Bruselas, 16 jun (EFE).- Si se inscribía en una carrera, era para ganarla. Fuera una etapa de montaña, una al esprint, una clásica o una gran vuelta, sólo le valía la victoria.
Esa mentalidad depredadora, sumada a un dominio físico y técnico portentoso y a una dedicación inédita a la bicicleta, le valió a Eddy Merckx el apodo de «El caníbal», que nunca le ha llegado a gustar pero que sigue identificándole en su 80 cumpleaños.
Merckx es ciclismo en estado puro, y lo fue desde niño. Nació en 1945 en la localidad flamenca de Meensel-Kiezegem y poco después se trasladó a la comuna bruselense de Woluwe-Sain-Pierre, donde sus padres regentaban una tienda de comestibles. El pequeño Eddy hacía entregas en bici y los vecinos ya le apodaban «Tour de Francia».
Animado por su padre, siguió involucrándose en el mundo de la bicicleta hasta que a los 16 años ganó una carrera, la primera de 525, un récord que sigue vigente y parece llamado a perdurar, pues la gran bestia de los pedales hoy en día, el esloveno Tadej Pogacar, lleva 96.
Merckx se alzó cinco veces con el Tour de Francia (1969, 1970, 1971, 1972 y 1974), otras tantas con el Giro de Italia (1968, 1970, 1972, 1973 y 1974) y una vez con Vuelta a España (1973), además de coleccionar 64 etapas en grandes vueltas, tres campeonatos del mundo en ruta (1967, 1971 y 1974), 31 clásicas de un día, entre ellas siete veces la Milán-San Remo, y un sin fin de victorias parciales, carreras de una semana y triunfos hasta en pista y ciclocrós.
Profesional entre 1965 y 1978, aquel Merckx que empezó su trayectoria en tiempos de blanco y negro y la terminó en portadas a color, ha dejado para la historia un arsenal de récords y trofeos: nadie tiene tantas victorias, tantas vueltas y tantas clásicas.
Algunas marcas permanecen inalteradas pese al paso de las décadas y otras han cedido, como sus 34 victorias de etapa en el Tour que, rebasó en 2024 el «sprinter» británico Mark Cavendish.
El dominio aplastante del belga quedó bien sintetizado en el Tour de 1969, cuando ganó la clasificación general, la de montaña, la de los puntos y seis etapas. Una masacre.
Descontando al dopado y descalificado estadounidense Lance Armstrong, el que más se acercó a tamaño palmarés sin trampas fue el francés Bernard Hinault, quien entre 1975 y 1986 también sumó cinco rondas galas, pero «sólo» tres Giros, dos Vueltas a España y dos Mundiales.
Le sigue el español Miguel Induráin, que se retiró con cinco Tours de Francia consecutivos, algo inédito, dos Giros y un segundo puesto en la Vuelta, además del récord de la hora, una plata en el campeonato del Mundo en ruta y un oro en contrarreloj.
Pero Merckx hizo algo más que ganar y ganar y volver a ganar y ganar de nuevo. El belga, al que también llamaban «el ogro de Tervuren», fue un pionero, el ciclista completo y definitivo.
Cambió la mentalidad en el ciclismo, la manera de entrenar, de comunicar y entender el deporte, una gesta comparable a las que protagonizaron décadas después Michael Jordan en el baloncesto o Roger Federer en el tenis.
Sirva de ejemplo su obsesión por revisar y ajustar cada pieza de la bicicleta, optimizando su herramienta como un coche de Fórmula Uno mucho antes de que el negocio del deporte adoptara de manera generalizada el concepto de «ganancia marginal».
Gracias a esa mezcla de genialidad y disciplina, su nombre ha pasado a la historia de las leyendas del deporte que han llegado a convertirse en iconos culturales, un olimpo donde «el caníbal» se codea con el futbolista Pelé, el boxeador Muhammad Ali, el nadador Michael Phelps, el piloto Michael Schumacher o el velocista Usain Bolt.
Pero no todos le adoraban. El público francés le abucheaba por robarle el suspense a la ronda gala.
«No me importaba que me odiaran. Yo no corría para gustar, sino para ganar», diría años después un hombre tímido que siempre se sintió incómodo con la fama y las cámaras y que, tras colgar la bicicleta, rechazó ofertas para comentar carreras porque, decía, a él le gustaba correr, no hablar.
Lágrimas
En 1967, se casó con Claudine Acou, con quien tuvo dos hijos, Sabrina y Axel Merckx. Este último, también ciclista, logró un décimo puesto en el Tour de 1998 y una medalla olímpica de bronce para Bélgica en 2004.
El año de la boda de Eddy, el británico Tom Simpson falleció durante el ascenso al Mont Ventoux en 1967. Eran tiempos de incipiente dopaje deportivo, y el propio Merckx vivió un momento oscuro en el Giro de 1969, cuando fue expulsado por dar un positivo en un control.
«El caníbal» apareció llorando desconsolado en su habitación de hotel y negó categóricamente el fraude, extremo que creyó la familia del ciclismo, incluidos sus rivales: el italiano Felice Gimondi, que heredó la maglia rosa, rechazó enfundarse el maillot de líder y el caso terminó parcialmente sobreseído.
Estos días, Bélgica rinde homenaje con libros, documentales y series especiales en los periódicos a un deportista que pocas veces aparece en los medios. La última vez fue en diciembre, cuando se rompió la cadera montando en bicicleta al caerse en un paso a nivel.
«La próxima vez entrenaré con ruedines», bromeó.
Javier Albisu