Ciudad de Panamá, 20 may (EFE).- El artista panameño Eduardo Navarro (1960) es conocido por sus icónicas pinturas en las que atrapa “el espíritu libre de los caballos salvajes”, un etapa artística que sin embargo surgió por casualidad, tras una petición de una amiga china, aunque la pasión por este animal la tiene desde niño.
En su estudio en un barrio periférico de Ciudad de Panamá, colgada del techo como si se tratara de un dinosaurio en un museo de historia natural, se encuentra el esqueleto de su última yegua, Dulcinea, un ejemplo más de su atracción por los caballos.
Al morir “la enterré seis meses con cal viva, la saqué, la limpié muy bien, la pinté, la armé como un rompecabezas y me acompaña todavía aquí”, explica en una entrevista con EFE Navarro, que esta semana participa en la Pinta Panamá Art Week, que se celebra por primera vez en el país centroamericano.
Navarro es ingeniero de profesión y “artista desde hace más de 50 años”, y recuerda cómo desde que tenía dos años empezó a pintar con su abuelo, una carrera artística que fue forjando de manera autodidacta, sin academia ni “formación básica de arte”, interpretando lo que veía a su alrededor.
Luego vivió una época en Nueva York, y fue allí visitando museos y galerías, además de muchas lecturas, que pulió su formación.
“Allá me di cuenta que en verdad, los maestros que más me llamaban la atención eran los que fueron anti-establishment, que eran los Picasso (…) que pintaban en formatos enormes, rompían todas las reglas del juego. Y pintaban lo que les daba la gana y con los materiales que les daba la gana. No se ceñían al óleo, a los acrílicos. Pintaban con tizas… y eso me llamó mucho la atención y me motivó muchísimo”, afirma.
Entonces al regresar a Panamá “empecé a poner sábanas viejas y toallas viejas en las paredes (…) y eso me era mucho más fácil que yo montar mis bastidores, curar mis lienzos, porque al hacerlo le daba un valor x al soporte y ya no me atrevía a soltarme del todo. Al hacerlo en toallas viejas, eso sí fue full libertad creativa. Y de ahí mis lienzos estos enormes que pinto ahora que es (…) full expresionismo mío”.
No siempre fueron caballos

Navarro explica que no siempre pintó caballos, y que por ejemplo durante la época del exdictador panameño Manuel Antonio Noriega (1983-1989) lo que plasmaba en sus obras era a los ‘dóberman’ del general, como se conocía a sus unidades de antimotines que arremetían contra los manifestantes opositores, con episodios especialmente trágicos como el llamado Viernes Negro de julio de 1987.
“Viví esa época de Noriega y me acuerdo Juan Carlos (su hermano y actual ministro de Ambiente) y yo en la calle agarrándonos a madrazos con los dóberman estos, a piedra, fuego, quemando colchones, y los tipos dándonos palos, y yo pinté eso y después hice una exposición solo de eso, en el MAC (Museo de Arte Contemporáneo), en el 89, días antes de la invasión” estadounidense, recordó el artista.
Más tarde, y aunque él solo pintaba “fantasmas y esqueletos”, una amiga china le pidió que le pintara un caballo para su restaurante, porque se acercaba el año del caballo y tanto ella como su marido habían nacido en el año de ese animal, según el horóscopo chino, así que salió “corriendo en honor a ella a estudiar caballos”.
Y le pintó ese cuadro, y después le pidieron una exposición, y después otra, y se preguntaba: “¿Cómo yo tengo los caballos adentro tanto?”, y su madre le recordó que montaba caballos desde que tenía dos años. “Tú naciste en un caballo”, le dijo.
“De ahí los caballos, pero yo no pinto el caballo-caballo, pinto el espíritu libre de los caballos salvajes. Que tú los ves que están así desbocados, están felices, están bravos, pero están con un sentimiento fuerte. Y el caballo, además, me llama mucho la atención porque ha sido clave en el desarrollo de la civilización humana. Clave desde la época china, desde la época de los mogoles”, afirma Navarro.
En el estudio, a donde acude “a diario, es la única forma”, el caballo está presente de modos diferentes, en la huella que dejó otro cuadro, en esculturas, o en las letras que le escribió el profesor de la clase de ortografía china cuando hizo una exposición en Taiwán.
“Significa: ‘Buena suerte trae el hombre del caballo'”, dice, y anota que “el caballo es ‘ma’, es el bichito que está allá, el último dibujo”.
La aleatoriedad del proceso

Navarro revela que de “unos meses para acá” le está “poniendo mucha más importancia al tema del proceso de una obra de arte que a la obra ‘per se’ terminada”: “Qué importante que es el proceso y qué rico que es el proceso y gozar de tu camino (…) Hay obras que no quieres ni que acaben”.
“Lo rico”, dice, es “el desarrollo de la misma” empleando diferentes materiales, derramando la pintura, utilizando el fuego, polvos de mica, volviendo a trabajar luego la obra.
Otro aspecto importante es “el randomness (aleatoriedad) del proceso”.
“Yo no hago dibujos o sketches, porque al hacer un bosquejo, ahí le estás imprimiendo la energía primaria de tu obra. Yo prefiero poner mi tela y ahí ver qué voy a hacer. Y ahí la energía primaria va con todo directo a la obra final. No estoy dividiendo energías ni dividiendo objetivos y el randomness son las cosas que salen (…) Tú jalas el subconsciente de la humanidad (…) Trabaja a través de ti”, explica.
Así, a veces hay obras que uno no sabe de dónde salieron, ya que “hay fuerzas más grandes trabajando”.
Moncho Torres