Paco Aguado
Sevilla, 8 may (EFE).- El diestro riojano Diego Urdiales, que paseó finalmente una oreja, dictó hoy en Sevilla toda una lección de temple, paciencia, precisión y buen gusto para sacar una faena impensable al endeble y noble cuarto toro de una corrida de Juan Pedro Domecq que tuvo dos ejemplares muy notables y desperdiciados por el francés Sebastián Castella aunque cortara un barato trofeo.
Pero la polémica que generó el presidente al negarle, con toda justicia, otra oreja más del quinto al torero galo, no puede destacar sobre lo realizado hoy por el veterano de Arnedo sobre el amarillo albero sevillano, al crear una obra brillante que, en el tercio de banderillas, solo cinco minutos antes de levantarla, parecía improbable para la mayoría.
Y es que cuando Urdiales cogió la muleta eran muchas las voces que pedían a la presidencia que devolviera a los corrales a ese cuarto “juanpedro” que perdió las manos o se encogió de riñones en varias ocasiones, solo que siempre con una clase en la que solo confiaba su matador, que ya había estado también muy paciente con el desfondado que abrió plaza
Fue entonces cuando, sin que cesaran las protestas, el maestro riojano comenzó a desplegar, más que temple, un pulso de precisión suiza, con una suavidad máxima a la hora de enganchar las embestidas con apenas caricias de la tela, y con un equilibrio perfecto a la hora de moverla a la altura exacta para asentar, primero, e ir prolongando, después, la noble embestida del cornalón de Juan Pedro al ritmo de su cintura.
Con las zapatillas férreamente asentadas sobre la arena, pero con el resto del cuerpo suelto y relajado, Urdiales fue, tanda a tanda, profundizando y ligando más esas arrancadas hasta lograr dos inmensos derechazos al ralentí y una asombrosa tanda final de naturales, redondeando con los dúctiles vuelos de su muleta, con la máxima hondura posible, lo que de inicio solo fueron tropiezos del animal.
Y sin que llegara nunca a sonar la música, ni la masa festiva reaccionara a esa soberbia cátedra que solo jalearon los muchos cabales que, afortunadamente, aún quedan en esta plaza, aún se volcó en una descomunal estocada, que puede ser la de la feria, en la máxima rectitud y con una contundencia de cañonazo que tiró al de Juan Pedro patas arriba y que puso en sus manos una de las orejas de más peso del abono sevillano de 2025.
En cambio, de muy poco valor fue la que le dieron a Sebastián Castella del segundo de la tarde, con el mismo largo cuello de todos sus hermanos y que le sirvió para descolgar con profundidad en todas sus repetidas e incansables embestidas, como ya se vio en el tercio de quites, cuando, con lances más aparatosos, el francés compitió con Pablo Aguado, que replicó con airosas chicuelinas.
Lo que vino después no fueron más que muletazos muy cortos, de apenas un metro de trazo y casi todos abriendo al toro hacia las afueras, en un trasteo ligero y superficial en el que el diestro de Béziers ni llevó ni mucho menos apuró la gran calidad del toro, por mucho que le tocaran las palmas al final de las breves tandas y de un finaal efectista por bernadinas antes de una estocada caída.
Pero pero fue aún lo de quinto, otro toro de los llamadas “de vacas” con el que Castella, aún más brusco de muñecas y sin concretar las series de pases con pausas y largos paseos, terminó de desperdiciar un lote que le puso en la mano la salida por la Puerta del Príncipe, por mucho que para él si que arrancara la banda y el público llegado del ferial le tocara las palmas.
Tras una efectiva estocada, se desató una fuerte división de opiniones entre los que pedían las orejas y los que pitaban al francés, como ya habían hecho durante la desastrada faena, que el presidente, con buen criterio, zanjó negando la que hubiera sido una oreja inexplicable, por mucho que el propio Castella se encarara con él, sin reconocer la cruda realidad.
El usía tampoco le había concedido antes, con una petición menos sonora, a Pablo Aguado la del tercero, un astado no tan completo como el lote de Castella pero medido con calidad dentro de sus medidas fuerzas.
El sevillano, sin bajarle la mano más allá de la cintura, le ligó una docena de muletazos largos y templados, salpicados con adornos y remates de pura sevillanía, todo con un perfecto sentido de la medida, algo que ya no le iba a permitir el sexto, que, por desclasado y brusco, fue el peor toro de la buena corrida de Juan Pedro Domecq.
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FICHA DEL FESTEJO:
Seis toros de Juan Pedro Domecq, de fina e impecable presentación, aunque alguno más suelto de carnes, y con dos toros especialmente destacados por su brava clase, juntos en el lote de Sebastián Castella. Salvo el sexto, que se defendió con aspereza, el resto también sacó calidad aunque a falta de mayor fuerza y fuelle.
Diego Urdiales, de tabaco y oro: media estocada delantera (ovación); gran estocada (oreja).
Sebastián Castella, de rosa chicle y oro: estocada caída trasera (oreja); estocada (vuelta al ruedo entre división de opiniones tras petición de oreja).
Pablo Aguado, de buganvilla y oro: pinchazo y estocada corta (vuelta al ruedo tras petición de oreja insuficiente); estocada delantera atravesada (silencio).
Entre las cuadrillas, Iván García destacó en la brega y con las banderillas, tercio este en el que, durante la lidia del quinto, saludaron José Chacón y Alberto Zayas, al igual que Rafael Viotti en el segundo.
Decimotercer festejo de abono de la Feria de Abril de Sevilla, con lleno en los tendidos (unos 12.000 espectadores) en tarde primaveral y con algunas rachas de viento.
EFE
pa/fp