Bruselas, 16 sep (EFE).- El rechazo de Alemania y Francia a fijar rápidamente objetivos de reducción de emisiones de CO2 en 2040, sumado a las reticencias de países como Hungría, Polonia, Eslovaquia e Italia, compromete la credibilidad diplomática de la Unión Europea, que se arriesga a llegar de manos vacías a la cumbre del clima de Brasil una década después del Acuerdo de París de 2015.
La Comisión Europea propuso el pasado julio que la UE persiga para 2040 un recorte del 90 % de las emisiones de CO2 respecto a los niveles de 1990, con flexibilidades como comprar créditos de carbono en países en desarrollo.
Supondría dar continuidad a la reducción del 55 % prevista para 2030 y situaría al bloque comunitario en la trayectoria adecuada para alcanzar la neutralidad climática a mitad de siglo.
Dinamarca, que preside este semestre el Consejo de la UE, había trazado un plan para hacer aterrizar esa propuesta, pero está a punto de descarrilar.
Copenhague había previsto que las metas para 2040 fueran discutidas por los ministros de Medioambiente de los Estados miembros este jueves, con el objetivo de alcanzar un consenso por mayoría cualificada y negociar a continuación la normativa definitiva con la Eurocámara, que previsiblemente se alinearía con la posición de los Veintisiete.
Los ministros debían también actualizar también las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional, de cara a la cumbre climática de Naciones Unidas COP30 que se celebra en noviembre en Brasil.
Pero los planes han cambiado en el último momento. Francia había reclamado que el asunto no se tratase a nivel ministerial y trasladárselo a los jefes de Estado y de Gobierno en una cumbre, posición a la que la semana pasada se sumó Alemania.
«Francia, el país del Acuerdo de París, no será la única que bloquee. Pero si Alemania está con ellos, lo harán», razona en un encuentro con la prensa el eurodiputado ecologista alemán Michael Bloss, en un clima de revuelta de organizaciones y partidos medioambientalistas.
Los ecologistas atribuyen la maniobra a la difícil situación en Francia del presidente Emmanuel Macron y al interés del nuevo Gobierno de Alemania del conservador Friedrich Merz de torpedear las futuras metas comunitarias como palanca para deshacerse también del compromiso doméstico de recortar un 88 % de CO2 en 2040, adoptado por el anterior Ejecutivo.
Parece imposible alcanzar un acuerdo en el foro de líderes, donde se precisa la unanimidad de los Veintisiete, pues se le concede el derecho a veto de facto a las capitales reticentes en clima como Varsovia, Bratislava o Budapest.
«Cualquiera que diga que Europa está liderando está generando idioteces», resume el europarlamentario neerlandés y copresidente de los Verdes, Bas Eickhout, porque «ahora la decisión está en manos de Viktor Orbán», apunta su compañera de filas austríaca Lena Schilling.
Pese a que la actual Comisión ha descafeinado o simplificado distintas políticas climáticas en su segundo mandato al frente del Ejecutivo, su presidenta, Ursula von der Leyen, ha llamado a «mantener el rumbo» en los objetivos climáticos y medioambientales.
No obstante, la influencia del Ejecutivo es limitada ante el poder de decisión de los Estados miembros.
Piruetas diplomáticas
La UE no tendrá unos planes climáticos actualizados que presentar en la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York la próxima semana, un tropiezo diplomático que la presidencia danesa espera salvar con una «carta de intenciones» que afirme la voluntad del bloque comunitario de recortar sus emisiones entre un 66 y un 72 % en 2035, lo que supondría una trayectoria lineal para un 90 % en 2040.
El siguiente paso sería programar una discusión sobre el recorte de CO2 entre los líderes, pero de manera informal para que la pelota vuelva de nuevo a los ministros y estos adopten una posición por mayoría cualificada, sorteando así la eventual oposición de Eslovaquia o Hungría.
Esto permitiría que la Unión Europea llegara a la cumbre climática de la ONU COP30 de Belem (Brasil) sin eludir su compromiso de actualizar los planes climáticos y evitarse así «una vergüenza diplomática y una pérdida de influencia», explica a los medios el miembro de la Red de Acción Climática (CAN), Sven Harmeling.
«¿Cómo esperamos que el resto del mundo se mueva si los países industrializados no hacen nada?», se pregunta Bloss.