Cristina Lladó

Madrid, 9 jun (EFE).- El Museo del Prado ha presentado este lunes la exposición ‘Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España’ que reúne unas 70 imágenes de la Virgen Guadalupana llegadas de museos, catedrales, basílicas, parroquias, monasterios y colecciones privadas de toda España y de México, en un proyecto que ha movilizado a cientos de profesionales.

Desde hace meses, transportistas, restauradores, arquitectos, ingenieros y diseñadores han preparado las obras y un par de grandes salas del museo para que todo estuviera listo ante la llegada de las obras y el montaje final de la exposición.
Y hace dos semanas comenzó el baile, aparentemente caótico pero perfectamente coreografiado, de transportistas, montadores, electricistas e iluminadores, responsables del grafismo y la cartelería.
El pasado 26 de mayo, cuando EFE accedió a las salas, ya había algunos cuadros colgados, sobre todo los que habían llegado meses atrás al departamento de Restauración del Museo del Prado, donde han sido limpiados y restaurados para lucir impecables.
A su alrededor, decenas de cajas de transporte llegadas desde dieciocho catedrales, trece basílicas, siete colegiatas y cuatro santuarios marianos, en los que reciben culto propio por toda España. Otras tantas han llegado desde parroquias y capillas de villas y pueblos, conventos, museos y colecciones particulares.
Apiladas a los pies de una bellísima talla de Sor María de Jesús de Ágreda (Zamora), que mira con arrobo la aparición de la virgen sobre su hombro, decenas de cajas de transporte esperaban ser abiertas en presencia del “correo”, o enviado del museo que presta la obra, y de un experto del Prado, que revisarán cada pieza para certificar su estado y si tiene algún desperfecto tras el viaje.
Es el caso de la directora general del Museo Franz Meyer de México, Giovana Jaspersen, quien supervisa la apertura de las cajas de dos grabados, o de Graciela Téllez, de la Colección Pérez Simón, que revisa el estado de un cuadro de la Guadalupe española llegado desde México.
Un poco más allá unas planillas de cartón y grandes botes de pintura esperan la intervención del responsable de pintar el título de la exposición y las explicaciones sobre las paredes azules de la muestra.
Entre medias, y sorteando escaleras, tróleys, escobas y fregonas, además de los carritos de electricistas y montadores, circulan operarios de las brigadas del museo moviendo obras en un caos perfectamente sincronizado.
En mitad del ajetreo, el restaurador Álvaro Fernández, contempla con orgullo un gran óleo de la virgen llegado desde la Iglesia de San Miguel, en Jerez de la Frontera (Cádiz), al que ha dedicado unos dos meses y que ahora luce colgado con su gran marco tallado, que también ha sido limpiado y restaurado para la ocasión.
A la vuelta de la esquina, operarios del museo alzan un gran cuadro para determinar a qué altura colgará, mientras por detrás pasa una carretilla hidráulica desplegada hasta el techo para corregir la dirección de la iluminación.
Entre el bullicio, supervisando la colocación de las obras, pasean los doctores universitarios mexicanos Jaime Cuadriello, de la Universidad Nacional Autónoma de México, y Paula Mues, del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, comisarios de la muestra.
“Queríamos mostrar cómo la virgen mexicana se convirtió en un punto en común entre ambas Españas, cómo la gente de Nueva España envió copias verídicas a sus familias, ciudades natales y órdenes religiosas, y cómo la devoción por la Guadalupana se extendió por toda España hasta el punto de que hoy hay casi 1.000 imágenes veneradas acá”, explica Mues.
La mayoría de las obras expuestas fueron realizadas en México y enviadas a España antes de 1821 por indianos, virreyes, obispos, órdenes religiosas, funcionarios y familias relacionadas con el comercio transoceánico y la minería.
Para los comisarios, el gran desafío ha sido diseñar una exposición que muestre “decenas de copias de la misma imagen sin ser aburrido ni reiterativo”, reconoce Cuadriello, orgulloso de la selección final de pinturas, tallas, grabados, marfiles y enconchados que van poblando las paredes del Prado llegadas de Soria, Zamora, Jerez, Sevilla, Alba de Tormes (Salamanca) o Barcelona.
La exposición muestra así la amplia circulación de una imagen que se propagó también por Italia, Portugal, los virreinatos de Sudamérica, el Caribe y Asia, y se convirtió, según los comisarios, en “la primera imagen mariana globalizada”, testimonio de las intensas relaciones que, desde ambos lados del océano, tejieron densas redes identitarias, culturales, políticas, sociales y económicas, hoy perdidas y que esta exposición busca restituir.