Naciones Unidas, 19 sep (EFE).- La semana de alto nivel de la Asamblea General de la ONU (22-29 de septiembre) va a estar este año dominada por la guerra de Gaza, a punto de cumplir dos años, y los esperados anuncios de grandes potencias occidentales de reconocer al Estado de Palestina, un paso que hasta ahora se negaban a dar si no contaba con el beneplácito de Israel.
No se veía tal expectación desde el año 1974, cuando el carismático Yaser Arafat, el líder que dominó durante décadas la Organización para la Liberación de Palestina, subió al podio de la Asamblea y pronunció su famoso discurso del olivo y el fusil: «Vengo con el fusil del combatiente de la libertad en una mano y la rama de olivo en la otra. No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano», pronunció. Evidentemente, era una metáfora, nadie vio la rama ni el fusil, pero pasó a la Historia.
Ha pasado mucho desde aquel discurso, guerras e intifadas, siempre con el resultado de que los palestinos han ido perdiendo tierra y derechos, hasta el punto de que muchos analistas dudan de que sea viable un Estado en un territorio completamente fragmentado, aparte del hecho de que Israel nunca ha admitido esa posibilidad.
Pero la guerra emprendida por Israel en Gaza tras los atentados terroristas de Hamás del 7 de octubre de 2023 (más de 65.000 muertos) ha llegado a tal nivel de destrucción y horror que ha agotado el vocabulario de los dirigentes de Naciones Unidas y de países de todo el mundo, a excepción de Estados Unidos, que sigue prestando a Israel un apoyo militar, económico y diplomático vital.
Tres detalles han hundido la imagen de Israel en los últimos treinta días: el 22 de agosto, la ONU declaró oficialmente la hambruna en la Gobernación de Gaza (donde viven un millón de personas), el 16 de septiembre una comisión de la ONU declaró que Israel está cometiendo un genocidio y un día después, indiferente a los llamamientos internacionales, el ejército israelí lanzó una campaña terrestre contra la capital gazatí y dio 48 horas a su población para huir de allí.
Hartazgo de sus aliados
Aliados tradicionales de Israel como Francia, Reino Unido, Canadá o Australia han ido subiendo el tono contra el gobierno de Benjamín Netanyahu en los últimos meses, en los que circulaban por redes sociales y televisiones las imágenes de niños escuálidos que desfallecían en brazos de unas madres no menos hambrientas.
Países que contemplaban los intentos de Israel de suplantar las redes de la ONU para unos repartos «militarizados» de comida en Gaza a cargo de una oscura fundación creada en EEUU y cuyas caóticas operaciones «humanitarias» acababan casi sistemáticamente a tiros: hasta el 23 de julio, se contabilizaban 875 muertos por disparos en las llamadas «colas del hambre».
Ante esas imágenes, los países occidentales mencionados han anunciado que darán el paso de reconocer el Estado de Palestina y se sumarán así a los 147 que ya lo reconocen en el mundo entero, es decir, una amplia mayoría entre los 193 estados miembros de la ONU.
El reconocimiento de las potencias occidentales no es baladí, toda vez que hasta ahora los miembros del G7 (las grandes potencias económicas del mundo, sin contar a China) habían condicionado ese paso a que Israel diera primero luz verde, algo que ahora parece imposible.
En un intento de torpedear ese reconocimiento, que va a materializarse en una conferencia internacional ‘ad hoc’ a celebrarse el lunes 22 en Nueva York, Estados Unidos recurrió al arma de los visados, y anunció que no los concedería a los miembros de la Autoridad Palestina, incluido su presidente Mahmud Abás, en una ruptura inédita de los acuerdos que vinculan a EE.UU. con la ONU.
Sin embargo, ese movimiento no ha servido para frenar el intento y todo indica que el lunes próximo una decena de países darán el paso.
No es que reconocer a un Estado vaya a parar la guerra, pero dejará aún más en evidencia la soledad de EE.UU. e Israel, que ven reducidos sus apoyos a los de gobiernos ultraderechistas (Hungría y Argentina, entre ellos) y a varios estados minúsculos del Pacífico.
Javier Otazu