Kabul, 9 jul (EFE).- Bajo el implacable sol de Afganistán, las familias llegan exhaustas, hambrientas y rotas. Expulsados de Irán en la que ha sido descrita como una de las deportaciones más masivas de la historia reciente, los migrantes afganos no regresan a un refugio, sino a más sufrimiento.
Desde enero, más de 1,2 millones de afganos han sido expulsados de Irán y Pakistán. La ONU y la Cruz Roja advierten que la cifra podría superar los dos millones a finales de año, en una crisis que ha alcanzado picos de hasta 50.000 personas cruzando la frontera iraní en un solo día.
Nafisa, de 70 años, volvió a Afganistán tras una redada policial. «No entiendo por qué nos hicieron esto. Mi esposo fue detenido frente a una panadería, mi hijo estaba trabajando. Ni siquiera pudimos hablar. Nos golpearon, y la policía iraní se llevó nuestro dinero», relató a EFE.
Su testimonio es también el de miles que aseguran haber sufrido malos tratos, palizas y pérdidas económicas.
«Irán es cruel. Ni siquiera enviaría el cuerpo de un familiar muerto. No vayan a Irán. Allí te arrebatan años de trabajo duro. En su lugar, intenten hacer algo aquí, en su propio país, construir una casa y asentarse», añadió.
La repatriación forzosa se ha intensificado pese a los llamados internacionales. El gobierno iraní justifica las expulsiones en su complicada situación económica y, tras su reciente crisis con Israel, ha llegado a acusar a ciudadanos afganos de actuar como espías, según informes de la ONU.
Shafiqullah Takhari, de 55 años, fue deportado con su esposa y seis hijos sin previo aviso. «Trabajé día y noche y al final nos echaron sin nada», dijo. Como muchas familias, recibió solo 10.000 afganis (unos 140 dólares) al cruzar la frontera, apenas suficiente para lo básico.
«No tenemos techo, ni empleo. Pasamos de una miseria a otra», añadió.
El jefe de la delegación de la Federación Internacional de la Cruz Roja (FICR) en Afganistán, Sami Fakhouri, describió en Ginebra cómo fue testigo de que «los buses no paraban de llegar, uno tras otro, repletos de gente» a una frontera con «más de 40 grados» de temperatura.
A finales de junio, las autoridades estimaban en más de un millón los afganos retornados al país en lo que va de año, más de 600.000 de ellos procedentes de Irán, según datos de Naciones Unidas.
Las autoridades afganas han admitido que no cuentan con los medios necesarios para hacer frente a la emergencia, agravada por la falta de apoyo internacional y por el colapso de la economía desde la llegada al poder de los talibanes.
En el paso fronterizo reina el caos. Mohammad Asghar, de 60 años, lo describe como «una catástrofe humanitaria». Su relato, y el de otros, incluye escenas estremecedoras de mujeres embarazadas obligadas a dar a luz bajo el sol, sin atención médica.
La situación ha llevado a miles a improvisar refugios o a dormir al raso, mientras las organizaciones advierten que sus recursos están completamente desbordados. Muchas ONG afirman que ni siquiera pueden garantizar pan y agua para todas las personas que llegan.
Nahid Noori, activista por los derechos civiles y de las mujeres, responsabiliza a ambos gobiernos. «Esta crueldad de Irán y las políticas egoístas del régimen talibán han borrado toda humanidad», sentenció.
Las organizaciones de ayuda están desbordadas. Abdul Jawad Fateh, representante de una ONG en la frontera, describió la escena: «Decenas de miles de migrantes en condiciones extremas. Ancianos, mujeres, niños… Olvidémonos de comida suficiente, si logramos darles pan y agua, ya será un logro».