Donde la discapacidad no es una incapacidad: el colegio que rompe barreras en Malaui

Un estudiante con albinismo recoge su desayuno, unas gachas de maíz enriquecidas proporcionadas por la organización internacional Mary 's Meals. En el corazón del distrito de Kasungu, una región del centro de Malaui golpeada por el cambio climático y el hambre, se alza una escuela única: el Colegio Chilanga para Ciegos, un refugio de aprendizaje y esperanza para niños y niñas con discapacidad visual y albinismo. EFE/Paula García Ajofrin

Kasungu (Malaui), 7 jun (EFE).- En el corazón del distrito de Kasungu, una región del centro de Malaui golpeada por el cambio climático y el hambre, se alza una escuela única: el Colegio Chilanga para Ciegos, un refugio de aprendizaje y esperanza para niños con discapacidad visual y albinismo.

Bajo el lema “La discapacidad no es una incapacidad”, este centro educativo lucha por empoderar a su alumnado y demostrar que las limitaciones físicas no son barreras para aprender ni para soñar.

Al frente está Chiko Kamphandira, su director, un hombre de complexión robusta y trato afable que habla con orgullo de cómo sus estudiantes superan obstáculos y alcanzan metas antes impensables.

“La discapacidad no es incapacidad. Estoy orgulloso de decir que hemos visto a muchos estudiantes con discapacidad continuar sus estudios, competir con sus compañeros, y alcanzar sus metas”, afirma Kamphandira a EFE.

En Malaui se estima que hay unas 700.000 personas con discapacidad visual y sordoceguera, el 98,5 % en zonas rurales, según la Unión de Ciegos de Malaui.

Fundado en 1954, el colegio fue la primera institución de Malaui dedicada a la educación de niños con discapacidad visual, consolidándose como referente nacional de enseñanza inclusiva.

Un total de 102 alumnos ciegos, con resto visual o albinismo -55 chicos y 47 chicas- viven y estudian como internos en el centro, que también admite a estudiantes sin necesidades especiales.

El hambre, enemigo persistente

Estudiantes durante una clase de matemáticas utilizan materiales adaptados para su aprendizaje. En el corazón del distrito de Kasungu, una región del centro de Malaui golpeada por el cambio climático y el hambre, se alza una escuela única: el Colegio Chilanga para Ciegos, un refugio de aprendizaje y esperanza para niños y niñas con discapacidad visual y albinismo. EFE/Paula García Ajofrin

Poco antes de las seis de la mañana, el colegio cobra vida. Los alumnos se despiertan sobre colchonetas azules extendidas en el suelo y salen de sus modestos dormitorios compartidos, distribuidos en cuatro bloques a poco más de cien metros de las aulas.

Desde los seis años, aprenden a valerse por sí mismos: se encargan de su higiene personal, lavan su ropa y asisten a clase. Los mayores ayudan a los pequeños, en una rutina que refuerza la autonomía y la comunidad.

A las seis y media, desayunan en sus tazas de plástico de colores una ración de gachas de maíz y soja enriquecida con vitaminas proporcionada por la organización internacional Mary’s Meals de lunes a viernes.

El hambre, sin embargo, es un enemigo persistente. Los fines de semana, los alumnos apenas comen por la falta de recursos para costear alimentos.

“Una persona con hambre no puede acudir a clases”, lamenta Kamphandira, quien reconoce que garantizar alimentos es tan urgente como la propia educación.

En Malaui, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA), 5,7 millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria aguda y más de 213.000 niños menores de cinco años sufren desnutrición severa.

En las aulas, la orientación espacial y la autonomía personal se integran con materias como matemáticas, inglés o ciencias, en un esfuerzo por brindar una formación completa.

Sin embargo, la escuela enfrenta otra dura realidad: la falta crónica de materiales educativos adaptados, pues el Ministerio de Educación proporciona recursos, pero resultan insuficientes.

“Sin este material, los alumnos no pueden aprender”, subraya la profesora Josephine Gonthi.

La lista de necesidades es larga: máquinas Perkins, papel braille y ordenadores adaptados, así como gafas de sol y sombreros para los estudiantes con albinismo.

“Podríamos hacer más y mejor si tuviéramos más apoyo”, añade el director.

Albinismo y protección

La presencia de menores con albinismo también ha obligado al colegio a pedir apoyo para extremar la seguridad, ya que, históricamente, los albinos han sido víctimas de ataques e incluso asesinatos en el país, impulsados por creencias supersticiosas que atribuyen propiedades mágicas o curativas a partes de su cuerpo.

Aunque los ataques han disminuido en los últimos años, la amenaza persiste: entre 2014 y 2021 -según Amnistía Internacional-, Malaui registró más de 170 crímenes contra albinos, incluidos 20 asesinatos.

“Una vez, alguien intentó entrar por la ventana para llevarse a un estudiante albino -recuerda Kamphandira-, pero los alumnos gritaron y pudimos intervenir a tiempo”.

Aún así, insiste, construir una cerca sólida es una necesidad urgente.

Soñar a lo grande

A poca distancia de la escuela, Chikondi Mafuta, madre soltera de 45 años, se sienta frente a su casa para hablar de su hijo Wongani Chawinga, de 19, quien tiene resto visual y estudia en Chilanga.

Para Mafuta, el mayor desafío de su hijo es la movilidad: Wongani no puede desplazarse solo y siempre necesita compañía para garantizar su seguridad.

Durante su infancia, también lidió con el estigma, pues familiares cercanos y vecinos lo trataban diferente. Pero en los últimos años, la mentalidad ha comenzado a cambiar.

“Ahora la gente entiende que, aunque una persona tenga una discapacidad, puede lograr lo mismo que cualquier otra”, apunta.

En Chilanga, entre paredes modestas y sueños inmensos, no solo enseñan a leer y escribir, sino a construir un futuro posible

“Mi sueño como madre es ver a Wongani sobresalir en su educación. Cuando le pregunto qué quiere ser de mayor, me dice que gerente de banco. Y yo creo sinceramente que podrá lograrlo, porque la discapacidad no es un obstáculo”, afirma convencida.

Paula García-Ajofrín