Celia Agüero Pereda
Heras (Cantabria), 6 jul (EFE).- En el centro cántabro de Formación Profesional La Granja de Heras, donde hace décadas se explotaba el hierro, florece el único jardín botánico con más de mil especies vegetales, algunas que se creían extinguidas, cultivadas por profesores y estudiantes.
Ese rincón verde es más que un espacio natural, es un laboratorio vivo de aprendizaje, biodiversidad y sostenibilidad.
La transformación del jardín comenzó hace décadas, sobre un terreno degradado por la actividad minera, con cadáveres de vacas con óxidos y con un vertido incontrolado de escombros de las obras de la autovía Bilbao-Santander.
El profesor de botánica agrícola y diseño de jardines de este Centro Integrado de FP del municipio cántabro Medio Cudeyo, Rafael Martínez, explica a EFE que la regeneración del espacio fue impulsada por el departamento de Agraria, que apostó por un modelo radicalmente distinto.
El objetivo era restaurar el suelo con tierra vegetal y plantar especies arbóreas de distintos continentes.
Mil especies y sumando
Hoy, las tres hectáreas que ocupa el jardín acogen cerca de un millar de especies entre árboles, arbustos y herbáceas, a las que se suman las plantas silvestres aún sin catalogar y las que crecen en las fincas forestales vinculadas al centro, donde se encuentran robles, castaños, chopos, alisos y pinos.
«Cada año introducimos unas 20 o 25 nuevas especies. Algunas mueren, sobre todo arbustos y herbáceas, pero los árboles suelen resistir», asegura Martínez, quien señala que hay plantas vegetales de todo el mundo desde la India, Chile y Australia hasta Japón y África.
Lejos de ser una colección estática, el jardín es un observatorio del cambio climático ya que todas las especies introducidas, provenientes de climas diversos, han conseguido aclimatarse «sorprendentemente bien».
«Tenemos plantas que nunca imaginamos ver aquí y que están creciendo como si estuvieran en su entorno original», añade el profesor, quien considera que el cambio climático es el que está permitiendo estas adaptaciones.
Un testimonio de la evolución
Además, entre las joyas botánicas del jardín se encuentran tres especies fósiles, descubiertas en los últimos 70 años, que se creía extinguidas, por lo que su presencia en Cantabria es un testimonio viviente de la historia evolutiva de la tierra.
El jardín no es solo un espacio de contemplación sino que también es un recurso pedagógico para los estudiantes del ciclo de gestión forestal y del de jardinería y paisajísmo, que utilizan este entorno para aprender en contacto directo con las plantas.
«Aquí pueden comprobar si una especie se adapta a Cantabria o no, aprender a reconocer plantas autóctonas o detectar especies invasoras», subraya Martínez.
El mantenimiento del jardín responde a criterios ecológicos estrictos ya que apenas usan productos fitosanitarios y el riego se limita al primer año de plantación. Después se riega con la lluvia que quiera el cielo.
Sostenibilidad real
«El jardín es completamente sostenible», afirma el profesor que lleva 27 años formando a generaciones de alumnos en materias tan diversas como ganadería, jardinería o botánica agrícola, su especialidad actual y lo que más le gusta.
Reconoce que la naturalidad del entorno atrae a jabalíes, corzos y liebres que hacen de las suyas entre las plantas, lo que representa una de las principales amenazas junto a plagas como el picudo rojo en las palmeras o la polilla en los bojes.
A pesar de todo, este jardín botánico de Heras no deja de crecer ni de enseñar, ya que con cada árbol y cada arbusto cuentan una historia de adaptación, recuperación y biodiversidad.
Y todo ello gracias al esfuerzo conjunto de profesores y alumnos que, con paciencia y conocimiento, han convertido un antiguo vertedero en un jardín botánico que mira al futuro