El talento colectivo de Alemania se impuso a las grandes estrellas europeas de la NBA

Los jugadores de Alemania celebran tras ganar a Turquía la final del EuroBasket 2025 en Riga, Letonia. EFE/EPA/TOMS KALNINS

Redacción deportes, 15 sep (EFE).- Alemania conquistó por segunda vez en su historia el Eurobasket, subida a una ola de éxito que ya dura varios años y que demuestra que en un baloncesto europeo donde las estrellas individuales brillan más que nunca, aún hay espacio para el triunfo del colectivo.

El cuadro germano, que dominó el mundo en el año 2023, tiene grandes nombres, pero no quizás los mejores o uno sobre el que levantar todo un proyecto. Tampoco lo ha necesitado para instaurar una idea de juego que trasciende entrenadores -Álex Mumbrú se estrenaba en detrimento de Gordon Herbert- y le permite controlar los partidos y ser capaces de sobrevivir a cualquier tipo de escenario o de ‘superhéroe’ que se les ponga delante.

Si bien siempre es osado comparar épocas, los alemanes pueden presumir de haber ganado una de las ediciones con más talento individual de la historia. Los dos ejemplos más claros han sido el del turco Alperen Sengun, que guió a su selección hasta la final y estuvo a las puertas de ser coronado MVP -el premio final fue para Dennis Schroder-, y el griego Giannis Antetokounmpo, que con el bronce se cuelga su primera medalla al cuello con la selección.

Más que asentada ya la presencia en la NBA de los jugadores nacidos en el Viejo Continente, por el parqué han desfilado junto a ellos nombres como el serbio Nikola Jokic, tres veces MVP de la NBA; un firme candidato a recibir ese premio algún día como el esloveno Luka Doncic (elegido en el quinteto ideal junto a Sengun, Giannis Antetokounmpo, Schroder y el compatriota de este último Franz Wagner), o el número 1 y el 2 del draft del 2024, Zaccharie Risacher y Alexandre Sarr.

Y pocos de ellos se han limitado a figurar, dando lo mejor de sí mismos por su país y poniéndose al frente para lo que hiciera falta. Como consecuencia se han visto hasta once actuaciones personales con 40 puntos o más de valoración, diez de ellas de hombres que juegan en equipos al otro lado del Atlántico; y dos de los cinco triples-dobles que se han dado en el torneo desde 1995; el de Doncic contra Bélgica y el de Sengun ante Polonia.

Los de estos dos últimos son casos de jugadores que han ayudado a sus selecciones a llegar más lejos de lo que cabía pensar, como ha sucedido también con Lauri Markkanen en el caso de Finlandia, que, con su cuarto puesto, es el mayor exponente de una lista de revelaciones en la que también merecerían entrar conjuntos como Georgia o Bosnia-Herzegovina.

En el lado opuesto de la balanza para otros participantes se abre ante sí un periodo de reflexión profunda por las consecuencias de su actuación. El ejemplo más claro es el de España, que llegaba como vigente campeona y se marchó a las primeras de cambio con un triste desenlace para el ciclo glorioso en el banquillo de Sergio Scariolo. Pero hay más.

Si bien en el caso de ‘La familia’ las expectativas llegaban más por su pasado que por su presente, en otros como el de Francia o Serbia se consideraba que el momento era ahora. El tropiezo de ambas en octavos, ante Georgia y Finlandia, resultaba impensable y sirvió para allanar el camino hacia el título de los germanos.

Suyo es ahora mismo el continente, un laurel prestado que amenazan con arrebatárselo dentro de cuatro años países como Turquía, que con su puesto en la final ha demostrado estar en un ciclo ganador liderado por una mente brillante como la de Ergin Ataman; España, que será anfitriona de la fase final e inicia andadura mirando de reojo a los campeones del mundo sub-19; Francia, que quizás para entonces cuente con un Víctor Wembanyama y las joyas que le han seguido en los drafts sucesivos con un talento más maduro; Italia, que vuelve a producir jóvenes muy interesantes, o candidatos perennes por tradición y calidad de sus jugadores como Serbia, Grecia o Lituania.

Carlos Mateos Gil