Pablo Caro

Mérida, 27 ago (EFE).- La compañía extremeña Teatro del Noctámbulo ha puesto esta noche en escena la última obra de la 71 edición del Festival Internacional de Mérida, con el montaje ‘Jasón y las furias’, que «humaniza» los «esterotipados» personajes clásicos y pone ante el espectador sus miserias, reproches y acusaciones, para que decida y se posicione sobre las causas que llevan al trágico final.

Ya lo comentaba José Vicente Moirón (Jasón) en la presentación al hablar de su personaje: «los temas que se abordan surgen de manera absolutamente espontánea» porque a él, como actor, no le gusta decir al público cual es la verdad absoluta.
Como ya es habitual en los últimos años, una coproducción entre el festival y compañías de la región pone el broche a cada edición del certamen, y da, de este modo, proyección al talento teatral extremeño, en esta ocasión de la mano de una compañía que ya lo cerró en 2019 con ‘Tito Andrónico’, y que estará en escena hasta el 31 de agosto.
Como entonces, la dirección corre a cargo de Antonio Castro Guijosa y el texto de Nando López, que en esta ocasión ha optado por crear uno original a partir de fuentes clásicas del mito, con un plantel de actores que repiten en su mayoría, encabezados por José Vicente Moirón.
Esa complicidad de equipo se traduce en un solvente trabajo, con un José Vicente Moirón omnipresente (en escena casi la más de hora y media que dura la obra) y con una Carmen Mayordomo como protagonistas, consciente del peso que supone dar vida a una Medea que ya han representado grandes del teatro en Mérida.
Este ‘Jasón y las furias’, según el propio autor, quiere dar una mirada contemporánea a los mitos clásicos, centrándose en el origen de la tragedia y no en su conocido y terrible final, en el que Medea da muerte a sus hijos para vengarse de Jasón, que la ha abandonado para casarse con Creusa (Lucía Fuengallego), con cuya vida también termina.
Por ello, va al inicio, a como se conocen, a su viaje en busca del vellocino de oro y a su historia de amor, que según Jasón nunca fue tal «sino un trueque» en el que ambos salieron beneficiados.
En este recorrido es imposible no reconocer las distintas formas de violencia que se siguen sufriendo en el siglo XXI, desde la vicaria a los genocidios o las tiranías, sin olvidar la migración.
También se analiza la figura del héroe y la mirada que Jasón hace de sí mismo, con preguntas para poder entender qué es lo que ha hecho tan mal a lo largo de su vida para que el final haya sido tan cruel, como es la muerte de sus hijos, de la que ambos se culpan mutuamente, con la excusa de que todo su proceder es por el bien de los pequeños.
La pregunta de que hasta que punto el ser humano es consciente de que la acciones con las que se mueve en su vida siempre tiene unas consecuencias, no siempre positivas, pese a que creamos que estamos en la senda correcta, siempre está en el ambiente.
«No estaba en mis manos su supervivencia» o «juré y no mentí, solo me equivoque», asegura Jasón, cuando se le acusa de haber llevado a la muerte a los argonautas, sus compañeros de viaje, en su propio beneficio, o de haber jurado amor eterno a Medea.
Jasón no se siente responsable de sus actos y aunque al final intenta redimirse, dejando de mentir y engañar, como le piden las furia, no lo consigue, y está condenado a vivir con el dolor por la pérdida.