Ana Burgueño
San Sebastián, 2 may (EFE).- José Luis López de Lacalle levantó la voz contra el franquismo y lo pagó con cinco años de cárcel. Cuando lo hizo contra ETA, primero llegaron los cócteles molotov y después los disparos que acabaron con su vida una mañana del año 2000 en Andoain (Gipuzkoa).
Este próximo 7 de mayo se cumplen 25 años del asesinato del columnista del diario El Mundo y miembro fundador del Foro Ermua, cuyo cadáver quedó tendido en el suelo junto a un paraguas y dos bolsas con los periódicos de aquel domingo, que se erigieron en símbolo de la libertad de expresión cercenada por el totalitarismo.
Su hijo, Alain López de Lacalle, habla en una entrevista con EFE del atentado, de las firmes convicciones de su padre, al que volverán a homenajear en el parque que lleva su nombre, ante el monolito instalado en su memoria. Quienes lo mataron han sido juzgados y condenados, él no siente “ninguna necesidad” de que le pidan perdón.
Pregunta: ¿Tiene muy presente aquel 7 de mayo?
Respuesta: Es un día muy presente en nuestras vidas, lo cambió todo radicalmente. Yo estaba en casa, dormido, y me despertaron unos ruidos que resultaron ser los disparos. A partir de ahí, los recuerdos están envueltos en una gran nebulosa. Tengo retazos, no un recuerdo lineal y claro.
P: En su última entrevista, su padre se colocó entre las víctimas de ETA de “segunda o tercera división” a las que estaban destinados solo los artefactos incendiarios ¿Lo percibía la familia del mismo modo?
R: La perspectiva de los cócteles hacía que la amenaza fuera objetiva, pero uno se resiste a pensar que puede haber un salto tan cualitativo. Él siempre intentó quitar hierro a la cuestión, supongo que para no cargar a la familia con un peso que ya era importante, y con el ambiente del pueblo muy asfixiante también.
P: Usted tenía 22 años entonces ¿Qué pensó cuando supo que el autor material de los disparos, Iñigo Guridi Lasa, era casi de su misma edad?
No lo pensé. No pierdo mucho el tiempo pensando en esta gente, pero digamos que mi quinta es bastante terrible en ese sentido.
P: Los otros dos implicados, Asier Arzalluz y Aitor Agirrebarrena, no fueron juzgados hasta 2024 ¿Espera que algún día todos ellos pidan perdón?
R: El hecho de que hayan sido juzgados es muy importante. Perdieron una gran oportunidad de haber dicho algo cuando el juez les dio la palabra. Yo personalmente no tengo ninguna necesidad de que me pidan perdón.
Mi madre siempre ha dicho que más que a las víctimas le tienen que pedir perdón a la sociedad vasca. No creo que tengan ninguna necesidad política de hacerlo en estos momentos.
P: ¿Descubrió algo de él tras su asesinato que le sorprendió?
R: No sé si sorprender. Hay una anécdota de cuando viajábamos, siempre conocía a alguien y teníamos una especie de desafío. ‘Esta vez no vas a conocer a nadie’ le decíamos y siempre perdíamos, daba igual dónde fuéramos. Cuando lo mataron, vino una gran cantidad de gente más allá de la obligación institucional. Antiguos compañeros del Partido Comunista, vinieron un montón, a pesar de que habían pasado un montón de años. Fue todo muy intenso.
P: ¿Qué cree que falta por hacer para mantener viva la memoria de las víctimas de ETA?
R: No lo tengo muy claro, es un tema bastante espinoso, complicado. Suelen decir los historiadores que lo que necesitamos es más historia y menos memoria. Historia como descripción de los hechos. La memoria siempre es una reconstrucción. Es más positivo y más sanador tener todos los datos de todo lo que ha ocurrido y no recreaciones particulares que pueda hacer cada uno.
Y nuestra sola presencia también es un recordatorio de lo que ha pasado, puede ser una vía para que no se pretenda ocultar y diluir todo en una especie de responsabilidad colectiva donde si todos somos culpables, pues nadie lo es.
P: ¿Ve posible un relato único sobre lo sucedido?
R: Lo veo muy complicado porque sería un pacto sobre qué tenemos que olvidar. Por eso es más conveniente un relato histórico de hechos que reconstrucciones parciales.
P: ¿Qué significó para la familia la colocación del monolito y la inauguración del parque José Luis López de Lacalle?
R: Los homenajes siempre reconfortan y el hecho de que pasados los años esté ahí, aunque no sé quién se acordará, sí que es importante.
P: ¿Su familia pertenece a alguna asociación de víctimas? ¿Entiende los puntos de vista de cada cual?
R: Nunca hemos sido miembros de una asociación, pero sentimos un profundo respeto hacia todas ellas. Algunas posiciones las comparto y otras las comparto menos, pero tratamos de entenderlas a todas. Eso es una enseñanza de mi padre, que tenía una gran capacidad para hablar con todo el mundo, independientemente de su ideología. Sí que se echa de menos un poquito más de unidad.
P: ¿Y qué echa de menos de él?
R: Le echo de menos todos los días para un montón de cosas. Cuando tengo que tomar decisiones importantes. Cuando nacieron mis dos hijas. Es muy duro.
Estaba muchas veces a su lado mientras escribía sus columnas. Iba leyendo en voz alta y luego me las daba a leer. Me gustaba mucho ese momento.
P: ¿Qué les diría de su padre a esos jóvenes que nunca han oído hablar de Miguel Ángel Blanco?
R: Que fue un señor de profundas convicciones políticas desde que era un militante comunista de Tolosa, que fue uno de los fundadores de Comisiones Obreras de Euskadi, muy involucrado en la Transición y que, desgraciadamente, encontró, como muchos otros, que en Euskadi esa transición no había acabado y el terrorismo seguía cada vez con mayor virulencia. Y que ese compromiso ético, le llevó a levantar la voz. Su biografía le avala.