periodismo musical español, el suyo sigue siendo "el mejor oficio del mundo" y así lo ha hecho constar en un libro en el que, bajo ese título, ha depositado sus experiencias profesionales desde principios de los 70, entre un Lou Reed malhumorado y la magia de la radio. En una entrevista con EFE cuenta que si acabó dedicándose a esto en aquella España franquista sin apenas referentes en el ámbito fue, en primer lugar, por una razón tan sencilla como práctica: en el kiosko de su pueblo, en Burgos, solo vendían dos revistas, una la histórica Discóbolo, y se decantó por ella porque solo tenía dos números y así podía empezar la colección. EFE/Javier Lizón

Javier Herrero.

Para Diego A. Manrique, uno de los decanos del periodismo musical español, el suyo sigue siendo "el mejor oficio del mundo" y así lo ha hecho constar en un libro en el que, bajo ese título, ha depositado sus experiencias profesionales desde principios de los 70, entre un Lou Reed malhumorado y la magia de la radio. En una entrevista con EFE cuenta que si acabó dedicándose a esto en aquella España franquista sin apenas referentes en el ámbito fue, en primer lugar, por una razón tan sencilla como práctica: en el kiosko de su pueblo, en Burgos, solo vendían dos revistas, una la histórica Discóbolo, y se decantó por ella porque solo tenía dos números y así podía empezar la colección. EFE/Javier Lizón

Madrid, 24 jun (EFE).- Para Diego A. Manrique, uno de los decanos del periodismo musical español, el suyo sigue siendo «el mejor oficio del mundo» y así lo ha hecho constar en un libro en el que, bajo ese título, ha depositado sus experiencias profesionales desde principios de los 70, entre un Lou Reed malhumorado y la magia de la radio.

En una entrevista con EFE cuenta que si acabó dedicándose a esto en aquella España franquista sin apenas referentes en el ámbito fue, en primer lugar, por una razón tan sencilla como práctica: en el kiosko de su pueblo, en Burgos, solo vendían dos revistas, una la histórica Discóbolo, y se decantó por ella porque solo tenía dos números y así podía empezar la colección.

Pronto comprendió que «lo poco que se publicaba sobre rock en España era muy pobre» y así se lo hizo ver a la revista Triunfo, donde terminó estrenándose como colaborador para ir ganando experiencia y nombre en muy diversas publicaciones y medios, entre ellos el diario El País o como director adjunto de Radio 3.

Enamorado sobre todo de la magia de las ondas, en su opinión el suyo sigue siendo un oficio necesario incluso en este mundo de redes sociales e interconexión, y pasa a enumerar las condiciones que todo buen periodista musical debería reunir.

«Primero, cultura general. Segundo, un conocimiento más o menos profundo del género musical en el que trabaja. Tercero, escuchar el disco muchas veces y en las condiciones más diversas, siempre con una libretita y, al final, tener una buena prosa o al menos capacidad de comunicar lo que sientes», señala Manrique (Pedrosa de Valdeporres, Burgos, 1950).

En busca de Leonard Cohen por Montreal, adaptando las letras de Bob Dylan al español por encargo de su oficina o departiendo con Joaquín Sabina en las famosas veladas nocturnas de su casa madrileña, de la lectura de ‘El mejor oficio del mundo’ (Efe Eme) pronto trasluce una vida apasionante y cómo ha cambiado el acceso a las estrellas.

«Igual ahora hay un cierto temor de su lado y el negocio les ha acostumbrado a solo conceder entrevistas cuando tienen algo que vender, acortando el tiempo y la disponibilidad», lamenta ante dos de las lacras que, en su opinión, castigan el contenido.

Manrique ha intentado siempre huir de esas rondas protocolarias y apunta como uno de sus grandes logros haber accedido al mismísimo Berry Gordy, poderoso fundador de Motown Records, aunque luego «la entrevista no fuese nada del otro mundo».

En el reverso de las buenas experiencias, relata «sorpresas desagradables», como cuando El País lo envió expresamente a Atlanta (EE.UU.) a entrevistar a un icono como Lou Reed.

«Fue absolutamente desagradable antes, durante y después de la entrevista. Y, sin embargo, unos años después lo entrevisté en Barcelona y estuvo tan encantador que termino acariciándome la rodilla», rememora tras sacar una conclusión clara de aquello: «Prefiero una entrevista borde a una en la que te dan respuestas que podría firmar cualquiera».

Algo que no ha cambiado en todos estos años de ejercicio son las malas condiciones económicas. «Se sigue considerando que el periodismo musical es como una vocación estética y que cualquiera puede escribir sobre música», lamenta.

«Cuando yo empecé, como cuento en el libro, lo que esperaba era que me pagaran. Ahora pagan automáticamente, pero mal. Y he tenido algún reconocimiento que no esperaba, como el Premio Nacional de Periodismo Cultural», responde al preguntarle sobre el balance entre lo trabajado y los reconocimientos, entre los que también posee un Ondas.

Sobre si nunca ha perdido la ilusión, reconoce que «ha habido disgustos» pero los circunscribe a «cuestiones empresariales», como sus «broncas» con el Grupo Zeta, con Televisión Española o con Radio Nacional (no obvia en estas páginas los motivos de su mediática salida de Radio 3).

Y pese a todo, o precisamente por todo ello, suscribe que tras más de 50 años de experiencia este sigue siendo «el mejor oficio»: «No hablo solo de mi experiencia, sino por la cantidad de gente que se implica en blogs y webs y se entrega aún hoy a esta profesión con intensidad asombrosa», apostilla orgulloso.