Aydin Shayegan
Teherán, 1 sep (EFE).- El suelo se hunde bajo los pies de los iraníes. Literalmente. La subsidencia afecta a una treintena de las 31 provincias del país, con hundimientos de hasta 40 centímetros al año, poniendo en riesgo la vida urbana y el patrimonio histórico de la civilización persa.
Tras China e Indonesia, Irán es el tercer país del mundo más afectado por este fenómeno, que consiste en el colapso gradual del terreno debido a la sobreexplotación de acuíferos y décadas de gestión deficiente de los recursos hídricos, y que provoca grietas en suelo y edificios.
Según la Comisión de Medioambiente del Parlamento iraní, 30 de las 31 provincias del país presentan signos de hundimiento.
Alí Beitolahi, geofísico y jefe del Departamento de Sismología y Riesgo Sísmico del Centro de Investigación del Ministerio de Carreteras y Desarrollo Urbano, explicó a EFE que en 18 provincias la subsidencia supera los 10 centímetros anuales, cuando el umbral considerado crítico en el mundo es de 2 a 5 centímetros.
“En el sur y suroeste de la provincia (de Teherán), donde viven unas tres millones de personas, el terreno se hunde hasta 20 centímetros al año, provocando grietas en el suelo y en los edificios”, alertó Beitolahi.
Teherán, con 13 millones de habitantes, combina subsidencia acelerada con varias fallas sísmicas activas.
Otras provincias como la de Kermán, en el sur de Irán, registra hasta 40 centímetros de hundimiento en algunas zonas y las regiones de Jorasán Razaví, Isfahán y Fars sufren también niveles preocupantes.
Expertos advierten que la combinación de suelo debilitado y un gran terremoto podría ser catastrófica para la capital iraní.
La raíz del problema: acuíferos vacíos
El descenso del suelo se debe principalmente al agotamiento de las aguas subterráneas.
La sequía prolongada, el cambio climático y una expansión agrícola que consume entre el 80 y el 90 % del agua del país han acelerado la crisis.
De aproximadamente un millón de pozos en funcionamiento, hasta un 40 % son ilegales, sin control sobre su explotación.
“Si antes encontrábamos agua a 20 o 30 metros, ahora debemos perforar hasta 120 y ya no queda nada”, detalló Beitolahi.
Según sus cálculos, el volumen de aguas subterráneas agotadas equivaldría a llenar un canal de 100 metros de profundidad y un kilómetro de ancho desde el mar Caspio hasta el golfo de Omán, unos 1.000 kilómetros de largo.
Esto sitúa a Irán como el tercer país del mundo en pérdida de aguas subterráneas, tras China y Estados Unidos.
Consecuencias de la subsidencia
El hundimiento gradual del suelo tiene efectos devastadores, como un terremoto, pero a cámara lenta. Carreteras, tuberías y vías férreas se agrietan y la vulnerabilidad a los sismos aumenta.
Infraestructuras clave como el Aeropuerto Internacional Imán Jomeiní o el corredor ferroviario Teherán–Mashad ya presentan fisuras.
El patrimonio cultural tampoco se salva.
De los 67 bienes culturales relevantes identificados por el Ministerio de Carreteras y Desarrollo Urbano, 27 se encuentran en zonas de subsidencia activa.
Sitios Patrimonio de la Humanidad como Persépolis- cuna de la civilización aqueménida- o el conjunto Naqsh-e Rostam en la ciudad Shiraz presentan fisuras, mientras que en Isfahán, joyas como el puente ‘Siosepol’, orgullo arquitectónico de la ciudad, también está amenazado.
A ello se suman los efectos en la agricultura, principal consumidora del recurso hídrico: la salinidad del suelo aumenta y los cultivos se reducen.
“La subsidencia es como un terremoto silencioso, porque sus efectos no son inmediatos como en un sismo, sino graduales”, definió el expresidente de la Organización Geológica iraní, Alireza Shahidi, según la agencia ISNA.
Crisis reconocida al más alto nivel
El presidente de Irán, Masud Pezeshkian, ha calificado en las últimas semanas los altos niveles de hundimiento como “una catástrofe” y ha alertado sobre los futuros peligros.
Los expertos instan a adoptar medidas urgentes para frenar el desastre, que van desde la recarga artificial de acuíferos y la rehabilitación de ‘qanats’ —los históricos canales subterráneos de irrigación— hasta la modificación del patrón agrícola y la gestión integral de los recursos hídricos.
Sin embargo, advierten que los acuíferos podrían tardar cientos o incluso miles de años en recuperarse.
Mientras tanto, decenas de ciudades iraníes siguen hundiéndose centímetro a centímetro, poniendo en riesgo vidas, infraestructuras clave y patrimonio histórico.