La buhardilla de la Biblioteca Nacional donde la literatura regateó la censura de Pinochet

Fotografía de la trabajadora de la Biblioteca Nacional de Chile Jimena Rosenkranz revisando documentos en Santiago (Chile). EFE/ Elvis González

Santiago de Chile, 10 sep (EFE).- En septiembre de 1973, la junta militar que gobernaba Chile empezó una persecución contra cualquier publicación con ideas de izquierda. Más de 45 años después, aparecieron por sorpresa en la buhardilla de la Biblioteca Nacional libros y documentos vinculados al derrocado Gobierno socialista, que habían permanecido escondidos durante décadas desafiando y regateando la censura dictatorial.

«Cuando sacamos los libros, nos dimos cuenta de que eran del tiempo de Salvador Allende (1970-1973), sobre socialismo y comunismo. Una de las cosas importantes que había eran los discursos del presidente, que no estaban ingresados en la base de datos. El por qué, sigue siendo un misterio”, recuerda a EFE el bibliotecario Fernando Echeverría.

El golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, que acabó con el Gobierno de la Unidad Popular e instauró la dictadura encabezada por Augusto Pinochet (1973-1990), impactó, también, en el ámbito literario del país, pero bibliotecas, editoriales y librerías se opusieron a la represión cultural para que el acervo perseguido sobreviviera.

Ya fuese escondiendo ejemplares durante los allanamientos militares o esquivando la censura editorial para poder seguir publicando, quienes lucharon por defender el libro se arriesgaron, a la vez, por preservar la democratización cultural impulsada por el presidente socialista en un contexto donde, asegura a EFE el investigador José Ignacio Fernández, «tener un libro era un acto de resistencia».

 

Fotografía del 18 de julio de 2025 que muestra la fachada de la Biblioteca Nacional en Santiago (Chile). EFE/ Elvis González

Contra el libro democrático

Fotografía del 18 de julio de 2025 que muestra libros en el depósito de la Biblioteca Nacional en Santiago (Chile). EFE/ Elvis González

En 1971, dos años antes del golpe, el Gobierno de Allende conformó la editora estatal Quimantú, que revolucionó la tradición editorial del país mediante la producción masiva y el abaratamiento de costos, logrando acercar la lectura a las masas y convirtiendo el libro en una pieza clave del proyecto socialista.

Quimantú fue uno de los primeros blancos de la represión desplegada por la dictadura que, pese a no tener la cultura como prioridad, consideró que los libros podían extender el «cáncer marxista», perseguido por junta, además de ocupando la editorial y destruyendo miles de sus ejemplares, allanando viviendas y espacios literarios, quemando libros y prohibiendo la circulación de numerosos títulos.

«El libro no era peligroso en sí mismo, sino en el contexto donde se estaba promoviendo», explica a EFE la historiadora Karen Donoso, lo que obligó a proteger la literatura clandestinamente con estrategias que, como señala Echeverría, años después siguen siendo un misterio.

En la Biblioteca Nacional, cuenta el relato heredado por sus trabajadores actuales, se impidió que los militares encontraran los libros perseguidos escondiendo las tarjetas que permitían ubicarlos entre los más de 35.000.000 de ejemplares de su depósito, medida que también tomaron otras bibliotecas del país pero que, en algunas como la de la Universidad de Chile, no consiguió evitar que fueran quemados.

Disidencia editorial

Tras esta primera «etapa terrorista», según la califica Fernández, la represión se institucionalizó con la implantación de un sistema de censura previa, vigente hasta 1983.

Aunque las publicaciones cayeron «a números históricos» y diversas imprentas y editoriales cerraron, en el sector de la producción literaria también existió resistencia.

«Mientras no se contradijera a la dictadura en términos políticos, sociales y económicos, había cierto margen de actividad», explica Donoso.

En esa discreta disidencia florecieron publicaciones como Agencia de Prensa de Servicios Internacionales (APSI), considerada la primera revista de oposición, que aprovechó «muy astutamente» el carácter internacional de su contenido para cuestionar al régimen de Pinochet.

«Nosotros evidentemente no queríamos someternos y siempre tratábamos de empujar el cerco», recuerda a EFE su fundador, anteriormente editor en Quimantú, Arturo Navarro, quien confiesa que «a pesar de la censura, siempre que la desafiabas se avanzaba un poquito».

 

«No cantamos en vano»

Pese a la resistencia del mundo literario, tras 17 años de dictadura se estableció en Chile una nueva lógica de consumo intelectual y artístico que supuso, según Donoso, «un retorno a la idea de cultura concebida como alta cultura».

En el ámbito de la literatura, esta reconfiguración neoliberal significó la aplicación del IVA del 19 % al libro, el segundo más alto del mundo, cuya recaudación se reinvirtió en beneficio del sector años más tarde, pero que muchos siguen reclamando rebajar.

«A pesar de todo el daño que causó la dictadura -sostiene Navarro- han seguido existiendo instancias de apoyo al libro y la lectura, y hoy estamos llenos de ferias, nuevos proyectos y editoriales jóvenes».

En cuanto al alcance de la censura, el historiador Jaime Rosenblitt apunta a EFE que «es importante no idealizar intelectualmente a la dictadura», pues, si bien impactó en el sector, no tuvo la «fineza intelectual» para desarticularlo.

«Afortunadamente hay una herencia, que a lo mejor tiene que pasar un poco el tiempo para que reflote, pero, como diría (Neruda sobre) la poesía, no cantamos en vano», afirma Navarro convencido de que el espíritu democratizador de Quimantú, cuyos libros también se refugiaron en la buhardilla de la Biblioteca Nacional, ha sobrevivido.

Paula Padilla Argelich