Entre la niebla de Monserrate, decenas de colibríes despiertan a Bogotá

Fotografía del 17 de mayo de 2025 de un colibrí alimentándose en el sendero ecológico 'El Paramuno' en Bogotá (Colombia). EFE/ Carlos Ortega

Bogotá, 20 may (EFE) – Envuelto por la niebla densa del amanecer, el cerro de Monserrate despierta cada día con una escena digna de cuento: decenas de colibríes emergen entre los arbustos del bosque altoandino y saludan con su aleteo a los caminantes que ascienden por el empinado sendero hacia el santuario.

A 3.150 metros sobre el nivel del mar, en el oriente de Bogotá, Monserrate es conocido por ser un sitio de peregrinación religiosa, famoso por la subida de penitentes por sus más de 1.500 escalones, pero también es un santuario natural, donde aves como el colibrí encuentran refugio y alimento en medio de la vegetación andina.

El camino por el que miles de personas ascienden a diario desde las 5 de la mañana, se envuelve en una niebla espesa que, como un velo místico, transforma el cerro en un lugar casi sagrado.

“Cuando está nublado los colibríes vienen más, porque el sol directo no les gusta. De entre la neblina salen a saludar justo cuando estás más cansado y ya casi llegas a la cima”, explica a EFE Luis Eduardo Parra, uno de los guías del Sendero de Aves El Paramuno, un corredor inaugurado hace siete años en este cerro tutelar de Bogotá.

El sendero es uno de los mejores lugares de Colombia para observar estas aves, pues recibe unos 6.000 visitantes al año, entre ellos turistas internacionales como una pareja británica que viajó expresamente para verlos.

“No hay otro lugar así que esté dentro de una ciudad”, dijeron a EFE, asombrados por la cercanía de los colibríes, mientras su traductora les informaba de lo que Parra decía al grupo.

Entre las ramas de los árboles se esconden las plumas azules del colibrí chillón, las naranjas y moradas del colibrí paramuno, que da nombre al sendero, o el largo pico del colibrí espada, variedad endémica de la región que se suma a las 18 especies distintas que se pueden encontrar por todo Monserrate.

Batir de alas y batallas por flores

Fotografía del 17 de mayo de 2025 de un colibrí alimentándose en el sendero ecológico 'El Paramuno' en Bogotá (Colombia). EFE/ Carlos Ortega

Pese a su diminuto tamaño, los colibríes son criaturas de extremos: “Durante el día su corazón late unas 1.200 veces por minuto y su temperatura corporal puede alcanzar los 40 grados”, narra el guía.

Sin embargo, de noche “entran en un estado de letargo total: bajan su temperatura hasta los 10 grados y su ritmo cardíaco a solo 100 latidos por minuto”, lo que los hace vulnerables ante depredadores.

Descansan ocultos en ramas y arbustos, vulnerables ante depredadores como serpientes, aves rapaces o incluso gatos abandonados por visitantes en el cerro.

En el día, sin embargo, luchan incansablemente por defender su territorio: “El chillón y el paramuno son muy territoriales. Pelean todo el día por el alimento”, explica Parra, mientras los visitantes observan el frenesí de alas alrededor de flores silvestres y bebederos instalados en puntos estratégicos del sendero.

 

Un santuario urbano para la biodiversidad

El Sendero El Paramuno, de tan solo 300 metros, no solo es un espacio privilegiado para el avistamiento de colibríes, también es una herramienta pedagógica de educación ambiental.

La ONG Audubon y la administración del Cerro de Monserrate han sellado una alianza para sensibilizar a la ciudadanía sobre la importancia de conservar las aves que se materializa en una nueva señalización con fotografías de las diferentes especies que se encuentran a lo largo del recorrido para que sea más sencillo identificarlas.

Los bebederos, rojos para que sea más fácil distinguir a las aves, requieren un cuidado riguroso: “Usamos agua con azúcar, pero hay que cambiarla todos los días porque se fermenta rápido con el sol y eso puede hacerles daño”, indica el guía, señalando uno de los recipientes transparentes que cuelga de los árboles.

Además de los colibríes residentes, hay aves que bajan de otros pisos térmicos en busca de floración, lo que convierte al cerro en un corredor ecológico vivo.

Embajadores alados de un planeta en peligro

Para Audubon, los colibríes son más que una atracción turística: son centinelas del cambio climático y embajadores de la biodiversidad.

Colombia, el país con más especies de aves en el mundo, tiene en Bogotá un ejemplo claro de cómo conservar la fauna incluso dentro de una metrópoli de más de ocho millones de habitantes.

“El objetivo es que cualquier persona pueda experimentar la magia de observar aves en su hábitat natural y comprender su papel vital en nuestros ecosistemas”, explica a EFE Camilo Cardozo, director de Audubon en Colombia.

A medida que avanza la mañana, la niebla se disipa y los colibríes regresan a lo más profundo del bosque, pero su aleteo queda suspendido en el aire, como un recordatorio de que, incluso en el corazón de la ciudad, la naturaleza aún canta al oído de quienes saben escuchar.

Paula Cabaleiro