Ana Báez
Ciudad de México, 31 ago (EFE).- Antes de concluir ‘Mugre Rosa’ (2020), novela premonitoria de la covid-19, la uruguaya Fernanda Trías ya presenciaba la voz de una mujer híbrida, hecha de tierra de montaña y sangre envenenada. Ese lenguaje iracundo y poético es el protagonista de ‘El monte de las furias’, su libro más reciente, escrito por la necesidad de plasmar la “furia incontrolable vedada a las mujeres”.
“Necesitaba escribir una novela entera en torno a esa furia incontrolable. La furia, la rabia y la ira son emociones vedadas a las mujeres, cuando, paradójicamente, si hay alguien que tiene derecho a la ira, por lo que históricamente se ha hecho, son las mujeres”, afirma a EFE la ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2021) en México.
Para encontrar la furia de su protagonista sin nombre -la cuidadora de una montaña andina-, Trías desmonta el “paradigma hegemónico” del ser humano sobre la naturaleza y observa con una atención microscópica y poética la majestuosidad mística del los bosques verdes que se hinchan por la lluvia en Colombia, país en el que vive desde hace diez años.
La máquina del patriarcado

Los lectores más asiduos de la nominada al ‘National Book Award’ en 2024 saben que la decodificación de los silencios es una de sus grandes obsesiones literarias.
A través de mensajes que se leen entre líneas, en esta obra, la literata revela que la furia silenciada de la narradora principal también se alimenta de un “sistema patriarcal violento que funciona como una máquina perfecta”.
Porque a pesar de que la cuidadora habita a la altura de donde duermen las nubes, no escapa de la violencia ejercida por los hombres, ni siquiera de su madre.
“La máquina del patriarcado es perfecta porque se mete adentro de las mujeres y lo ejercemos contra nosotras mismas y las demás, sin necesidad de que haya un hombre cerca”, asegura.
Además, acota, esa “violencia se internaliza” en la víctima, y cuando el agresor ya no está, “tú diriges la violencia: te conviertes en tu propio abusador y sigues abusando de ti misma, ya sea buscando otras relaciones violentas o mediante un automaltrato”, como el que ejerce la protagonista contra sí misma.
“Por eso, sí se necesita muchísimo acompañamiento de las víctimas, y el acompañamiento no es solo hasta que logran librarse de ese hombre, tiene que estar posteriormente”, sentencia la novelista de 48 años.
Desde sus orígenes con ‘La azotea’ (2001), la novelista escudriña en distintos horizontes estéticos y “ejercicios imaginativos” para narrar los silencios de la violencia física, psicológica y política, como sucede en ‘El monte de las furias’ y su vínculo con los más de 100.000 desaparecidos durante el conflicto armado en Colombia desde el siglo pasado.
«Justicia poética»

Ante el horror que persiste en suelo colombiano y mexicano, este último con más de 133.000 personas desaparecidas, la docente en creación literaria confiesa que, entre escritoras, existe la reflexión sobre “si es posible transmitir esa dimensión del horror, de un dolor sin nombre”.
Sobre todo cuando “la espectacularización de la violencia -con la crónica roja, el cine o las series- ha agotado el lenguaje a tal punto que es imposible transmitir el dolor al otro”.
A pesar del panorama regional, la literata destaca que, con la escritura de esta novela publicada por Random House, comprendió que al explorar los “límites del lenguaje” es posible “comunicar experiencias indecibles”, particularmente cuando se trastoca la “tremebunda” realidad con poesía.
“La poesía da una importancia al lenguaje que éste ha perdido, porque un poema es incanjeable. Tú no puedes parafrasear un poema, y qué bueno. Se le da un peso a cada palabra. Al final, creo que en este momento volvemos a la poesía, lo cual es bastante irónico y hermoso: es justicia poética”, concluye.
Para Trías, contemplar la furia del monte desde su ventana, aquellos días de encierro obligado por la pandemia, le ofrecieron un refugio para imaginar en un “acto de psicomagia” lírica que “los desaparecidos de aquí, de allá y de las épocas pasadas” algún día tendrán una sepultura digna.