Ruth del Moral
Madrid, 4 ago (EFE).- El impacto de la Inteligencia Artificial (IA) en el sector de la traducción dejará atrás la versión más tradicional de esta profesión y obligará a los nuevos traductores a trabajar con informáticos y con perfiles técnicos para aportar valor humano a los datos lingüísticos, que no dejan de aumentar.
«El trabajo de la parte de humanidades deberá integrarse en el desarrollo de las aplicaciones», señala a EFE María Luisa Romana, doctora en Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad Pontificia Comillas, que incide en que la IA está generando un aumento de textos «brutal», que se triplica cada año y que en el sector lingüístico podría mover un presupuesto de casi 100 millones de euros hasta el 2030.
Y es que la Inteligencia Artificial está abriendo un nicho de trabajo que demanda nuevos puestos para los traductores, «que tendrán que reinventarse», señala Romana.
Explica que los trabajos de los traductores se diferenciarán entre aquellos empleos que se limiten a la postedición de una conversión de texto por una máquina -y que serán los peor remunerados-, y aquellos otros empleos altamente cualificados en los que el profesional se integrará en las propias empresas tecnológicas.
El trabajo más tradicional se ceñirá a sectores como la Sanidad, la administración o el de la legislación, donde se precisa mayor exactitud y no hay margen para el error.
«Se necesitará un perfil que controle bien los datos lingüísticos, personas formadas en idiomas y en tecnología, que asumirán puestos que tendrán mucha demanda», recalca Romana mientras incide en que «las tecnológicas demandan lingüística y hay una explosión en la inversión en procesamiento de lenguaje natural».
El director del máster de traducción e interpretación de la Universidad de Rutgers en New Jersey, Miguel Ángel Jiménez, también señala a EFE que «necesitamos seguir estudiando el interfaz humano-máquina para aportar valor humano» y para ello el nuevo estudiante deberá estar muy bien formado.
«Lo esencial es que los futuros traductores adquieran competencias digitales para introducir la máquina de forma crítica, para saber cuándo y cómo utilizarla durante el proceso de una traducción con IA», señala.
En este sentido apuesta por impulsar módulos de tecnología en los grados de traducción, de lingüística y de lingüística computacional.
«Se debe desmitificar la parte más científica de la industria tecnológica para dar cabida a las humanidades», insiste Jiménez que explica que los datos lingüísticos van desde los morfológicos hasta los semánticos.
Reinventarse para sobrevivir
Daniela González, estudió filología inglesa y tiene un máster en traducción e interpretación. Es directora de operaciones de una agencia de traducción española, un modelo de negocio en alza, que gestiona proyectos lingüísticos.
«El sector de la traducción tal y como lo conocíamos se va terminando y hay que reiventarse», reconoce a EFE mientras explica los servicios que ofrecen a sus clientes.
Los más demandados son los de la traducción automática con un servicio de postedición a través de herramientas de pago que aseguran la privacidad y confidencialidad de los textos.
Estos servicios, que suponen un gran ahorro para el cliente, van dirigidos a traducciones generalistas, vinculadas al márketing o a la publicidad, indica.
«El trabajo es ingente» y por eso su empresa externaliza hasta el 98 % de sus servicios contratando a traductores autónomos, que ven cómo ha crecido su trabajo en los últimos tres años, pero a un precio más bajo por palabra.
Incluso algunos autónomos reconocen que cobran por hora.
«Desde mi forma de entender se está devaluando la profesión y ese cariño que se pone a un texto traducido se pierde, incluso utilizando herramientas de traducción asistida que agilizan y hacen que los textos salgan más cuidados», incide Daniela, que advierte de que las grandes empresas del sector como RWS o TransPerfect «se están comiendo el mercado».
Actualmente las tarifas son por palabra, por tiempo o por carácter y pueden rondar entre los 2 y 8 céntimos por palabra, aunque si se trata de una traducción en sectores regulados como el farmacéutico o el de la alimentación, o bien entraña responsabilidad civil como las traducciones juradas, el precio sube a 11 céntimos por palabra.
«Me dedico a hacer revisiones de traducciones automáticas y es verdad que el precio por palabra se reduce, pero se supone que puedes editar más palabras cada hora. Además si una traducción automática es de calidad, no tiene por qué bajar tu tarifa», señala Eva González, que también trabaja en otra empresa de gestión de traducciones y afirma a EFE que la traducción automática «lleva años en el sector».
Explica que para trabajar con traducción automática el profesional debe hacer primero un trabajo previo y crear una base de datos terminológica que «alimente» el motor de traducción.
«De nada sirve un motor de traducción que logra traducir correctamente números o sustantivos aislados, pero no terminología específica», recalca.
La traducción también requiere creatividad
Los estudios realizados sobre el impacto de la IA en el sector de la traducción suelen ser positivos o neutros, resalta el investigador de la universidad de Rutgers en New Jersey, que recuerda que «siempre harán falta expertos para identificar errores» y «la traducción requiere creatividad, abstracción, un juicio que las máquinas no pueden realizar».
«Tras dos años y medio con el ChatGPt la industria sigue igual», añade al tiempo que deja claro que en el terreno de la interpretación la automatización «está mucho más lejos» porque requiere un reconocimiento de voz que exige mucha perfección.