El duelo eterno de «Las Troyanas» demuestra en Mérida su rabiosa vigencia

Imagen que de la representación de "Las Troyanas" durante la 71 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. EFE/ Jero morales

Jero Díaz Galán

Mérida, 14 ago (EFE).- El duelo eterno de «Las Troyanas», contado por Eurípides hace 2.500 años, ha sonado esta noche en Mérida más rabiosamente vigente que nunca con unas mujeres que, como les ocurre ahora a las gazatíes, han perdido a sus hijos y a sus maridos en una guerra que las despoja de todo, hasta de su humanidad.

La 71 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida encara ya su recta final con «unas troyanas» muy contemporáneas, en una adaptación de Carlota Ferrer, que dirige el montaje, e Isabel Ordaz, que protagoniza a Hécuba, antigua reina de Troya, pero convertida en una paria tras la derrota de su pueblo frente a los griegos.

Este alegato imperecedero contra la barbarie de la guerra y el sufrimiento, sin ninguna épica, de los vencidos, que escribió Eurípides en el siglo V a C, se representará en el Teatro Romano hasta el próximo domingo, día 17, con un elenco integrado, además, por Mina El Hammani, Cristóbal Suárez, Esther Ortega, María Vázquez, Abel de la Fuente, Selam Ortega y Carlos Beluga.

Con una puesta en escena muy sobria, pero muy potente visualmente, los diálogos discurren junto a dos grandes cubos de tela blanca, a modo de tiendas de campaña, sobre una de cuyas paredes se proyectan imágenes, incluidas las de mujeres y niños gazatíes, mientras un monitor de televisión permanece continuamente encendido en la arena del escenario sin que nadie le preste atención.

En medio de los actores y acompañando a Hécuba discurren por la escena un grupo de personas, las troyanas, según reza en sus camisetas blancas con un número a la espalda y que, a modo de coro griego y desposeídas de identidad, encarnan a la perfección ese mensaje que quiere transmitir la obra, el de que «la verdadera derrota no es la caída de una ciudad, sino la deshumanización de quienes sobreviven».

Pero «Las Troyanas», como deja claro Isabel Ordaz en su papel de protagonista, no se quedan ancladas en su desesperación y en el ansia de venganza, sino que, en medio del dolor y la rabia, representan también la resistencia, la voluntad de levantarse y poder sembrar una semilla de esperanza.

«Escucha esa pequeña llama que aún arde en ti, resiste», clama una Hécuba que reivindica el papel de las mujeres como la «memoria» y también como la «ternura» de «un pueblo que no quiere morir» y que insta a no dejar que «el dolor de hoy se convierta en la tragedia olvidada de mañana».

La vigencia de Eurípides, que ya vislumbró que «la guerra no termina nunca», de tal forma que «la paz es la antesala de otra guerra» -una reflexión que parecería pensada expresamente para el pueblo palestino- queda patente igualmente en el papel de un «Taltibio» en traje de chaqueta y con maletín que interpreta Cristóbal Suárez y que representa, a su juicio, «el fracaso rotundo de la diplomacia», escenificado también con su propio suicidio.

El movimiento acompasado de los actores y la música, desde el «Lacrimosa» del Réquien de Mozart al «Je t’aime» de Serge Gainsbourg y Jane Birkin, cobran especial protagonismo en un montaje que retrata la crueldad infinita de los vencedores y que termina sorpresivamente con la imagen de un resort de playa, construido sobre la muerte y el duelo, ya que todos sus personajes visten bañadores negros y portan objetos del mismo color, en una clara alusión a lo que podría ser Gaza en un futuro, según los planes de Donald Trump.

La tragedia de «Las Troyanas», esas mujeres sorteadas como botín de guerra para ser esclavas de los griegos o para meterlas en su lecho, continúa siendo tan «irritantemente contemporánea», como dijo en la presentación de la obra su directora, Carlota Ferrer, que ha puesto de relieve, una vez más, en esta noche de calor y abanicos en Mérida, el papel esencial del teatro para reflexionar y remover conciencias. De ahí también su eterna vigencia. EFE.