Tegucigalpa, 30 abr (EFE).- Cuando en 2002 el sacerdote católico italiano Ferdinando Castriotti decidió continuar su misión fuera de su país, escogió a Honduras conociendo solamente que esta nación de Centroamérica había figurado en el mundial de España de 1982, pero creyendo que estaba situada en África.
Antes de llegar a Honduras, en 2007, Castriotti (56 años), natural de Venosa, Italia, trabajó ahí con la Conferencia Episcopal, donde además se ocupaba de la parroquia y daba clases en una universidad, según relató a EFE en la ciudad de El Paraíso, departamento del mismo nombre, al este hondureño.
Según su relato, en Venosa ejerció como párroco y docente universitario entre 2000 y 2002, cuando había mucha pobreza, como en otras regiones de Italia, y aunque la Iglesia no pudo resolver ese problema, tuvo un “impacto fuerte” ante el desempleo.
El proyecto con la Conferencia Episcopal contribuyó a que se abrieran muchas empresas, pero en 2002 Castriotti, con un doctorado en bioética y dos maestrías, dijo que quería cambiar de aires. En respuesta le ofrecieron dar clases en Jerusalén y que se cruzara por la República del Chad para ayudar a los pobres.
En 2006 se le terminó el contrato que suscribió para ir a Jerusalén y Chad, y regresó a Italia, pero no para quedarse, porque creía que en su país “hay muchos sacerdotes y quiero irme”, añadió.
“Regresé porque sentí que ya no tenía el mismo corazón que tenía antes, había visto muchas cosas que no tenía que haber visto, mucho sufrimiento, mucho dolor”, en Chad, subrayó.
Su obispo le recomendó que fuera a Roma para ver a qué país lo enviaba el responsable de la misión.
Fue en Roma, antes de que lo recibieran, dice Castriotti, donde llegó una señora muy amiga del cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez, “y casi con lágrimas en los ojos dice es que todos miran para todos lados, pero nadie quiere ir a Honduras. Y le digo, ‘por qué dice eso señora, que nadie quiere ir, a mí no me ha preguntado'”.
El corto diálogo con aquella señora marcó el nuevo rumbo de Castriotti, quien recordó que ahí mismo dijo al director que le atendió “dame un contrato yo lo firmo para ir a Honduras”, país del que, como aficionado al fútbol y exjugador, recordó que participó en el Mundial de España 1982, y del que además creía que se hablaba francés o inglés.
Castriotti creía que Honduras quedaba en África, porque en el Mundial jugó con varios futbolistas de raza negra, error del que salió al regresar adonde su madre en Venosa y contarle que se iba para ese país y que no se preocupara, porque estaría cerca de ella.
Su madre le preguntó dónde quedaba Honduras, y al no hallarlo en África, dice que él buscó en Internet y descubrió que estaba en Centroamérica, que era un país pequeño en el que se hablaba español.
“Un desastre, porque yo no sabía ni decir buenos días en español y en un mes tenía que salir. He dicho, si es esto lo que Dios quiere, ahí voy, y le dije a mi madre me toca irme a América Central porque Honduras está en América Central”, añade sonriendo el misionero, quien lo primero que vio en fotos de su nuevo país fue Roatán y La Ceiba, en el Caribe, y el parque arqueológico maya.

Una fundación a favor de los pobres
Al llegar a Honduras, el cardenal Rodríguez le propuso que eligiera el lugar al que quería ir, a lo que le respondió: “el más lejos de Tegucigalpa porque no quiero estar en la capital”.
Fue así que Castriotti terminó en El Paraíso, donde en 2011 creó la Fundación Alivio del Sufrimiento, que preside, y mediante la cual se ejecutan varios proyectos a favor de los pobres en sectores como salud, educación, empleo, además de atención a migrantes, con apoyo de instituciones nacionales e internacionales.
Gracias a la Fundación Alivio al Sufrimiento, entre otras cosas, tres jóvenes hondureños están estudiando en Italia, indicó el misionero diocesano, quien en 2012, para “cambiar de aires”, regresó a África, donde se enfermó y decidió retornar a Honduras en 2017.
Castriotti, quien tiene las nacionalidades de Italia, Chad y Honduras, ya no oficia misas, solamente se dedica a la Fundación que preside, y de El Paraíso, donde ha vivido momentos “difíciles y felices”, dice que le atrapó el clima, la naturaleza y su gente.
El religioso, de piel blanca y 1.90 metros de estatura, recordó además que en 2012 el Parlamento le otorgó la nacionalidad hondureña y que cuando viaja lleva su pasaporte hondureño “con mucho orgullo”.
Cuando alguien le dice entre bromas que no tiene “pinta de hondureño”, responde: “los hondureños no pintamos, nosotros somos, y esa es la realidad”.
Germán Reyes