La aldea calcinada de Ferreira (Lugo), una muerte anunciada por el abandono del rural

Los dos últimos habitantes de Ferreira se marcharon el año pasado. Fue el anuncio de muerte de esta aldea de Montefurado, en Quiroga (Lugo), donde el fuego acaba de arrasar lo poco que el abandono del rural no se había llevado aún por delante. EFE/ Eliseo Trigo

Ferreira (Lugo), 25 ago (EFE).- Los dos últimos habitantes de Ferreira se marcharon el año pasado. Fue el anuncio de muerte de esta aldea de Montefurado, en Quiroga (Lugo), donde el fuego acaba de arrasar lo poco que el abandono del rural no se había llevado aún por delante.

En la imagen, Lois, nieto de los dos últimos habitantes, camina por el pueblo arrasado de sus abuelos. EFE/ Eliseo Trigo

Enclavada entre la sierra de O Courel y el río Sil, Ferreira cuenta con un puñado de casas, de las que apenas dos han sobrevivido a las llamas del incendio que se inició Larouco -el más grande de la historia de Galicia-, y una pequeña capilla, que también ha aguantado.

Los dos últimos habitantes de Ferreira se marcharon el año pasado. Fue el anuncio de muerte de esta aldea de Montefurado, en Quiroga (Lugo), donde el fuego acaba de arrasar lo poco que el abandono del rural no se había llevado aún por delante. En la imagen, Lois, nieto de los dos últimos habitantes, ante la superficie arrasada por los incendios. EFE/ Eliseo Trigo

Una de las casas que sigue en pie es la de los padres de José Antonio, los dos últimos habitantes que tuvo la aldea y que el año pasado, al hacerse mayores y quedarse solos, se marcharon a Ourense con sus hijos.

La familia pasa todas las semanas por allí, donde también acuden de vez en cuando otros antiguos vecinos que conservaban sus casas, pero era la única vida que quedaba en esta aldea.

El sábado 16 el fuego se la terminó de llevar por delante. «Fue la crónica de una muerte anunciada», cuenta a EFE José Antonio, que explica que vieron cómo el incendio bajaba por la ladera frente al pueblo.

Un vecino con una motobomba y una brigada del Ayuntamiento de Quiroga no pudieron hacer nada para evitar que las llamas calcinasen casi todo a su paso, sin que más medios llegasen para intentar frenarlo.

Desde la ventana del baño de la casa familiar de José Antonio se puede contemplar la ladera calcinada y las casas derruidas. «Esto fue un infierno», asegura.

Ferreira solo tiene un camino de acceso, lleno de maleza y con una orografía complicada, por lo que ya sabían que sería difícil que pudiesen llegar medios de extinción, una muestra más del «abandono», dice, que sufren aldeas como esta.

La despoblación es generalizada en la zona. En la parroquia de Montefurado, donde hay nueve aldeas, en 2024 había 88 habitantes, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

Los incendios han castigado especialmente las zonas despobladas y José Antonio pide que, como otras catástrofes, hagan «reflexionar».

A él le gustaría vivir en la aldea donde nació, pero se tuvo que marchar porque allí no había nada de lo que comer; donde antes había pastoreo, cultivos, aprovechamiento forestal y un monte cuidado y rentable, ahora no queda nadie.

«La administración se encarga de que nos vayamos» y esas políticas ahora «salen caras», ya que «una región completa se quema porque no hay nadie ni nada que pueda pararlo», denuncia.

La Xunta está preparando un paquete de ayudas para la reparación de los daños causados por los incendios, que aprobará este viernes, pero José Antonio defiende que «los pueblos no se salvan dándole cuatro duros a alguien que no va a vivir en ellos» para que reconstruyan las casas.

«La ayuda es promocionar, formar y ayudar a que haya gente, que estas aldeas se repueblen alguna manera», defiende, con políticas por ejemplo para crear un cercado con un rebaño de cabras o hacer bancos de tierras que permitan a ciudadanos o empresas explotar fincas rústicas que están abandonadas o no se consiguen vender por su bajo valor.

Si no se hace nada, «volverá a pasar», avisa José Antonio, que a sus 53 años nunca había visto un incendio como este, «imparable» porque no había nada que lo frenase.

Pese a todo, su familia seguirá yendo a Ferreira. «Es la aldea donde nací, se le tiene un cariño y un valor sentimental. Pero si alguien más venía por allí, ahora ya no va a entrar».

Ferreira «ya no tenía futuro» y ahora está sentenciada.

Paula Fernández