Dime qué perfume usas y te diré de dónde eres

Imagen de archivo (25/11/03) de una joven contemplndo algunos de los perfumes que se exhiben en la exposición "Myrurgia 1916-1936, Belleza y Glamour", en la que se muestra una selección de cerca de 200 obras del fondo artístico de esta emblemática empresa de perfumes, dirigida desde 1916 por el escultor noucentista Esteve Monegal. EFE/Julián Martín

Inmaculada Tapia

Imagen de la escritora Clara Buedo. Cedida por la autora.

Madrid, 1 jul (EFE).- Bergamota, jazmín, lavanda, rosas, vainilla, notas cítricas o amaderadas son esencias que forman parte de los perfumes más exclusivos, y también de los familiares, un apartado de la cosmética, cuya cuna se sitúa en Persia, en la que España es potencia mundial exportadora y sobre el que la escritora Clara Buedo quiere romper mitos.

Imagen de archivo (09/07/2024) Cada mes de julio los campos de la comarca de Brihuega (Guadalajara) se visten de morado con la floración de lavanda y la zona recibe una avalancha de visitantes que quieren apreciar uno de los espectáculos naturales más esperados. EFE/Fernando Villar

Autora del libro ‘El perfume en España’ (Catarata), Clara Buedo realiza en él un ejercicio de documentación de una materia que no ha sido tratada, explica a EFE.

Con veinte años de experiencia en el sector como periodista de belleza en diferentes medios, Buedo asegura que se podría establecer la evolución de la historia de un país «simplemente por el perfume», porque en cada momento y zona se inclinan por un tipo de aroma.

«A cada cultura la definen sus olores, está arraigado al inconsciente», provienen de las plantas, pero también están vinculados a la gastronomía, «el perfume que se come» -subraya-, pues en un determinado momento a los postres se les añaden ingredientes de un perfume como el agua de rosas o el sándalo.

En España y Latinoamérica, por el clima, se tiende a elegir fragancias frescas, cítricas, que aumentan la sensación de limpieza. Sin embargo, los árabes, también con clima cálido, prefieren sustancias intensas como las resinas o madera de agar, asegura la autora.

Buedo realiza un recorrido por el culto al perfume de la Iberia pagana a la España cristiana, donde detalla el desarrollo del alambique; el arte del perfume en Al-Ándalus, pasando por los reinos castellanos hasta la llegada de nuevas esencias del Nuevo Mundo hasta el arte y perfumería en la España del siglo XX.

Asegura que Persia es la cuna del perfume ancestral y muestra un gran interés por desmitificar algunas leyendas de Isabel La Católica, quien atesoró un rico arsenal de sustancias y composiciones perfumadas, según constatan sus inventarios, aunque para uso personal, «le encantaba el agua de rosas», pero sobre todo para agasajar y mostrar ostentación y riqueza.

«Isabel considera el perfume un elemento de demostración de estatus, un símbolo de poder porque era muy caro», se lo enviaba a reyes y representantes de la iglesia.

Una época en la que ha predominado el cliché de la falta de higiene y el mal olor. «Algo completamente incierto. Al menos en España, siempre impregnada de la cultura de la higiene desde la era grecorromana», recuerda.

«La enfermedad estaba asociada al mal olor»; aunque reconoce que tampoco el baño estaba bien visto, se asociaba a la cultura árabe, a sus hammam, y al hecho de que abría los poros, el lugar de acceso a la enfermedad.

«El catolicismo se opuso, pero había una pieza clave, la camisa blanca, se lavaba y mucho, al sofisticarse los vestidos y ser la pieza más cercana a la piel», afirma.

El libro pone de manifiesto que una de las industrias de la España musulmana era la fabricación de jabón, que aportó pingües beneficios a la Corona castellana.

«Las sustancias que componían un perfume se elegían por sus cualidades neutras, cálidas o frías con la intención de que fueran armónicas porque tenían un vinculo sanador», detalla Buedo, las fragancias cítricas eran consideradas un reconstituyente para estados depresivos.

Los conocimientos en alquimia de los sabios de al-Ándalus sentaron las bases del arte en la perfumería con el perfeccionamiento del alambique que convirtió a España en la cuna del perfume europeo; ya en el siglo IX el músico Ziryab llegó a Córdoba después de un largo periplo desde Bagdad, donde se convirtió en el ‘influencer’ de la época.

El XIX fue un siglo realmente prolífico en la perfumería de España en el que se asentaron las bases de una sólida industria moderna, fomentada por una ilustrada burguesía catalana que sí supo adecuarse a los modos de las grandes capitales europeas, como París.

El libro cuenta con aportaciones de algunas de las grandes ‘narices’ españolas -mejores perfumistas- reconocidas en todo el mundo, como Ramón Monegal, Marina Barcenilla, Ricardo Ramos y el maestro perfumista Alberto Morillas, que afirma que «ser español es crecer rodeado de olores de todo tipo, del incienso de las iglesias sevillanas, de los claveles dispuestos frente al altar, de la flor de azahar».

Buedo muestra el vínculo del perfume con la cultura española en un hecho significativo, «somos el único país en el que se perfuma a los bebés. Es un complemento a la higiene» y recuerda que en el XIX surge el formato granel, presente en muchos hogares «porque perfumar a toda la familia establece espíritu de permanencia».

España es rica en materia prima, huele a «azahar, lavanda, tomillo, romero, «huele mucho y muy bien», asevera Clara Buedo, que se lamenta de «que no acabemos de creernos y sepamos vender lo bien que lo hacemos».