Magdalena Tsanis

Teruel, 26 sep (EFE).- Doscientos mil soldados matándose en medio de una ventisca de nieve. Así describe Julio Llamazares la batalla de Teruel, o «el Stalingrado español», epicentro de su nuevo libro, en el que reconstruye el viaje que hizo su padre, alistado como radiotelegrafista en el bando nacional, en el invierno de 1937.

«Han pasado casi 90 años y apenas hay testigos, pero hay restos físicos en el paisaje y en la memoria heredada por los habitantes; el eco de la Guerra Civil sigue presente, sobre todo en la provincia de Teruel», ha afirmado el escritor leonés durante un recorrido con periodistas con motivo de la publicación de ‘El viaje de mi padre’ (Alfaguara).
«No hay más que seguir un poco la política y las tertulias televisivas para ver que la guerra sigue condicionando la vida española, como por otra parte es natural, teniendo en cuenta que hubo un millón de muertos en un país de 16 millones, y medio millón de exiliados», agrega.
La batalla de Teruel se desarrolló entre el 15 de diciembre de 1937 y el 22 de febrero de 1938 y congregó a 200.000 combatientes para tomar una ciudad de apenas 13.000 habitantes en la época.
Estratégicamente no tenía ningún interés, recuerda el autor de novelas como ‘Luna de lobos’ (1985) o ‘La lluvia amarilla’ (1988), pero «publicitariamente» sí, porque era la capital de provincia y fue la única que cambió de bando dos veces a lo largo de la guerra.
Como tantos supervivientes, el padre del escritor, Nemesio Alonso, solía hablar poco de la guerra y para cuando el hijo quiso preguntar, ya era demasiado tarde -falleció en 1996-. Las historias que recuerda que contaba, más que de la guerra eran del frío, ya que estuvo a punto de morir congelado.
También pudo saber que, cuando le iban a movilizar, él y su amigo Saturnino se adelantaron y se presentaron voluntarios para elegir armas y no tener que ir a infantería como «carne de cañón», y así acabaron en ‘Transmisiones’.
Durante una primera parada en la estación de tren de Caminreal -a 60 kilómetros de la capital-, la misma a la que llegó su padre con apenas 18 años, Llamazares apunta que de los 40.000 muertos que se estima dejó esa batalla, la mitad murieron congelados. Dormían al raso a más de 20 grados bajo cero.
«Y luego hay que recordar, y siempre hay que hacerlo, que todavía hay más de 100.000 españoles fuera de los cementerios», subraya el autor. «El hecho de que todavía haya una parte de la sociedad que se resiste a que la gente saque los restos de sus familiares, indica que no se normaliza».
«Al final fue una masacre general, no solo física, sino moral. La Guerra Civil dejó una gran herida moral en la sociedad española y por eso nadie quería hablar».
El periplo de su padre duró un año y medio; Llamazares lo hizo en seis meses, un trayecto de 800 kilómetros entre la aldea familiar de La Mata de la Bérbula, en León, hasta la sierra de Espadán, en Castellón.
El recorrido con la prensa se detuvo también en las trincheras de Rubielos de la Cérida y en el museo de Villarquemada, dedicado a la batalla de la Alfambra y que reúne piezas que siguen encontrando por la zona tres coleccionistas privados, entre ellos el historiador Alfonso Casas, autor del libro ‘Teruel, Stalingrado español’.
También en los Pozos de Caudé, donde la asociación de memoria histórica local estima que se arrojaron más de 400 cadáveres de personas asesinadas por el franquismo, según su presidente, Francisco Sánchez.
Aunque ‘El viaje de mi padre’ habla de la guerra, Llamazares hace hincapié en que «no es un libro sobre la guerra, sino un viaje a la memoria y a los paisajes de la guerra», un tipo de ejercicio que el leonés practica desde que publicó su primer libro de viajes, ‘El río del olvido’ (1990). «El paisaje es memoria, no es inerte, refleja historias», sostiene.
En el libro, bascula entre pasado y presente, contrasta recuerdos orales y testimonios escritos con lo que ven sus ojos y recoge los problemas actuales de la ‘España vaciada’, la despoblación y la marcha de los jóvenes o los proyectos energéticos que amenazan las tierras de cultivo.