Madrid, 30 abr (EFE).- A la escritora Espido Freire el apagón le pilló en un AVE y llegó doce horas después a casa “con el buen humor que nos da sentirnos a salvo dentro de una gran aventura”, pero también “con la esperanza de que nos sirva de advertencia para otras situaciones que pueden ser más graves”.

“En las últimas décadas se ha acentuado mucho la sobreprotección hacia los niños y los mayores, es el discurso colectivo de que nos encontramos en una burbuja”, ha opinado la escritora en una entrevista con EFE con motivo del Premio Anaya de literatura juvenil por ‘El diario de la peste’, que define como “un libro profundamente optimista, pero en un mundo horrible”.

En una conversación que se produce el día después del corte de electricidad que afectó a España y Portugal, Freire dice ver en este suceso, que vivió a la vuelta de la Feria del Libro de Castellón, sobre todo una anécdota que recordar.
Pero también le lleva a reflexionar sobre la necesidad de que a los niños y jóvenes se les enseñe que hay circunstancias en las que “todo se tambalea”, como apagones o pandemias, y que en la literatura pueden encontrar un bálsamo y también explicaciones.
“Cómo les decimos que tienen que confiar en otros y por otro lado ser autosuficientes y, sobre todo, cómo les hablamos de las partes más oscuras del ser humano”, se ha preguntado la escritora, que en sus libros para adolescentes siempre rompe “la burbuja de confort”.
‘El diario de la peste’ no es una excepción. En la novela, varios niños y adolescentes se enfrentan a una circunstancia en la que todo lo que ellos conocían y controlaban desaparece. Cuenta la historia de la joven Elena Hurtado, que se enfrenta a una epidemia de peste un agosto de 1598 en Toledo y a algo más preocupante: con sus padres ausentes, sus criados quieren matarla a ella y a su hermano pequeño, por lo que deben huir.
La enseñanza de Freire en el libro es que “incluso cuando el mundo se vuelve del revés y tienes la impresión de que todo está en contra, siempre hay alguien en quien puedes confiar y vas a sobrevivir”, dice.
Lo transmite a través de una historia de esperanza, resiliencia y lucha contra los elementos con los recursos con los que cuentan los protagonistas. “Para que no me digan luego es que siempre tengo ese punto oscuro y melancólico”, ha bromeado la ganadora del Premio Planeta 1999.
A su juicio, la literatura es un arma muy poderosa y efectiva para inspirar determinados comportamientos y mensajes a niños y jóvenes, quienes “no están ni ciegos ni sordos, ni son tontos. Y los adolescentes muchísimo menos”, advierte.
Al contrario, considera que ese colectivo es “un sensor delicadísimo y afinadísimo”, que manifiesta los problemas de la sociedad “de una forma mucho más aguda y elemental”, a menudo a veces a través de trastornos de salud mental.
Y aunque nunca se haya estado más pendiente de los adolescentes en toda la historia de la humanidad que en el presente, a su juicio “muchas veces no atendemos a sus necesidades reales, sino a las que pensamos como adultos”.
“Si algo aprendí cuando ahondé en los trastornos de la alimentación (que a ella misma le afectaron, relata), fue que el adolescente manifiesta un problema de toda la familia. Todos están afectados, aunque el miembro más débil es quien cae”, ha asegurado Freire.
En la escritura de ‘El diario de la peste’ también ha estado presente la preocupación que le acompaña desde niña sobre “qué ocurre cuando se fractura una sociedad”. “Yo no me lo planteaba así con 10 o 12 años, pero vivía en Euskadi en un momento de enorme violencia, que estaba ahí aunque no te tocara”.
Cuestiones graves y profundas que llevan a Freire a reflexionar que, a su entender, una de las grandes limitaciones actuales de la literatura infantil y juvenil es que “hemos pasado de cuentos de hadas en los que el mal se exponía de una forma muy clara y muy franca a una literatura principalmente de evasión y escapista”.
Marina Estévez Torreblanca