Kabul, 23 ago (EFE).- Con su pozo y el de sus vecinos ya secos, la vida de Mohammad Halim, de 65 años, se ha reducido a rogar por un cubo de agua cada día en Kabul; con el nivel del agua a una profundidad equivalente a un rascacielos de 40 pisos, la capital afgana se encuentra en el preludio de un futuro en el que podría convertirse en un páramo para 2030.
La lucha de Halim es la de toda una ciudad. Al amanecer, en el distrito 6, Aslam, de 16 años, empuja un carro con bidones vacíos. «No hay nadie que se preocupe por nosotros (…) Día y noche, todo en lo que pensamos es en encontrar agua. Los que tienen dinero pueden cavar pozos profundos. Pero los que no, vagamos en la miseria en su búsqueda», dice a EFE.
En el distrito 13 de la ciudad, Rahima, de 20 años, espera junto a su hermano pequeño cerca de la casa de un hombre adinerado para poder llenar sus bidones desde una tubería extendida.
Su rabia se dirige a las autoridades talibanes. «Nos prohíben estudiar y trabajar para ‘proteger nuestro honor’, pero nos permiten deambular por las calles en busca de agua. Prohíben lo que facilita la vida, pero permiten lo que la hace miserable», cuenta la joven que pone rostro de mujer a la crisis.
Para muchas familias, la única alternativa son los caros camiones cisterna. «Es más que difícil sobrevivir así, un camión cuesta entre 2.000 y 2.500 afganis (entre 28 y 35 dólares) y dura un par de días», relata Basit Ali, del distrito 6.
«Podemos financiar el agua para beber, pero hay cientos de otras necesidades de agua. Llevamos años quejándonos de este problema, pero a los funcionarios no les importa el sufrimiento de la gente», explica.
Una carrera hacia el fondo de la tierra
La ciudad vive una competencia vertical contra el tiempo. «En el pasado, la gente cavaba pozos de 70 a 80 metros de profundidad, pero ahora cavan hasta 200, 300 o incluso 400 metros. Hace quince años, el agua estaba a 40 metros, pero ahora el nivel freático ha caído a 150 metros», relata a EFE Khairuddin, operador de una máquina perforadora.
Esta carrera tiene un costo prohibitivo, un solo pozo de 250 metros, incluyendo tuberías y equipos, supera los 4.000 dólares, una cifra que equivale al gasto anual de muchas familias de ingresos medios, pero prohibitiva para la mayor parte de la población que vive por debajo de la línea de pobreza.
Los expertos: «Kabul podría convertirse en ruinas»
«Si esta crisis no se resuelve, Kabul podría convertirse en ruinas y enfrentar una grave sequía y hambruna para 2030», alerta Karimuddin Kateb, especialista en gestión del agua, citando previsiones del Banco Mundial.
Kateb culpa a la mala gestión sistémica, porque «toda el agua utilizada en hogares, negocios, lavado de autos e industrias proviene de pozos subterráneos cavados sin profesionalismo».
De acuerdo con el experto, «el consumo es muy injusto; en una pequeña parcela de 200 metros cuadrados ahora se construyen 20 apartamentos, multiplicando el consumo por veinte. El agua subterránea, que debería ser principalmente para beber, se usa para todo».
Otro especialista, Samiullah Jabarkhil, coincide en la gravedad del asunto. «Con cada día que pasa, este desastre se profundiza. El gobierno está manejando este tema de manera muy superficial, sin seriedad, mientras las reservas subterráneas siguen agotándose sin ser repuestas», señala.
La respuesta oficial: planes a futuro, crisis en el presente
Las autoridades talibanes admiten la gravedad de la situación, en una declaración a EFE Asadullah Milad, asesor del Ministerio de Agua y Energía, admite que «no hay duda, la crisis es severa, catastrófica y muy seria», al tiempo que asegura que existen planes para afrontarla.
El portavoz del ministerio, Matiullah Abid, detalló estrategias a largo plazo, como la construcción de la presa Lalandar y desviar agua del río Panjshir. Sin embargo, Abid minimizó las predicciones más alarmistas y criticó a las organizaciones internacionales por, según él, no implementar grandes proyectos hídricos.
Pero mientras los planes se debaten en los despachos, en las calles de más de una decena de distritos de Kabul la sed no espera. Para Halim, Aslam, Rahima y millones más, el «día cero» no es una predicción, es una lucha que empieza con cada amanecer.