Jumilla abre su Fiesta de la Vendimia entre el silencio y la indignación

Dos hombres de origen marroquí este jueves en el barrio de Nuestra Señora de Fátima de Jumilla. EFE/Marcial Guillén

Celia Cantero

Jumilla (Murcia), 8 ago (EFE).- «Es una vergüenza que se aprovechen de nosotros e intenten hacer el agosto informativo a nuestra costa», afirma a EFE Daniel Lozano, un vecino del municipio murciano de Jumilla que, a las puertas del ayuntamiento, resume este viernes el sentimiento de extrañeza, dolor y hasta enfado que cunde entre la población por sentirse protagonistas involuntarios de la polarización política.

A primera hora de la mañana, con las tiendas aún cerradas y los trabajadores apurando los cafés en el centro de este pequeño pueblo vitivinícola, que hoy inaugura sus Fiestas de la Vendimia y se encuentra en plena campaña de recolección de la pera, era difícil encontrar a un musulmán que quiera dar su opinión sobre lo ocurrido.

Entre el resto de la población, las palabras más compartidas en corrillos vecinales y bancos de la calle eran de desentendimiento de una polémica que ven ajena.

Todos en Jumilla saben que los alrededor de 3.000 musulmanes que viven en la población ya no podrán celebrar sus dos fiestas religiosas en el polideportivo municipal, aunque no todos saben muy bien el origen del cambio: la moción de Vox enmendada por el PP que prohíbe el uso de las instalaciones deportivas municipales para celebraciones religiosas.

Eso sí, la mayoría culpa a la clase política de haber provocado un problema que no existía y que puede llevar a problemas de convivencia futuros

«En Jumilla no existe el conflicto, y siento tristeza y vergüenza ajena por lo que está pasando», confiesa Daniel Lozano, un ingeniero aficionado a la música que organizó en el pasado un campeonato de fútbol con miembros de la comunidad latina, la más numerosa en la población, y no se siente identificado con los que quieren asociar su pueblo con los discursos xenófobos. «Es peligroso, además».

A escasos metros, otra vecina, María José Martínez, se muestra convencida de que están viviendo una polémica «totalmente artificial», y explica: «No entiendo nada de política, no sé qué ha pasado por la cabeza de la alcaldesa, pero yo pienso que los musulmanes siempre han subido en armonía a rezar (al polideportivo) y no hacen nada malo».

En las mismas aceras, decenas de musulmanes con papeles en mano en dirección a las oficinas municipales, sin querer hablar con los periodistas, y otras muchas madres jóvenes con carritos de bebé o acompañando a ancianos en sus rutinas de la mañana que tampoco han querido compartir sus impresiones con la prensa.

Miriam González es una joven valenciana casada con un jumillano que vive desde hace un año en Jumilla. «Lo poco que conozco está muy bien, hay cero problemas de convivencia», ha asegurado a EFE una vecina que entiende, no obstante, el criterio del Ayuntamiento y piensa que «las zonas son para lo que son» y ve oportuno que busquen a la comunidad musulmana otro sitio para rezar o celebrar el fin del Ramadán.

Jumilla tiene 72 nacionalidades distintas y, según las autoridades, no existen problemas de convivencia, si bien Mirna Gálvez, una hondureña afincada en la población desde hace 23 años, cree que «si los marroquíes no anduvieran provocando no pasarían cosas raras», opina a EFE sin entrar en detalles.

Ella dice que se siente orgullosa de Honduras y que quiere mucho a España, y asegura que los jóvenes marroquíes no generan problemas, pero gracias a la tarea disuasoria de la policía.

Pocos metros después afirma otra vecina, Fina Pérez, que se deben respetar las normas y la Constitución, y por eso comenta afligida que «todos somos humanos, no podemos ser racistas, tenemos que ayudarnos unos a otros y nada de lo que se está inventando ayuda».

Las calles de Jumilla comparten el carácter multirracial de su población, con comercios tradicionales en sana competencia con barberías o tiendas de alimentación magrebíes, y muchas ganas de que esta noche comiencen sus fiestas de exaltación del vino.