Esa mala noticia

Foto de archivo de Rafael Nadal durante la ceremonia de entrega de los III Premios Fundación Rafa Nadal, el 27 de marzo de 2025. EFE/CATI CLADERA

Madrid, 9 oct (EFE).- Se cansó de luchar contra el destino, batallar frente a las lesiones y desafiar al tiempo. Y con un vídeo de 4 minutos y 45 segundos Rafael Nadal, hace ahora un año, resolvió un dilema largamente meditado para acabar con las especulaciones y echar el cierre a un periplo inigualable, a una carrera impecable.

Pasadas las once de la mañana de aquél 10 de octubre llegó el anuncio que casi todo el mundo veía venir pero que casi nadie quería asumir, el del adiós de Rafael Nadal, el mejor deportista español de la historia. No por admitido fue menos doloroso, menos triste. Menos impactante para el seguidor instalado en el disfrute competitivo que el ídolo proporcionó durante más de dos décadas.

«Hola a todos. Estoy aquí para comunicaros que me retiro del tenis profesional». Así arrancó entonces aquella emisión, con primeros planos del rostro del jugador, serio, a veces sonriente. Agradecido y nostálgico. Entre imágenes de grandes momentos en pista, en acción. Con los trofeos en la mano. Duelos legendarios, con Roger Federer, con Novak Djokovic. Secuencias de su equipo, planos de su familia. Estaciones de un viaje incomparable, histórico.

«Los dos últimos años han sido difíciles y no he sido capaz de jugar sin limitaciones… Es el momento adecuado de poner punto y final a lo que ha sido una carrera larga y mucho más exitosa de lo que jamás hubiera podido imaginar» «Todo lo que he vivido es un sueño hecho realidad. Me voy con la tranquilidad absoluta de haber dado el máximo, de haberme esforzado en todos los sentidos. Mil gracias a todos y hasta pronto», añadía el documento videográfico de un tipo que ha ido mucho más allá a los logros deportivos. A los 92 títulos conquistados, a los veintidós Grand Slam ganados, a los dos oros olímpicos -individual y dobles- conseguidos. A las cinco Copa Davis levantadas con España.

Rafael Nadal anunció su adiós un 10 de octubre del 2024. Cuando no pudo más después de dos temporadas sin estabilidad competitiva. Siempre fue un luchador y, desde el inicio de su carrera, el balear tuvo que lidiar con los obstáculos físicos, cada año, cada curso. Siempre los superó. Ganó con dolor, lastrado.

Pero desde que cerró el brillante 2022, con los títulos en Roland Garros y el Abierto de Australia que añadió a los de Melbourne y Acapulco, que elevaron su registro a veintidós Grand Slam, nada fue igual. Se pasó el 2023 casi en blanco, con solo cuatro partidos jugados: dos en la United Cup y otros dos en el Open australiano, donde no pasó de la segunda ronda. Un partido ganado y tres perdidos. Fue en Melbourne, cuando sintió molestias en la cadera, de la que fue operado meses después. No compitió. Nada fue igual.

Nadal hizo todo lo posible por volver a ser competitivo. Fijó su auténtico objetivo en los Juegos Olímpicos de París. En disfrutar de ese evento por última vez. En el individual pero también, especialmente en el torneo de dobles, junto a Carlos Alcaraz, su heredero.

Cada presencia pública era una renuncia del torneo siguiente. Jugó en Brisbane en enero. Y de ahí se echó a un lado para centrar sus apariciones en la temporada de tierra. Barcelona, Masters 1000 de Madrid, Roma y Roland Garros. Presencias con sabor a despedida, donde pudo saborear el amor del público. El cariño. Jugó su última final en Bastad, en Suecia. Pero perdió ante el portugués Nuno Borges. Pintaba mal.

Y fue a los Juegos. Se topó con Djokovic en segunda ronda y dijo adiós. Y tampoco llegó al podio en el dobles junto Alcaraz. No fue el adiós que contemplaba. A pesar de haber brillado en la ceremonia de apertura que apuntaló el significado que para Francia supone el español, ganador de catorce títulos de su torneo más relevante.

Un mes y medio tras la cita olímpica, tiempo de meditación, de reflexión, de pausa. Y después, el video. Siempre implicado con España, con la selección, se dio una última oportunidad para una despedida a la altura, en la Copa Davis, en las finales de Málaga.

No había vuelto a pisar una pista desde la Philippe Chatrier de Roland Garros, en los Juegos. Lo hizo cuatro meses más tarde, en el pabellón José María Martín Carpena de Málaga, entregada al balear. El equipo de David Ferrer perdió en su primer duelo, ante Países Bajos. Y todo se torció. Nadal tuvo una despedida oficial de madrugada, entre semana, y sin la presencia de los protagonistas de la vida de Nadal. Pilló la situación con el pie cambiado y el adiós no estuvo a la altura.

El auténtico homenaje a Rafael Nadal fue en París, el 25 de mayo pasado, en la pista donde más triunfó, en el torneo donde más brilló. Roland Garros. Francia a los pies. Con Federer, Djokovic y Andy Murray, una placa en la pista central y un caluroso reconocimiento. A la altura, al nivel. Encogió el corazón del español y de todos sus seguidores. París le reconoció, le hizo más universal.

Investido doctor ‘honoris causa’ por la Universidad de Salamanca recientemente, distinguido por su resiliencia, humildad, disciplina, esfuerzo y trabajo en equipo, el primer deportista en recibir esta distinción, disfruta de la aclimatación a su nueva vida, al margen del frenético ritmo profesional al que estaba sometido. Al rigor en los cuidados, a la intensidad de los viajes. «No he vuelto a coger una raqueta», reconoció en una de sus últimas apariciones públicas.

Disfruta de otras pasiones. Del fútbol, del golf. Cuida la Fundación, la Academia, y disfruta de la vida familiar, de sus hijos. Un año después de aquel anuncio que nadie quería escuchar.

«Mi rutina diaria es que no tengo rutina. No echo de menos mucho el tenis, porque siento que lo di todo».

Santiago Aparicio