Madrid, 7 jul (EFE).- El suelo, la capa más superficial de la corteza terrestre, conmemora este lunes con discreción el día mundial para su conservación mientras los expertos advierten de su importancia, a menudo olvidada, para paliar los efectos del cambio climático, las inundaciones y la contaminación.
Según explican varios especialistas consultados por EFE, un suelo sano –aquél que es capaz de cumplir con las funciones que necesitan los ecosistemas y el ser humano-, puede absorber una gran cantidad de agua en caso de inundación y secuestrar una parte importante del dióxido de carbono de la atmósfera.
“Los suelos, además, actúan como un filtro que ayuda a depurar las aguas contaminadas”, agrega el profesor de la Universidad de Valencia, Artemi Cerdà, quien avisa de que “al degradar este filtro, lo que estamos haciendo es dispersar los contaminantes”, que acaban afectando también a las aguas que pasan por ellos.
Un informe reciente de la Comisión Europea estimó que entre el 60 % y el 70 % de los suelos del continente gozaban de un estado de salud pobre.
En España, aunque la superficie forestal ha crecido significativamente en los últimos decenios y ya supone más de la mitad del total, “un 28 % de la superficie nacional experimenta procesos de erosión graves o muy graves”, apunta el profesor del Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura, Víctor Castillo, y un 74 % del territorio se halla en peligro de desertificación, según el Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITECO).
Cómo se degrada
La degradación del suelo es resultado de múltiples procesos simultáneos, según el responsable de campañas de agua de Greenpeace, Julio Barea: la erosión acelerada por la actividad humana, la sobreexplotación de los recursos hídricos y la consecuente salinización, los incendios forestales, el cambio climático o la contaminación industrial y agrícola se encuentran entre sus principales amenazas, ha señalado.
Cerdà ha resaltado además la importancia de la compactación del suelo, un proceso relativamente invisible pero nocivo que ocurre cuando el uso repetido de maquinaria pesada, la labranza excesiva o algunos productos químicos aumentan su densidad.
«En el suelo hay materia mineral y orgánica, agua y aire. Cuando lo compactamos, lo que hacemos es expulsar ese aire, de forma que éste se vuelve cada vez más mineral, el agua ya no puede penetrar en él y tanto los niveles de oxígeno como la actividad biológica decrecen», detalla.
Otro proceso invisible que ha aumentado la pérdida del suelo en los últimos decenios, observa Castillo, es el sellado del mismo con hormigón o asfalto para la construcción de carreteras o espacios urbanos, lo que impide la absorción de agua y el intercambio de dióxido de carbono y oxígeno con la atmósfera.
En España, «entre 2000 y 2018 se urbanizaron unas 600.000 hectáreas, el equivalente a ocho campos de fútbol por hora», precisa Joan Escuer, profesor de Geología en la andorrana Universidad de Carlemany.
Cómo se recupera
Cuando la degradación del suelo alcanza un nivel suficiente, ésta puede derivar en su pérdida definitiva.
La nueva formación de suelo, afirma Castillo, requiere de «miles o decenas de miles de años», por lo que «podemos considerarlo como un recurso natural no renovable».
Para evitar llegar a ese punto, los expertos entrevistados por EFE aconsejan revertir los procesos de degradación en marcha, aplicar estrategias de conservación que eviten su erosión, cuidar su cubierta vegetal y apostar por una agricultura y una ganadería regenerativas, que puedan restaurar su fertilidad y biodiversidad.