Carlos Alberto Fernández
Ourense, 4 oct (EFE).- Fernando Blanco es uno de los 26 vecinos de A Veiga, una aldea de la comarca del Ribeiro, en Ourense. Hace cinco años cambió la ciudad para entregarse a la vida rural y reivindica las ventajas de un entorno que, según él, «engancha» por su tranquilidad y conexión humana y que ofrece casas a dos euros para quien quiera volver a convertirlas en un hogar.
El pequeño núcleo del municipio de Carballeda de Avia es un ‘boomerang’ para quien lo visita, haya tenido o no un vínculo con su tierra. El que va, siempre vuelve.
Fernando también regresó, aunque para quedarse, antes de cumplir los 50. El pueblo de sus antepasados, que llegó a tener 200 vecinos y del que disfrutó siendo niño cuando visitaba a sus abuelos, le atrajo como un imán antes de la pandemia.
Cuenta a EFE que fue entonces cuando, junto a su mujer, de la provincia de Lugo, cambió la ciudad, Pontevedra, por volver al rural, a un lugar con «un montón de casas derruidas, otro montón de casas cerradas y seis u ocho en las que vive gente», aunque, eso sí, con internet de alta velocidad, el médico a 3 kilómetros y Ourense a menos de media hora.
A sus amigos le parecía una locura. «Me decían, jolín Fer, le echas unas narices al irte para ahí, porque no es un rural normal, es un rural extremo, pero, ahora, todos los que vienen, absolutamente todos, repiten. Todos quieren volver», asegura.
Según él, la vida en el pueblo es «completamente diferente» a la de la ciudad, de la que no echa «absolutamente nada» de menos, «engancha».
«Hay paz, tranquilidad, silencio y te mantiene activo porque tienes tu huertita, tu jardín, vas por la calle y saludas a todo el mundo; no es la frialdad de una gran ciudad donde al final te cruzas con mil personas y no saludas a nadie», afirma.
Admite que puede «sonar un poco raro», pero en la aldea no hace falta ir todos los días «con ropa limpia, nueva, bien vestido, bien arreglado», como en la ciudad, sino que «te pones un chándal viejo, una camiseta gastada» y listo. «No es necesario convencer a nadie de lo que eres porque aquí todo el mundo sabe quién eres», sostiene.
Apostar por vivir en lugares como A Veiga no tiene término medio, así que «o te entusiasma, o lo aborreces». Y a él y a su pareja les ha pasado lo primero.
Compraron una casa «histórica» para rehabilitar, del año 1840 -según la escritura-, de esas que tienen muros de piedra natural de 80 centímetros de grosor, a la que se accede por una puerta que cuenta con más de cien años de historia y otros tantos kilos por hoja.
La casa, pegada al monte que se vio arrasado por los incendios de agosto, la siguen reformando «con materiales orgánicos», a su gusto, poco a poco, sin «la velocidad» a la que transcurre la vida en la ciudad o circulan los mensajes en las redes sociales.
La lucha contra las llamas -una decena de vecinos armados con palos y ramas las pararon a «30 metros» de las casas- y los efectos del fuego en el bosque le hicieron pasar de 120 seguidores en Instagram (@nosolecer) a más de 8.000 en cuestión de días.
Él,que «siempre decía que las redes sociales no valen para nada», se dio cuenta de que sí conectan con el mundo. Lo pusieron en contacto con voluntarios para la reforestación, gente interesada en sus proyectos y hasta compradores de casas a dos euros como la que anunció en su perfil.
«Lo que yo pretendía era darle visibilidad a lo que ocurre en el rural gallego, que es difícil vender una vivienda por muy barata que sea», reflexiona. Pero esa casa, en una localidad próxima, Cartelle, se vendió al día siguiente junto a otra contigua por cinco euros más, aunque con letra pequeña, con la condición de que el comprador la restaure «en poco tiempo» y mantenga las estructuras originales.
Tiene una empresa de jardinería, es profesor en la escuela-taller de poda técnica y cuestiones relacionadas con el campo y también vende por internet accesorios para acuariofilia marina. Todo desde el rural, que ya no es el de antes, el de sus ancestros.
«Hoy en día tenemos internet, un vehículo para movernos, el panadero que viene a la puerta de casa, el centro médico cerca… Es muy fácil de llevar», reivindica.
Fernando opina que «el rural cobra un diezmo, porque hay cosas que hacer todos los días, pero lo que te regala es infinitamente superior a lo que te cobra» y por eso él ha elegido volver al pueblo.