Madrid, 2 jun (EFE).- El fuego, un fenómeno responsable de cuantiosas pérdidas y de cientos de miles de hectáreas calcinadas cada año en España, puede ayudar también a la adaptación de los bosques al cambio climático siempre que su intensidad sea baja, han asegurado a EFE varios especialistas en este tipo de desastre forestal.
El fuego es “una especie más de los ecosistemas” que lleva “cuatrocientos millones de años sobre la Tierra” modelando sus paisajes de una u otra forma, recuerda el profesor de Ingeniería Forestal de la Universidad de Lérida, Víctor Resco.
“Antes ocurrían incendios de poca intensidad cada catorce o quince años y esto evitaba que se acumularan grandes cantidades de vegetación”, precisa, por lo que en cierto modo se comportaban “como un herbívoro, como una cabra pastando” y terminaban beneficiando al ecosistema ya que, al reducir la densidad de biomasa, limitaban el combustible disponible y la energía de grandes fuegos futuros, uno de los riesgos más importantes en la actualidad según Resco.
Las llamas también son útiles para la adaptación ante el impacto del cambio climático al “renovar el paisaje”, añade el jefe de los Grupos de Actuación Forestal (GRAF) de la Generalitat de Cataluña, Marc Castellnou, puesto que, cuando las áreas quemadas comienzan a regenerarse, en ellas crecen nuevas especies mejor adaptadas a la sequía y a las temperaturas altas.
Es una circunstancia “especialmente importante” en los bosques actuales, ya que “nacieron, crecieron y se adaptaron a un clima que ya no existe”, por lo que “están permanentemente estresados y arden más fácilmente”, señala Castellnou.
Al incrementar la temperatura y la evapotranspiración de las plantas, el cambio climático “provoca una mayor pérdida de humedad” en las mismas que desemboca en el mencionado estrés hídrico, agrega el jefe del Servicio de Aplicaciones Agrícolas e Hidrológicas de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), Ramiro Romero.
Quemas de baja intensidad
Los fuegos de baja intensidad colaboran en el “reciclaje rápido del carbono y los nutrientes en un mundo sin suficiente humedad”, además de facilitar una mayor disponibilidad de recursos hídricos para las plantas supervivientes y generar un “paisaje mosaico” útil para evitar futuros megaincendios, coinciden los expertos.
En un fenómeno de este tipo, la baja energía liberada resulta clave para obtener estos beneficios, según Resco, que critica la tendencia actual a “apagar todos los incendios tan rápido como sea posible” independientemente de su potencia.
También es posible conseguir una intensidad débil mediante las llamadas ‘quemas prescritas’, una técnica de gestión forestal consistente en provocar fuegos controlados en condiciones específicas de temperatura, viento y humedad.
Al ser poco energéticos, estos fuegos resultan “bastante inocuos” y no causan los efectos nocivos característicos de los casos más intensos, como la erosión y la pérdida de suelo y, además, no resultan caros porque “si extinguir un incendio cuesta 19.000 euros por hectárea, con las quemas prescritas a gran escala hablaríamos de 200 ó 300 euros”, calcula este especialista.
Una oleada de cambio
De todas formas, “lo que estamos viendo con los grandes incendios a nivel global es una oleada de cambio a un ritmo brutal” que lo que consigue es “eliminar toda aquella vegetación que no está adaptada y abrir espacio para que las especies del futuro puedan crecer”, advierte Castellnou, quien abunda en que en este proceso “no hay vuelta atrás”.
En la misma línea se pronuncia Resco, para quien “nuestros bosques se van a adaptar al cambio climático con o sin nuestra ayuda”, por lo que apuesta por “acompañar” este proceso con los fuegos de baja intensidad para que se produzca de la forma “más ordenada y menos traumática” posible.
Los expertos creen que “si somos capaces de acompañar esa dinámica de los ecosistemas, no vamos a perder bosques; lo que tendremos serán bosques diferentes, con unas estructuras mucho más adehesadas, con más espacio, menos densidad y especies más áridas”, un paisaje “más parecido al bosque ibérico, que está en expansión y es el oro puro que tenemos pero no reconocemos”.