Javier Albisu
Bruselas, 11 jun (EFE).- El misterioso reino fungi está de moda. Las setas ganan terreno en la alimentación por sus beneficios nutricionales, su limitado consumo de agua y su escasa huella de carbono, mientras las redes de micelio se revelan imprescindibles para atrapar CO2 bajo los bosques y mantener sanos los ecosistemas y el planeta.
También la ciencia farmacéutica, que desde hace un siglo trabaja con la penicilina, busca ahora en las hifas remedios para combatir el cáncer y las enfermedades autoinmunes, neurodegenerativas o víricas, mientras se estudian sustancias como la psilocibina de los hongos alucinógenos en el ámbito de la investigación psiquiátrica.
Otro campo en desarrollo, más tangible, es el de los biomateriales, porque los hongos también intentan hacerse hueco en la fabricación de muebles, ropa vegana y como sustitutos del poliestireno expandido, ese corcho blanco de los paquetes frágiles que no se recicla y precisa 500 años para degradarse.
«Es una técnica muy nueva y se basa en un organismo que produce un material biodegradable. Y eso representa una solución muy sostenible. Lo estamos explorando, especialmente en sectores como el textil, el embalaje y el aislamiento», explica a EFE la ingeniera en biología y bioquímica Anouk Verstuyft, que ha creado una colección de prototipos de muebles de interior titulada «Fungal Functions».
Verstuyft forma parte de un equipo de nueve científicos del área de microbiología de la universidad flamenca Vrije Universiteit Brussel (VUB) que investigan sobre hongos y biomateriales, bajo el paraguas de las profesoras Eveline Peeters y Elise Vanden Elsacker y con financiación belga y europea.
«Investigamos y desarrollamos materiales de micelio, que se basan en la estructura de las raíces de los hongos. Estamos trabajando principalmente en materiales fúngicos tipo cuero, que tienen un gran potencial como alternativa sostenible a otros materiales similares al cuero», relata.
Se mueven con bata blanca entre placas petri, incubadoras, bandejas de cultivo y salas de fructificación, donde controlan la humedad, la iluminación, la temperatura y la concentración de oxígeno y CO2 de los cultivos de micelio, muy sensibles a la contaminación porque son nutritivos y apetecibles para muchos microorganismos no deseados que compiten por ese alimento.
El proceso es simple y económico, aunque delicado. Se comienza con un cuerpo fructífero de hongo -en este caso reishi (Ganoderma sessile) o cola de pavo (Trametes versicolor)- del que se extrae un pequeño fragmento que se coloca en una placa con agar agar, todo ello meticulosamente esterilizado.
«Luego se deja crecer en esas placas, y de ahí se toma un trozo, que se coloca en un caldo nutritivo líquido, y empieza a crecer en la superficie del líquido. Después de unos 14 días, se puede recolectar ese material: una estera que está formada por filamentos entrelazados, creando un material muy resistente», resume.
Ciencia pura

Su punto de partida es la investigación fundamental, la curiosidad científica pura. Eso les permite tener más tiempo para comprender la tecnología, experimentar e ir desarrollando técnicas y patentes.
«Hacemos investigación y desarrollo, y las compañías quieren crecer rápido», explica la bioingeniera y diseñadora textil Annah-Ololade Sangosanya.
«Es un lujo», apostilla Jara Saluena, española formada en biología y en innovación biomimétrica, cuya investigación financia la Comisión Europea.
Mientras la científica madrileña habla sobre filtros y paneles aislantes de hongos y de tejidos vivos que se autorreparan, Sangosanya se enfunda una espectacular chaqueta de cuero de micelio que en abril presentó en la Semana del Diseño de Milán.
«Hacemos muchas cosas en el laboratorio, pero si no lo enseñamos nadie lo entiende», explica.
Ecosistema empresarial

También existe un sector industrial de biomateriales con hongos fuera de las universidades, y ambos mundos están en contacto permanente.
Pero el área empresarial está sometida a mucha más presión por recaudar financiación, escalar la producción, reducir costes, vender el producto y alcanzar la rentabilidad, explican las investigadoras.
La prueba es que Bolt Therads, una biotecnológica californiana líder en micelio que había colaborado con Adidas o Stella McCartney, abandonó hace dos años la producción de su cuero de Mylo por dificultades para escalar la producción y atraer inversión.
Pero otras grandes iniciativas siguen avanzando, como las también estadounidenses Ecovative o Mycoworks, que opera una fábrica en Carolina del Sur, tiene oficinas en París y ha colaborado con Cadillac y Hermes.
En Europa hay ejemplos como la Mogu en Italia; MycoTEX en Países Bajos; o Citribel y Permafungi en Bélgica, mientras que Sporatex y Spora Biotech en Chile, Mycorium Biotech y Somos Mosh en Argentina, o Mycotech Lab en Indonesia corroboran que las hifas de la innovación con hongos se extienden por todas las latitudes.
«Este campo está evolucionando muy rápidamente. Tengo mucha curiosidad y entusiasmo por ver a dónde llegaremos y creo sinceramente que en veinte años tendremos aplicaciones de micelio en casa», augura Verstuyft.