Barcelona, 6 jun (EFE).- Ocurrió lo que desde hace días el Gobierno venía asumiendo y el PP alentando, que a la vista del creciente enfrentamiento político, la Conferencia de Presidentes de Barcelona no iba a alumbrar acuerdo alguno.
Fue lo que ya pasó en la anterior reunión de este foro, el que Pedro Sánchez y los líderes autonómicos protagonizaron en Santander hace ahora casi seis meses.
El resultado, por tanto, es el mismo, la ausencia de resultado, la falta de acuerdos e, incluso, de algún mínimo compromiso, de lo que el Gobierno responsabiliza a los populares, y estos, que hablan de fracaso total de la reunión, a la falta de voluntad real del Ejecutivo de llegar a algún pacto.
Si el final en ese sentido ha sido el mismo que en la capital cántabra, la tensión que se ha respirado ha subido muchos enteros, como se ha podido constatar en dos hechos que han tenido como protagonista a Isabel Díaz Ayuso.
La presidenta madrileña se ha ausentado de la reunión al utilizar el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, y el lehendakari, Imanol Pradales, el catalán y el euskera, respectivamente, en sus intervenciones tras aceptar el Gobierno la petición que en ese sentido ambos habían realizado.
«Maniobra del pinganillo»
Ayuso se ha rebelado de esta forma contra lo que ha denominado la «maniobra de pinganillo», un gesto que no ha secundado ninguno de sus compañeros de partido (algunos como Alfonso Rueda o Marga Prohens incluso han hecho uso también brevemente de su lengua cooficial) y que ya se barruntaba desde que la víspera dejó claras sus intenciones.
Pero más tenso aún ha sido el momento vivido cuando a la llegada a la reunión la ministra de Sanidad, Mónica García, ha pretendido darle dos besos que ella ha rechazado arguyendo que la víspera, en la Asamblea madrileña, Más Madrid la tildó de «asesina» por las muertes en las residencias durante la pandemia.
La presidenta se ha llevado en consecuencia gran parte de los titulares de esta cita, entre los que se ha colado también la exigencia a Sánchez de todos los barones del PP, en coordinación con Génova, de que convoque elecciones porque consideran que España está en una situación crítica.
Aspiración que ha dado pie a que de la conferencia surgiera una noticia que en realidad ya ha dejado de serlo, porque es lo que el presidente repite públicamente: que quienes desean el final de la legislatura pueden perder toda esperanza porque sigue inamovible su objetivo, agotar mandato y no llamar a las urnas hasta cuando toca. Es decir, en 2027.
Si se cumple la periodicidad fijada para estas conferencias, restarían al menos tres reuniones más antes de esa convocatoria y, ante ellas, fuentes del Gobierno aseguran que no tiran la toalla para que, a diferencia de lo sucedido las dos últimas veces, sea posible algún acuerdo.
Manifestación en 48 horas
Condición imprescindible para ello creen que es que se rebaje la tensión, que tal y como ha pedido Sánchez a los líderes autonómicos al inicio de la Conferencia, dejaran «la crispación en el perchero».
Pero los reproches, incluso alguno proveniente del ‘fuego amigo’ disparado por el presidente castellano-manchego, Emiliano García-Page, que ha llegado a comparar España con un «puzle roto», han opacado los asuntos que formaban parte del orden del día.
Al final del encuentro, condicionado también sin duda por la manifestación convocada por el PP dentro de 48 horas en Madrid contra el Gobierno, se ha hablado más de enfrentamiento que de vivienda, financiación o educación.
Un ámbito, el de la educación, que ha dejado dos anuncios del presidente: se aumentarán los recursos destinados a educación infantil para familias con rentas bajas y habrá un mayor control de los centros privados de formación profesional.
A la vista de los resultados, la petición de Sánchez ha caído esta vez en saco roto, y él mismo ha asumido en su intervención final que, ante la tesitura actual, nada se podía acordar. El perchero quedó vacío.
José Miguel Blanco